Ocurrió en la primavera de 1989. Los dirigentes de Ciudadanos son bastante jóvenes en general y tal vez no tuvieran entonces edad para poder recordarlo ahora, pero deberían haber consultado más detenidamente las hemerotecas antes de haber seguido los pasos que hace 30 años condujeron al abismo a un partido llamado CDS y bastante parecido al dirigido por Albert Rivera.

En aquel 1989 habían pasado ya siete años desde la fundación por Adolfo Suárez del Centro Democrático y Social y solo dos desde las elecciones municipales de 1987 en las que el partido del expresidente había sumado 1,9 millones de votos –el 9,76 por ciento de sufragios– y casi 6.000 concejales.

Laberinto de mociones

Lo que ocurrió fue un paso en falso de consecuencias devastadoras para el partido que se definía a sí mismo de centro progresista: los dirigentes del CDS impulsaron mociones de censura en un puñado de capitales de toda España, entre ellas Madrid, para desalojar de las Alcaldías al Partido Socialista aliándose con la derecha del PP, que había cambiado el nombre de Alianza Popular solo unos meses antes aunque seguía liderado por Manuel Fraga.

Aunque no todas triunfaron, las mociones propiciaron la llegada de alcaldes conservadores en pequeñas capitales como Jaén (PP) o Tarragona (CiU) y, sobre todo, la sustitución del socialista Juan Barranco en Madrid por el suarista Agustín Rodríguez Sahagún. La joya de la corona que el CDS había conquistado fue, sin embargo, flor de un día: en las municipales de dos años después, celebradas el 1 de abril de 1991, el PP arrasó con José María Álvarez del Manzano y el CDS pasó de ocho a cero concejales.

Leguina salió vivo

Quien sí logró escapar de la quema fue el presidente socialista de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, que resistió la feroz acometida de Alberto Ruiz Gallardón y conservó el cargo gracias a la abstención del diputado del PP Nicolás Piñero, al que durante años su partido y los medios conservadores acusaron falsamente de haberse vendido al PSOE.

Casi veinte años después, el expresidente madrileño exculparía a Piñero en su libro de memorias políticas ‘Luz crepuscular’, aparecido en 2010 y donde despejaba cualquier sombra en la conducta del exdiputado del PP.

Sangría de votos

Tras las mociones, el desastre no tardó en materializarse para el CDS. A su electorado no le había gustado el escoramiento inequívoco hacia la derecha y así se lo hizo ver a Suárez y los suyos: en las elecciones generales de octubre de ese mismo año 1989, los 19 diputados conseguidos en las legislativas de 1986 se vieron reducidos a 14.

Y en las municipales de la primavera 1991 los casi dos millones de votos de 1987 menguaron hasta los 730.000 y el partido se quedó sin representación en la mayoría de los ayuntamientos cuyo cambio había promovido a favor del PP, que fue el gran beneficiario de la operación.

En realidad, las municipales de 1991 confirmaron los presagios que ya todos manejaban en el partido: de hecho, unas semanas antes de la cita electoral Adolfo Suárez presentaba su dimisión como presidente del partido.

Tanatorios y boleras

Si hasta aquella aciaga primavera de 1989 el CDS había sido una pequeña pero moderna ferretería donde la clientela podían adquirir a buen precio llaves y bisagras para abrir puertas a izquierda y derecha, a partir de entonces el partido de Suárez se convirtió en funeraria de sí mismo. Ferreterías Reunidas SA se reconvirtió casi de la noche a la mañana en Lápidas Suárez SL.

Adolfo Suárez había formado equipo con Manuel Fraga para convertir en bolera el salón de Plenos de un puñado de ayuntamientos. En apariencia, ambos hacían de lanzadores mientras los alcaldes socialistas hacían de bolos, pero a la postre se demostraría que el único jugador sobre la pista era el gallego y que el de Ávila se había limitado a hacer de bola para derribar a los alcaldes y, a continuación, caer con ellos al foso.

Errores paralelos

Aunque han pasado 30 años y el mapa político ha cambiado –puede que, salvo en Cataluña, más en apariencia que en el fondo–, es imposible no encontrar un paralelismo entre el funesto paso estratégico dado por Adolfo Suárez en 1989 y el acometido tan arriesgadamente por Albert Rivera en 2018, tras la moción de censura que llevó al socialista Pedro Sánchez a la Moncloa.

Ciudadanos ya es formal y materialmente un partido de derechas: no solo ha pactado con el PP sino también con los ultras de Vox.

Rivera ha dejado de competir con el Partido Socialista para arrebatarle su electorado más centrista: ahora solo compite con los otros dos partidos situados a su derecha. Su única esperanza de restarle votos al PSOE es Cataluña, pero es poco probable que por ahí logre arañar muchos más: puede más bien que empiece a perderlos.

Como Suárez antaño con Fraga, también ahora Rivera cree ser el jugador más listo de esta partida donde forma equipo con Casado y Abascal y donde la izquierda hace de bolo. No parece sospechar que tal vez él no sea el tercer jugador, sino la bola: esa que se despeña al foso inmediatamente después de los bolos rojos que acaba de derribar.