Parques de atracciones, discotecas, bares, hoteles, espectáculos deportivos, corridas de toros, congresos, conferencias, centros comerciales, misas, cacerías…

Con la llegada de la nueva normalidad todo lo ha reglamentado con un altísimo grado de detalle el Gobierno andaluz, que este fin de semana aprobaba un decreto con 400 normas que ni Funes el memorioso sería capaz de recordar, pero normas, en todo caso, que dan continuidad a las dictadas por el Gobierno de España durante el estado de alarma.

Que prohíban ellos

¿Todo lo ha reglamentado la Junta? Bueno, todo, todo, lo que se dice todo, no: sobre las fiestas, verbenas y romerías locales, que, vetado el fútbol con público, serían el mayor foco de contagio de la pandemia, el Gobierno andaluz ha preferido limitarse a trasladar educadamente a los alcaldes la “recomendación” de no celebrarlas, eludiendo la siempre ingrata prohibición que la prudencia, la anticipación y el sentido común están pidiendo a gritos.

Que prohíban ellos, se habrá dicho la Junta pensando en los alcaldes y eludiendo así la responsabilidad que tanto tiempo llevaba reclamando al Gobierno de España. Seguramente no habrá regidores tan temerarios como para permitir la salida de vírgenes y santos de sus ermitas o la celebración de verbenas en la plaza del pueblo, pero mejor no darles la oportunidad de que lo sean.

Una plaza sin burladeros

Reguladas numerosas actividades laborales y recreativas y prohibidas muchas otras salvo el confinamiento propiamente dicho, el Gobierno andaluz se queda solo frente al torazo de la pandemia: con la entrada en vigor de la nueva normalidad, Pedro Sánchez, Salvador Illa o Fernando Simón han dejado de ser los burladeros tras los cuales venía refugiándose el diestro Moreno cada vez que el virulento morlaco se enfurecía.

Siguiendo al pie de la letra la lógica ferozmente desleal de Pablo Casado y Santiago Abascal, los muertos y contagios que pueda haber en el futuro en Andalucía serían responsabilidad exclusiva de Juan Manuel Moreno, desde hoy titular en solitario del timón con el que deberá conducir la nave andaluza a puerto seguro.

Ciertamente, tal lógica no es lógica en sentido estricto, sino más bien un despropósito con el que las derechas han querido desgastar al Gobierno de España en el momento más difícil del país en muchas décadas. En realidad, salvo algunos presidentes tan obtusos como Trump, Bolsonaro o el primer Johnson, todos los gobernantes en todo el mundo han hecho más o menos lo que había que hacer: confinar a la población, paralizar la actividad económica, ordenar medidas higiénicas y reforzar la sanidad. Es lo que ha hecho Pedro Sánchez y lo que, en su ámbito de decisión, han hecho Juan Manuel Moreno, Ximo Puig o Íñigo Urkullu.

Las pasiones y los hechos

El éxito de las medidas de confinamiento es un hecho, pero tal hecho no va a modificar ni la opinión ni la estrategia de las derechas. Como advirtió el clásico, las opiniones, cuando son engendradas por las pasiones y por los sentimientos antes que por los hechos, no son modificadas sino muy lentamente por estos.

En consecuencia, lo que valía contra Sánchez no valdrá contra Moreno, a quien, si la desgracia de un rebrote recayera sobre Andalucía, la opinión conservadora sabrá encontrar tantas disculpas como reproches supo hallar en parecidas circunstancias contra Sánchez.

Cuando la deslealtad de Casado arreciaba contra el Gobierno de España, Moreno no supo ser el líder que se necesitaba en un momento tan comprometido para el país: alguien capaz no de oponerse frontalmente, pues eso sería pedirle a un político lo que un político no puede dar, pero sí de marcar distancias con el presidente de su partido mediante palabras de comprensión, guiños de complicidad y gestos de indulgencia con un Gobierno cercado por la adversidad.

No haga lo mismo la izquierda andaluza si en las próximas semanas se torciera la excelente evolución de la pandemia de Andalucía. Salvo las romerías que debería haber prohibido -o al menos haber dicho en voz bien alta que le hubiera gustado prohibirl de estar competencialmente capacitado para ello-, Moreno afronta la nueva normalidad con el mismo espíritu de cautela pública y pánico personal con que Sánchez afrontó la antigua alarma. Por fortuna, ninguno de los dos es Bolsonaro; por desgracia, Sánchez ha sido tratado como si lo fuera.