Jesús Candel ‘Spiriman’ tiene a medio mundo en su nómina personal de enemigos irreconciliables: políticos, periodistas, jueces, médicos, fiscales, enfermeros…

La nómina de Candel va cambiando según las circunstancias, pero quienes nunca salen de ella son los políticos, verdadera obsesión de este médico de urgencias que sedujo a decenas de miles de granadinos en los últimos meses de 2017 animándolos a salir a la calle a exigir a la Junta de Andalucía que no diera ni un solo paso atrás en la cobertura hospitalaria de la ciudad.

Desde entonces, han sido muchas más las veces que Candel ha perdido los papeles que aquellas en las que sus vídeos incendiarios en internet aportaron algo positivo.

El calvario judicial que lo persigue desde hace meses es muestra inequívoca de unos excesos verbales de bocachancla que, a la postre, han tenido como principal damnificado a él mismo. También sin duda a las personas injuriadas, que por eso le vienen ganando tantos pleitos en los tribunales, pero principalmente a él mismo… a él y a quienes llegaron a tenerlo como referente civil y espejo moral.

Su última batalla está siendo el coronavirus, al que ha dedicado decenas de tuits y vídeos para denunciar unas veces una cosa y otras su contraria. A Candel no se le puede reprochar que rehúya la batalla, más bien todo lo contrario: lo que cabe reprocharle es que cambie tantas veces de bando, y que lo haga además con tanto desahogo, pues lo mismo dice estar “hasta los mismísimos cojones de que un resfriado haya ocasionado lo que está ocasionando” que acusa “al mierda de Pedro Sánchez” de no adoptar medidas contundentes; lo mismo se burla de que clausuren los colegios en Andalucía que exige a las autoridades que “cierren Madrid”…

Con casi 90.000 seguidores en Twitter, Candel es mucho menos que un héroe, pero bastante más que un bocazas. Su compromiso social con colectivos infantiles desfavorecidos acredita la buena madera de las intenciones que lo mueven.

Sin embargo, la brocha gorda de sus comentarios, mojada una y otra vez en la pestilente lata del populismo, certifica las insalvables limitaciones analíticas, lagunas informativas, insuficiencias psicológicas y carencias democráticas del personaje. Una lástima.

Una lástima porque en estos tiempos difíciles la gente necesita espejos claros en los que mirarse y personas ejemplares en las que confiar. Candel podría haber sido una de ellas, pero seguramente le falta cabeza para ello; no le falta empatía, ni franqueza, ni solidaridad, ni confianza, ni coraje, ni energía, pero le falta cabeza.

Le sobra corazón y le falta cabeza, pero parece creer que el exceso del primero compensa los disparates de la segunda. A 'SpiriCandel' le falta contar hasta diez antes de hablar, le falta sentido del respeto a los otros, le falta documentarse mejor antes de decir barbaridades a las que prestarán atención decenas de miles de personas.

Candel tiene algo de niño grande y malcriado, algo de Quijote poco leído y mal hablado pero de Quijote al cabo, algo de adolescente bienintencionado y egocéntrico que no distingue con claridad la frontera que separa el reproche de la ofensa ni la crítica de la injuria. Lástima.

Tipos como él nos vendrían bien en estos tiempos para contrarrestar… a tipos como él. Un buen psicólogo podría hacer milagros con Candel: aunque el verdadero milagro sería, claro está, que él se dejara hacérselos.