No cabe duda de que, electoralmente, el Partido Popular está haciendo un buen negocio con su estrategia de confrontación a cara de perro contra un Gobierno de España que, más allá de los errores que haya podido cometer, está combatiendo una crisis sanitaria de dimensiones pavorosas y preparándose para una crisis económica de consecuencias devastadoras sin el respaldo, la complicidad, la indulgencia o aun la mera comprensión del partido que, casi hasta ayer mismo, ha venido representando prácticamente a la mitad del electorado del país y sigue siendo por ahora la única alternativa verosímil al Partido Socialista.

En las elecciones del 10-N, el Partido Socialista obtuvo 120 escaños, equivalentes al 28 por ciento y 6,7 millones de votos, mientras que el Partido Popular sumó 88 diputados, equivalentes al 20,8 por ciento y 5 millones de sufragios.

Cosecha de votos

Pues bien, las últimas encuestas certifican que la estrategia de tierra quemada que impulsa Pablo Casado va bien orientada en términos de rendimiento electoral: el PSOE mejora ligeramente (casi medio punto y dos escaños) y volvería a ganar con claridad, pero el PP experimenta una importante subida de casi tres puntos que le reporta 13 escaños más (101 frente a 88), la mitad de los cuales provendrían directamente de los caladeros de Vox, una porción no desdeñable de cuyos votantes parecen estar regresando a la casa matriz de la que habían huido espoleados por la ‘revolución catalana’.

Unidas Podemos aguanta aunque se deja un punto, mientras que Ciudadanos sigue vivo pero no sale del coma. Aun así, decir por ello que regresa el bipartidismo es mucho decir: en realidad, las encuestas confirman a grandes rasgos el mapa electoral ya dibujado por las elecciones de diciembre de 2015, con dos grandes bloques que oscilan cada uno de ellos entre los 10,5 y los 11,2 millones de votos, si bien dentro de cada uno –y esto es lo importante– vienen produciéndose cambios que, no afectando al volumen total de votos, inciden muy significativamente en el número de escaños obtenidos por cada partido.

La estela de Aznar

Es en ese marco donde, en plena crisis del coronavirus, adquiere virtualidad la despiadada estrategia de Pablo Casado, inspirada por cierto en la FAES de José María Aznar y calco a su vez de la propia estrategia de tierra quemada activada por este en 1990 y acelerada a partir de 1993, cuando el futuro presidente decide, fríamente y sin apenas temblarle el pulso, utilizar el terrorismo como arma de desgaste electoral.

Las encuestas más recientes estarían demostrando que, fagocitado Ciudadanos más por demérito naranja que por mérito azul, el PP está en condiciones de darle a Vox un bocado lo bastante nutritivo como para engordar visiblemente sus escaños y despejar cualquier duda sobre cuál es el partido hegemónico de la derecha. El coronavirus es la bandeja en la que el azar le ha servido tan apetitoso bocado al PP.

La conducta del PP no es, ciertamente, muy patriótica, pero quienes la han diseñado parecen saber bien lo que se hacen: cuentan con que muchos ciudadanos sienten una animadversión tan ciega e irracional hacia Unidas Podemos, que están dispuestos a perdonarle todo al PP si es capaz de tumbar un Gobierno sostenido por tan peligrosos elementos subversivos.

Los nuevos protocolos de Sión

Después de haberlos visto gobernar en comunidades autónomas e importantes ayuntamientos, la idea de que Pablo Iglesias y los suyos son un arma de destrucción masiva de la democracia no tiene mucho más fundamento, pongamos por caso, que aquella que, inspirada en el libelo apócrifo ‘Los protocolos de los sabios de Sión’, atribuía al judaísmo internacional diabólicos planes de destrucción de la civilización cristiana, en alianza secreta con masones y comunistas.

Como están demostrando muchas informaciones periodísticas e investigaciones policiales, los bulos de hoy son los protocolos de Sión de ayer, pero, como ocurrió con estos, pasará mucho tiempo antes de que la demostración de su falsedad convenza a quienes los comparten y difunden de que, en efecto, eran un gigantesco, vergonzoso y delictivo fraude.