Cuando uno está con la soga al cuello, el arte de mentir a los prestamistas, empieza con la obligada austeridad, el activismo emprendedor, las fábulas del estafador, la esperanza de lo que no llega; pero en tu interior el que insiste es el miedo a que amanezca.

A Rajoy le persiguen aquellos señores de la usura en forma de mercado, con su niña “la prima de riesgo” gritando por las nubes. Si la Iglesia fuera más católica, don Mariano, se podía encomendar al doctor Seráfico, San Buenaventura, estigmatizador de los que prestaban dinero a ganancia por ser compradores del tiempo del ser humano; no que ahora lo más que puede hacer entre plegarias íntimas, es hacer la vista gorda a la Banca Vaticana.

El presidente del gobierno es aficionado al ciclismo de sillón y vapor de puros, entiende bien el trabajo de los domésticos en el pelotón de ciclistas, de los chupa ruedas, de las escapadas sin ton ni son, pero se le ha atrofiado la interpretación del papel de líder, el buen hombre cuando se ha enfundado el maillot de los votos, no sabe que piñón poner y funciona con el freno echado en una fuga a tumba abierta.

Ya nadie es lo que es, porque la codicia todo lo ha trastocado, contra las cuerdas están los prestamistas oficiales, aquellos de los impíos montes de piedad, cajas de ahorros, que por el arte de la carpintería financiera, han pasado a ser bancos de patas blandas, con su ahorro en ladrillos frágiles como castillos de naipes.

Por lo peor que nos pasa en nuestras economías particulares deducimos lo mal que lo han hecho los cajeros y banqueros, porque por sueldos, despidos, primas de beneficios, mansiones, yates y otros, se desenvuelven como si nos hubieran hecho un favor por ocuparse de nuestras miserias. Los señores de la usura, los antiguos matatías, financieros de pro, controladores, los políticos de almadraba, parece que no tienen para el PP que dar explicaciones por sus tropelías. Es más, sin el menor sonrojo, que los rojos son los otros, su estrellado Rato, rebate los números de su patada en el culo en Bankia, para ponerse en expectativa de destino.

Las tranquilizadoras pruebas de estrés bancario, no nos han dado crédito, ahora nos tienen que dar crédito los guardianes del descrédito. Se nos exigen las cuentas diáfanas en el mundo mundial de los G-20, y mientras los contables despejan las incógnitas, en la sien nos apunta el cañón del “rescatazo”, a llamar como gusten los expertos en tonterías lingüísticas de consejeros políticos.

Estamos en manos de matatías, financieros de alto riesgo, señoras y señores a los que solo les tranquiliza la cuenta de lo que se pueden llevar de los deslices de nuestra solvencia. Aclaremos las cuentas, los cuentos y mantenemos a los cuentistas. Por la cuenta que nos trae, incluso podemos ayudarle a Rajoy con un pacto, para que no le de la última calada al puro.