No se le escapó. Lo dijo porque quería decirlo. Juan Marín es un político lo bastante experimentado como para no improvisar en un asunto de tanta trascendencia como el de que Cs y el PP puedan llegar a formar tándem electoral en Andalucía, como ya lo han hecho en Navarra.

El presidente de Cs Andalucía y vicepresidente de la Junta lo dijo en un acto en Málaga en presencia del expresidente y fundador del partido Albert Rivera, a su vez cada día más escorado hacia la derecha desde que dimitió de la vida pública y regresó a la privada blindado con una nómina nunca por debajo de las seis cifras.

Aunque su presencia conjunta en Málaga pudiera obedecer a razones personales, Marín está políticamente más cerca de este Rivera que de Inés Arrimadas. Otra cosa, bien distinta, es saber dónde está exactamente esta Arrimadas.

Al haber cedido los ropajes de la moderación y el centrismo al presidente Juan Manuel Moreno y haber asumido sin complejos el papel de martillo de herejes socialistas, no es incoherente que Juan Marín haya dado este nuevo paso de abrir la puerta a una fusión electoral con el PP que a la postre –a nadie se le escapa– acabará siendo una absorción en toda regla.

La opción planteada por Juan para su partido es arriesgada a medias: no lo es para él personalmente, que tendría garantizado un puesto de elección segura en las listas electorales de una virtual Andalucía Suma, pero sí para Ciudadanos como partido diferenciado y con una agenda política distinta de la del Partido Popular.

¿Ha dejado Marín de creer en Cs como proyecto genuinamente centrista y liberal? ¿No advierte el líder naranja que su enseñamiento público con el Partido Socialista arruina su biografía de político templado y desdibuja sus credenciales liberales? ¿Acaso no se da cuenta de que ni sus palabras ni sus actos lo diferencian ya del Partido Popular?

Lo sorprendente de Marín no es tanto que se equivoque como que lo haga sin tener urgencia ni necesidad de hacerlo. Otros políticos, como Pedro Sánchez en España o Susana Díaz en Andalucía, también se han equivocado, pero lo han hecho porque les iba en ello su supervivencia: tenían un buen motivo para equivocarse. La lógica de sus errores puede entenderla todo el mundo a poco que se lo proponga.

La lógica de los errores de Marín es difícil de adivinar, salvo que la circunscribamos a intereses puramente personales, lo cual sería, además de injusto, prematuro. Digamos que Marín está enseñando una patita que no tenía necesidad de enseñar. Y digamos también, no sin cierta aflicción, que la sombra de esa impúdica exhibición de la extremidad inferior derecha oscurece irreparablemente la trayectoria de un político imperfecto pero cabal.