Susana Díaz Pacheco (Sevilla, 1974) jugó al juego de César o nada y perdió. Tenía las cualidades personales y los apoyos políticos precisos para haberlo sido todo en el Partido Socialista, pero en algún momento del año 2016 las cosas empezaron a torcerse y ya no hubo manera de enderezarlas.

El Comité Director del PSOE de Andalucía fue el último escenario de un largo adiós que comenzó el 21 de mayo de 2017 (derrota frente a Sánchez), prosiguió el 2 de diciembre de 2018 (pérdida de la Junta) y tras, un largo y desconcertante paréntesis de dos años y medio, culminó con la despedida definitiva de ayer en un cónclave cuyo espíritu estuvo a medio camino entre el funeral y la boda: se enterraba a Susana Díaz y se celebraba el compromiso con Juan Espadas.

Este martes 13, ha aceptado formalmente su designación como senadora dentro de la cuota autonómica, que se hará efectiva en el pleno parlamentario del 21 y 22 de julio. En septiembre tiene previsto incorporarse a la Cámara Alta, identificado por múltiples observadores como el principal y más distinguido cementerio político del país.

Se dice que la expresión ‘César o nada’ tiene su origen en la decisión de las legiones de Julio César de desobedecer al Senado y cruzar el Rubicón, desencadenando así la guerra civil que catapultaría al vencedor de las Galias hasta las más altas magistraturas de Roma. El Rubicón de Díaz es la fecha del 2 de diciembre del año 18: quizá temerariamente, aquella noche decidió proseguir la batalla para conservar los laureles de la Secretaría General que ahora acaba de entregar.

La curva se quiebra

Aunque en ese momento no era fácil sospecharlo, el punto de inflexión de la curva hasta entonces ascendente y meteórica de Díaz fue el Comité Federal del 1 de octubre del año fatídico de 2016, donde, merced a una votación impecablemente democrática, el partido tiró por la ventana a aquel Pedro Sánchez amarrado al ‘no es no’ a la abstención socialista para que gobernara Mariano Rajoy y dispuesto a arrastrar al PSOE a unas terceras elecciones que habrían sido funestas para el partido. Pedro también jugó al juego de César o nada, pero él sí ganó. No me llaméis Pedro, llamadme Julio.

Antes de alcanzar esta semana la estación término, el viacrucis de Díaz tuvo una estación humillante –la derrota en las primarias en mayo del 17– y una estación traumática –la pérdida de la Junta de Andalucía en diciembre del 18–: de la primera salió con heridas de pronóstico reservado; de la segunda, con heridas mortales de necesidad.

Y aun así, aun con esos visibles costurones en su cuerpo serrano, Susana Díaz no se dio por vencida. Cayó en el 17 y se levantó. Cayó en el 18 y se volvió a levantar. Su caída de junio de 2021 ha sido, en cambio, definitiva. Ahora es una estatua de sal, un valioso jarrón chino que su partido haría bien en no arrojarlo a un desván y en buscarle un destino decoroso.

Camino de perdición

Pedro le ofreció la Presidencia del Senado y no la quiso. Lo que ella quería era ganar: ser ungida de nuevo por los militantes como la intrépida capitana capaz de reconquistar la fortaleza de San Telmo. La infantería socialista la quería, sí, pero no tanto como ella había imaginado.

Nadie diría de Susana que es una heroína trágica, pero lo cierto es que su destino tiene algo de esas tragedias griegas donde los personajes no pueden dejar de hacer lo que hacen aun sabiendo o al menos sospechando que sus acciones los llevarán directos a la perdición.

Susana Díaz ha muerto de sí misma. Y no se trata de una metáfora: la fe, la energía y la determinación –también la intansigencia– que a punto estuvieron de llevarla a lo más alto son las mismas que la han hecho sucumbir.

Las sucesivas derrotas no hicieron mella en su fe, apenas mermaron su energía, no paralizaron su determinación. Es esa manera ciegamente trágica de perderlo todo lo que otorga al personaje buena parte de su atractivo, de su densidad narrativa, de ese espesor y esa incertidumbre dramática que suelen mantener al espectador anclado a su butaca.

“Sigue viva”

Está escrito: Díaz siempre tuvo algo del policía John McClane de ‘La jungla de cristal’, de quien su mujer dice en un momento de la película estar convencida de que sigue vivo porque acaba de ver a uno de los terroristas descargando su ira contra el mobiliario del hotel cuyos huéspedes han sido secuestrados:

-Sigue vivo.

-¿Cómo lo sabes?

-Sólo John es capaz de cabrear así a alguien.

Muchos en la política –y en el periodismo– pueden certificar algo parecido de la secretaria general saliente de los socialistas andaluces: “Solo ella es capaz de cabrearnos así”.

Demasiado joven para morir, demasiado herida para combatir. La fatalidad de Susana es que nació para combatir y no sabrá vivir sin hacerlo. Seguro que lo hará: solo queda por saber cuál será el campo de batalla que elija seguir guerreando.