Daniel Defoe publicó su célebre ‘Diario del año de la peste’ en 1722, más de 50 años después de haber tenido lugar la terrible pandemia de los años 65 y 66 del siglo anterior. Aparte del placer propiamente literario, su lectura proporciona no pocas pistas sobre la conducta de los hombres y los Estados y sobre cómo ciertos errores, imprevisiones o bulos se repiten siglo tras siglo.

Alessandro Manzoni publicó la versión definitiva de ‘Los novios’ hacia 1840. En el último tramo de la novela rememora la peste que en 1630 devastó el Milanesado, entonces bajo la corona de España.

Salvo dos, todos los textos de esta selección corresponden al ‘Diario’ del creador de Robinson Crusoe. Los dos únicos textos de Manzoni son los incluidos bajo el epígrafe ‘La estúpida y letal confianza’.

Para los fragmentos de Defoe se ha utilizado la edición de Seix Barral de 1996, en traducción de Pablo Grosschmid; los textos del clásico italiano provienen de la edición de Akal de 2015, en traducción de Itziar Hernández Rodilla.

‘La estúpida y letal confianza’

De cuando en cuando, ora en este, ora en aquel barrio, alguien se contagiaba, alguien moría; y la rareza misma de los casos alejaba la sospecha de la verdad, confirmaba cada vez más al público en aquella estúpida y letal confianza en que no era peste, ni lo había sido siquiera un momento.

[Pese al informe recibido por el Tribunal de Sanidad el 30 de octubre de 1629, tras lo cual cerró el acceso a la ciudad de Milán a las personas procedentes de pueblos donde el contagio se había manifestado], el 18 de noviembre promulgó el gobernador un bando en el que ordenaba fiestas públicas por el natalicio del príncipe Carlos, primogénito del rey Felipe IV, sin sospechar o prestar atención al peligro de una gran concurrencia en tales circunstancias: todo como en tiempos ordinarios como si no le hubiesen hablado de nada.

‘Imaginaban que se librarían’

Todos estaban como si no hubiesen recibido advertencias, ni experimentado expectativa o aprensiones de ninguna clase, por lo que no se prepararon públicamente reservas de ninguna índole para ello.

Tenían la convicción de que no serían visitados o que, si lo eran, la peste no se manifestaría con tanta violencia entre ellos.

Como ahora estoy hablando de la época durante la cual la peste hacía estragos en el extremo más occidental de la villa y de cómo, durante mucho tiempo, los habitantes de aquellos lugares imaginaban que se librarían de la peste, y de cómo quedaron sorprendidos cuando esta llegó efectivamente hasta ellos.

He pensado con frecuencia en la situación de desprevención en que se hallaba la totalidad de la población cuando este azote empezó a abatirse sobre ella; y la manera en que, por falta de medidas y disposiciones adecuadas, tanto públicas como particulares, cayeron sobre nosotros todos los trastornos posteriores y tan enorme cantidad de personas murió en el desastre (…) y que ello puede constituir un ejemplo y una advertencia a ser tenidos en cuenta para la posteridad.

La política

Entre nuestras desgracias menciono también el hecho de que cuando cesó la infección, no cesase también el espíritu de contienda y disputa, de difamación y de censura que había sido, en verdad, el factor más perturbador de la paz de la nación.

Muchas conciencias despertaron; muchos corazones de piedra se fundieron en llanto (...) Pero cuando al enfermedad hubo pasado, desapareció ese espíritu de caridad y las cosas volvieron de nuevo a su cauce antiguo.

La bolsa o la vida

Me enfrentaba a dos cuestiones importantes: una de ellas era el manejo de mi tienda y mi negocio, que era de consideración y en el que estaba embarcado todo lo que yo poseía en el mundo; la otra era la preservación de mi vida en la calamidad tan funesta que, según veía, iba a caer sobre toda la ciudad.

Calles vacías

Era sorprendente ver aquellas calles, habitualmente atestadas de gente y que ahora estaban desoladas, tan vacías que si yo hubiera sido un forastero que hubiese perdido su camino, algunas veces hubiera tenido que andar la longitud de toda una calle sin ver a nadie que me pudiera orientar, salvo los vigilantes puestos en las puertas de las casas cerradas [con contagiados dentro].

Prohibición de festejos

Se prohibió la representación de todas las comedias y entremeses que se habían montado de manera imperante en la Corte Francesa y que comenzaban a multiplicarse entre nosotros. Se cerraron y suprimieron mesas de juego, salas de baile públicas y salones de baile.

Se postergaron todos los festejos públicos, particularmente los de las compañías de esta villa, y las cenas en tabernas, cervecerías y otros lugares de esparcimiento público, hasta nuevo aviso y autorización.

Economía paralizada

A partir de ese instante todo el comercio, salvo el de artículos de primera necesidad, quedó totalmente paralizado.

Todas las naciones comerciantes de Europa tenían miedo de nosotros. En consecuencia, nuestros mercaderes estaban totalmente inactivos; sus barcos no podían ir a ningún sitio del extranjero (…) Si el barco procedía de Londres no permitían su entrada en puerto (…) y esta medida fue aplicada especialmente en España y en Italia.

Transcurrió mucho tiempo desde la desaparición de la peste hasta el momento en que nuestro comercio pudo rehacerse en aquellas regiones del globo.

Desempleo masivo

Se vieron inmediatamente en la miseria todos los maestros de manufactura especialmente los que trabajaban en artículos de adorno y prendas de vestir menor necesarias; tapiceros, ebanistas, carpinteros, fabricantes de espejos, funcionarios de aduanas, marineros, barqueros, carreteros, ladrilladores, albañiles, ensambladores, enlucidores, pintores, vidrieros, herreros, fontaneros y todos los operarios que dependían de los mismos, lacayos, sirvientes, tenderos, jornaleros, tenedores de libros de comercio, criadas.

Ayudas públicas

Puede ser útil hacer notar que el cuidado del Corregidor y de los regidores en distribuir grandes cantidades de dinero en auxilio de los pobres durante esa época, hizo que muchísima gente, que de otra forma hubiese perecido, haya podido conservar la vida.

Vías de contagio

La infección entraba generalmente en las casas de los ciudadanos por conducto de los sirvientes, a quienes se veían obligados a enviar de un lado a otro por las calles en busca de todo lo necesario (…)

Fue esta necesidad de salir de nuestras casas para comprar provisiones una de las principales causas de la ruina de toda la ciudad.

La peste fue propagada insensiblemente y por personas que no aparentaban estar enfermas, que ni siquiera sabían que tenían la peste ni sabían tampoco por quién habían sido contagiadas.

La penetrante y aguda naturaleza de la enfermedad misma era tal, y el contagio se recibía de un modo tan imperceptible, que mientras estuviésemos en el lugar de la catástrofe no había precaución, por extremada que fuese, que nos pudiese preservar de ella.

Precauciones

Es cierto que la gente tomaba las mayores precauciones posibles. Si alguno compraba un cuarto de res en el mercado, no lo tomaba de manos del carnicero, sino que lo cogía él mismo de los ganchos. Por otra parte, el carnicero no hubiera tocado el dinero, sino que lo hacía poner en un pote lleno de vinagre que tenía dispuestos para ese propósito. Los compradores llevaban siempre calderilla con el fin de poder juntar cualquier suma desigual, para no tener que recibir cambio. Llevaban frascos de perfumes y esencias en las manos (…) mas los pobres no podían hacer ni siquiera cosas semejantes, por lo que habían de exponerse a los mayores peligros.

Incongruencias

Y que no se tolere que vecinos ni amigos acompañen el cadáver a la iglesia.

Ha de decirse en honor de la población de Londres que, durante toda la época de pestilencia, nunca se cerraron totalmente las iglesias ni los lugares de congregación, ni el pueblo faltó nunca al culto público del Señor.

Picaresca

Es verdad que parecía muy duro y cruel el cerrar con llave las puertas de las casas [donde había algún contagiado] (…) Esto llevó a la gente a utilizar todo tipo de estratagemas destinadas, si era posible, salir. Llenaría un pequeño volumen el enumerar las artimañas empleadas por la gente de tales casas.

Médicos en primera línea

La peste desafió todo remedio; hasta los mismos médicos fueron contaminados (…) No se incurre en detracción alguna del trabajo o de la dedicación de los médicos al decir que también ellos sufrieron la calamidad común; es más bien digno de elogio que hayan arriesgado sus vidas hasta el punto de perderlas al servicio de la humanidad.

También murieron muchos charlatanes que cometieron la locura de confiar en sus propias medicinas.

‘Fake news’

La peste fue ya por sí misma terrible, y muy grande la miseria del pueblo (…) pero el rumor fue infinitamente mayor y no es de extrañar que nuestros amigos extranjeros dijesen que en Londres morían veinte mil personas por semana, que los cadáveres yacían insepultos a montones, que los vivos eran incapaces de enterrar a los muertos (…) y les costó trabajo creernos cuando les informamos de cómo habían transcurrido las cosas en la realidad.