Nunca había salido de España, pero con 20 años se subió a un avión para irse solo a Nueva York. No era un viaje, era una mudanza y ni siquiera sabía inglés. De repente, entre rascacielos, conoció los ataques de ansiedad. Pero como suele pasarle a Mario Bermúdez, al final, acabó triunfando. Cumplió el sueño americano, se convirtió en artista internacional y cuando llegaba el momento de asentarse en la cumbre, ¡zas!: más maletas, esta vez de vuelta a casa, a Vílches (Jaén) un pueblo de 4.500 habitantes.

Vílches, como muchos pueblos jienenses, cuenta con ríos y embalses, castillos y olivares. Pero también con uno de los valores más consolidados de la danza contemporánea. Mario Bermúdez regresó a su pueblo convertido en una estrella seguida por las grandes compañías como bailarín. Pero quiso ser todo, el retorno al pueblo parecía el fin de la aventura de Mario, pero era solo el principio.

De nuevo, nuevo capítulo: fundó una compañía con su mujer, la también bailarina Catherine Coury. Con la creación de Marcat Dance se convierte en empresario, coreógrafo e intérprete. Y también se convierte en padre. Tras tanto vértigo, acaba de recibir el premio Ojo Crítico 2023 de Danza. Otro más, en su carrera, le preguntamos cómo ha hecho tanto en tan poco: “básicamente haciéndome una pregunta, ¿para qué estoy aquí, cuál es mi función en la vida?”.

En Nueva York bailó con referencias como Jennifer Muller o Galim Dance, en Tel-Aviv con Batsheva Dance, ha colaborado con la Compañía Nacional de Danza de España, la Hung Dance Company de Taiwán, entre muchas otras. Pero ahora, trabaja y ofrece su obra a los vecinos de Vilches, ¿por qué ese cambio?, “porque creo que la cultura ayuda a crear identidad –para los vecinos de Vilches– pero también por mí y por mi familia, tras tanto viaje, necesitaba enraizarme”.

Bermúdez comparte con nosotros su visión de la vida como etapas que hay que ir viviendo, aunque él las va quemando como si fuera un sprint. Confiesa que la vida es más fácil en Vilches, contando con la ayuda de la familia para críar a sus hijas y el abrigo de un pueblo que lo valora, “desde el ensayo a casa son unos minutos, en una profesión tan sacrificada, poder dedicar ese tiempo a la familia es un lujo. Al final, uno busca un espacio que te deje tiempo para reflexionar y crear”.

Cultura para la España vaciada

El Festival Vildanza es una de las mejores definiciones de Bermúdez. Un proyecto que lleva al espacio público, para los lugareños de Vilches, una muestra de danza contemporánea que ya la quisieran en las mayores capitales del mundo. “Es una cuestión de devolver lo que recibimos, Vilches es para mí el grado cero, todo se alinea aquí para que pueda seguir creando y todo el éxito se fermenta aquí, gracias a poder salir fuera, interactuar y volver para reflexionar y digerirlo”.

Además, la interacción de Vildanza con el público es “pura, no tiene contaminación, la gente te dice cuando algo tiene o no calidad”, un termómetro esencial para un creador. Con el espacio y tiempo en Vilches, Bermúdez ha conseguido el Ojo Crítico de Danza, el Premio Max como intérprete (2023), los Premios Lorca (2023, 2022, 2021) entre muchos otros… “todos son un espaldarazo para seguir apostando por este modelo”.

Marat Dance está compuesto por 7 bailarines, en total el equipo lo componen 12 personas, que “a pesar de todo”, siguen apostando por la danza. ‘Averno’, su espectáculo más reciente, es una obra llena de poderío físico que refleja  la lucha de querer seguir siendo. Es la resistencia del artista ante un mundo de dificultades, “se sufre, pero es que no podemos evitar la danza, y eso que somos el ojo izquierdo y pobre de la cultura”.

Bermúdez lamenta las políticas fiscales y de apoyo cultural, las dificultades de la pandemia y la ausencia de un sistema que incentive el éxito, “no entiendo que para recibir apoyo necesites justificar pérdidas económicas en una gira”. Marcat Dance reduce su caché para poder seguir viva y para crear cultura de primer nivel en un ámbito rural, pero también para girar por todo el mundo, “aún así, para una Sociedad Limitada como la nuestra, con la fiscalidad cultural, cada vez es más difícil seguir creando”.

“La danza vino a mi”

La carrera de Bermúdez es poco habitual. No fue una vocación inicial, no estuvo en el conservatorio desde niño. De hecho, en su chavalería solo frecuentaba las pistas de atletismo. Competía a nivel nacional como corredor cuando se lesionó a los 18 años. Mientras se recuperaba, se dio cuenta de que bailando se desahogaba, apaciguaba la eterna pregunta, “¿para qué estoy aquí?”. Así que se fue a Málaga a una academia de baile hip-hop, “de allí me empujaron al Centro Andaluz de Danza en Sevilla y de ahí, me fui a Nueva York –previa llamada de Jennifer Muller–, de repente veían algo en mí”.

La danza contemporánea que emana del artista andaluz sigue siendo la de un atleta, es un trabajo “muy demandante que te deja exhausto, 8 horas de actividad física y a veces hasta 10” y a los pulmones hay que añadir la búsqueda creativa.  Su trayectoria se caracteriza por el desarrollo de un lenguaje artístico propio que aúna explosión física y emoción en movimiento.

Danza como terapia contra la brutalidad

En la carrera internacional de Bermúdez destaca su periodo en Tel-Aviv (2012-2016). Inevitable, preguntamos por el conflicto en Gaza y la violencia con la que convive Israel, donde “el consumo cultural es increíble”, explica. El hecho de ser una sociedad contaminada por la brutalidad lleva a la búsqueda de soluciones, “la danza es como terapia social”.

Alejando el foco del conflicto, Mario Bermúdez señala a Tel-Aviv como referencia cultural, un lugar donde se cuida la existencia de “un espacio y un tiempo para la reflexión” del artista. Algo que a él le ha sacado de las capitales globales y le ha hecho volver a ser vecino de un pueblo de 4.500 habitantes.