El tiempo se ha convertido en un elemento fundamental de nuestra sociedad. Todo el mundo dice necesitarlo, todos confesamos que en algún momento nos haría falta disponer de más cantidad de él, afirmamos con frecuencia que muchas cosas no las hacemos por falta de tiempo, y a veces hay quien vive ensimismado en el tiempo de otros, llámese Messi o Cristiano, Cayetana o Belén, da igual porque parece como si lo que viven esos personajes formara parte de su experiencia vital.

A todo ello hay que añadir la sucesión en catarata de noticias, todas ellas presentadas como lo más importante que ha ocurrido en los últimos tiempos. La consecuencia es que no nos da tiempo a asimilar toda la información. De pronto estamos preocupados por un volcán, luego por la situación de Grecia, de inmediato surge algún suceso que alimenta a la prensa morbosa y abre las ediciones de los telediarios, pero antes de que nos demos cuenta ya hay que hablar de la construcción de un corredor ferroviario vital para toda la Unión Europea. Y en medio de todo eso hay que insertar la precampaña electoral, con sus anuncios, sus propuestas y también, por qué no, con sus meteduras de pata.

Alguien con responsabilidad debería darse cuenta de que no podemos soportar este ritmo infernal al que nos tiene sometidos este modelo de sociedad, que además se entusiasma cuando los actos en la calle van acompañados de ruido. Sería deseable que en la próxima campaña alguien hablara de una vida más saludable, sin el sometimiento a los dictados de lo inminente, porque necesitamos tiempo para pensar, que al fin y al cabo es el único método que garantiza la posibilidad de encontrar soluciones a los problemas colectivos.

Me echo a temblar cuando escucho a candidatos o cargos en ejercicio afirmar que ellos viven todas las horas del día para su trabajo. No quiero políticos a tiempo completo, sino personas que tengan su vida, que sepan cuándo es la hora de cortar una reunión, que planifiquen las actividades que ofrecen a los ciudadanos, que respeten los horarios naturales. El político es un trabajador igual que cualquier otro, no es nada más que un representante de los ciudadanos, y es cierto que determinados cargos tienen una responsabilidad añadida, pero no puede ser que todos vivan para el trabajo: ¿quién ha conseguido ver a algún cargo público, aunque sea el concejal de su pueblo, que se pase más de media hora sin recibir o realizar una llamada por su teléfono móvil?

El penúltimo ejemplo del mal uso del tiempo lo hemos visto en el País Vasco. Un problema que tiene ya demasiados años ha merecido la atención de tres horas (oficiales) por parte de un grupo de personalidades dispuestas a hacer lo posible a favor de la paz. Con independencia de la opinión que podamos tener sobre la conferencia, lo importante es cómo se gestiona el resultado. Las víctimas que fallecieron ya no están, las que sobrevivieron a un atentado tienen todo el derecho a vivir con angustia la rememoración de lo ocurrido.

Quedan los familiares de las víctimas y las fuerzas políticas, que deben estar de acuerdo en que a ETA solo se le puede exigir que se disuelva, que renuncie de manera definitiva a las acciones terroristas, y luego ya habrá que hablar, pero sin dejarse llevar por las premuras que al principio señalaba que marcan la vida actual. El conjunto de los ciudadanos españoles, no solo los vascos, no podemos continuar más tiempo con la incertidumbre de si habrá o no atentados, y en especial si todos tienen la misma posición con respecto a que siempre han de ser condenados. Si hace falta, que recurran al bolero y proclamen: “Reloj, detén tu camino…”