El vídeo de despedida con el que Teresa Rodríguez (Rota, 1981) anunciaba ayer que esta misma semana dejará su escaño en el Parlamento andaluz no llevaba encabezamiento, pero bien haberse titulado ‘Canto a mí misma’. Pocas veces en política la virtud se habrá publicitado tan impúdicamente a sí misma como en esos tres minutos y medio en que la diputada por Cádiz presume de tener “una moral diferente” a la de otros políticos y proclama no haberse contaminado de los vicios inherentes al hecho de “pisar moqueta” y haber cumplido su promesa de no convertirse en una profesional de la política.

La autocomplacencia sin complejos del discurso de Rodríguez parecía remitir directamente al Evangelio de Lucas donde se relata la celebrada parábola del fariseo y el publicano que coincidieron en el templo. Mientras el publicano “se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”, el publicano pregonaba: “Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros”.

Para 'Santa Teresa de Rota', los 107 diputados restantes de la Cámara que no militan en la sagrada orden de Adelante Andalucía están “afiliados a la clase política”, víctimas de un síndrome de la moqueta que los ha convertido no en ladrones, injustos y adúlteros, sino solamente en hipócritas (“De repente te descubres ensayando un tono para la tribuna, como quien ensaya un orgasmo”), deshonestos (“propusimos muchas veces abolir los privilegios y nos votaron siempre en contra”) y holgazanes ("quiénes somos nosotras para dedicarnos a vivir cómodamente sentados en un escaño").

La batalla perdida de las dietas

Teresa Rodríguez deja el escaño y vuelve a su plaza de profesora de instituto, pero mantendrá el liderazgo y la portavocía de Adelante porque “los liderazgos juegan su papel”: la reprobación de la política profesional solo incumbe a los de la moqueta, no a los de comité central. Así pues, profesora por la mañana y líder por la tarde.

Pese a todo ello, pese al impúdico tono de homilía orgánica y sermón laico de su vídeo de despedida, el tránsito de Teresa Rodríguez por el Parlamento andaluz merecerá ser recordado, y no tanto por sus logros concretos, que por definición por no podían ser muchos estando en la oposición y negándose a una coalición con el PSOE, sino por haber llevado a la Cámara el aire fresco de un populismo bienintencionado que, más allá de algún que otro exceso de santurronería, acertó a identificar privilegios injustificados como el cobro de dietas y desplazamientos por sus señorías aun estando de vacaciones, de descanso o de baja.

Ciertamente, para los publicanos del Hospital de las Cinco Llagas lo de las dietas es calderilla que no merece el esfuerzo de modificar el Reglamento de la Cámara. Teresa intentó devolver al Parlamento los 8.640 euros cobrados en dietas durante los meses que estuvo de baja maternal. No fue posible. Lo impedía un Reglamento que ningún grupo quiso cambiar. ¿Por qué? Por soberbia, por pereza y también un poco bastante por codicia, pues por definición el dinero, aunque sea poco, vuelve a la gente codiciosa. Mas no a toda la gente: no, desde luego, a Teresa Rodríguez, y eso la honra.

El problema de fondo, la contradicción insalvable de dirigentes políticas de la pasta de Teresa Rodríguez es que no están hechas para gobernar, sino para decir cómo hay que hacerlo. Llegan a la política institucional para cambiar las cosas, pero su santidad inmaculada les impide hacerlo porque para cambiar la realidad hay que estar en el poder e, indefectiblemente, estar en el poder mancha.

La política es un duro oficio en el que solo cabe aspirar a mancharse lo menos posible, no a no mancharse. Gobernar es un trabajo sucio pero alguien tiene hacerlo. Cierto, pero no yo, replicaría con orgullo no exento de buen sentido Teresa Rodríguez. La poca ética corrompe la política; el exceso de ella la paraliza.

Cómo ser del mismo Biblao y no morir en el intento

La todavía diputada siempre fue contraria a que Unidas Podemos entrara en el Gobierno de España con el Partido Socialista. Tenía sus razones: no todas buenas pero todas puras. Se impuso la tesis contraria. En la consulta convocada en la última semana de noviembre de 2019, la militancia andaluza de Podemos rechazó por abrumadora mayoría la propuesta de quedarse fuera que defendía Teresa.

Si en aquel trance ella se hubiera aplicado a sí misma la vara de medir integridades y coherencias que acostumbra a aplicar a otros, tendría que haber dimitido. No lo hizo: la ética aconsejaba la dimisión; el pragmatismo, la continuidad. Y es que en cuestión de coherencia es difícil ser a todas horas y en toda circunstancia del mismo Bilbao; en general, hasta los más estrictos acaban siendo más bien de un pueblo cercano, rara vez del mismo Bilbao propiamente dicho.

Tras aquel revés, Teresa Rodríguez hizo dos cosas: la primera, quedarse en Adelante Andalucía; la segunda, quedarse con Adelante Andalucía. La marca fundada en 2018, y de la que ella finalmente se apropió, saltó por los aires, sus antiguos compañeros maniobraron despiadadamente contra ella y sus diputados afines dejándolos con una mano delante y otra detrás, pero Rodríguez acabó riendo la última: su venganza tomaría cuerpo el 19 de junio pasado, cuando, además de obtener dos escaños, dejó a sus excamaradas de Por Andalucía en los puros huesos arrebatándoles en buena lid muchos miles de votos.

¿Tiene futuro el refundado Adelante de Teresa Rodríguez? A su andalucismo puede que le sobren una gotas de retórica soberanista, pero tal vez sobreviva si 1) en las terminales andaluzas de Podemos e Izquierda Unida siguen matándose entre ellos y 2) si la propia Teresa continúa siendo la cara visible del proyecto y teniendo el acierto de fichar para su causa a personas de tanta valía como la diputada por Sevilla Maribel Mora. Está claro que el Parlamento andaluz necesita gente como ellas; menos lo está, sin embargo, que ellas necesiten el Parlamento.