Electores socialistas y dirigentes locales que no están ‘en la pomada’ de la negociación ni en los secretos manejados por Ferraz se preguntan si los estrategas del equipo de Pedro Sánchez no manejarán algún argumento, algún dato, algún escenario que el común de los ciudadanos desconoce pero cuyo despliegue táctico en el lugar y el momento adecuados demostrará que el presidente sabía muy bien lo que hacía cuando decidió arriesgarse a una repetición de las elecciones.

Adivinar qué pasa por la mente de los dirigentes federales del Partido Socialista no es fácil. La corriente de entendimiento que suele existir entre un líder y sus seguidores, según la cual lo que aquel hace no necesita de mayores explicaciones porque conecta con las aspiraciones, expectativas y esperanzas de estos, esa corriente entre Sánchez y una buena parte de sus votantes tal vez no se ha quebrado, pero pasa por uno de sus momentos más delicados.

Unidos, podemos

La ancha franja de electores socialistas situada a la izquierda del espectro de votantes históricos del partido no entiende qué está pasando: sigue confiando en el buen criterio de su líder, pero no es capaz de explicarse su conducta.

Les ocurre, salvando las distancias, como a aquellos comunistas de los años 30 cuando se enteraron del pacto que Stalin había firmado con Hitler: no sabían a qué diablos venía aquello, pero estaban seguros o al menos querían creer que la conducta del líder soviético se sustentaba en razones de peso que en su momento el Kremlin daría a conocer.

En el mitin de ayer en Toledo, Pedro Sánchez exhibió una unidad de los socialistas que no es ficticia ni insincera, pero que está basada únicamente en la fe, no en la coincidencia de pareceres. Muchos dirigentes locales del PSOE confían en Pedro, pero no saben muy bien por qué hace lo que hace.

Derrota versus cesión

Es difícil sustraerse a la sensación de que el núcleo dirigente de Ferraz no ha querido hacer todo lo que estaba en su mano para evitar las elecciones: es cierto que Pablo Iglesias se equivocó estrepitosamente el 25 de julio cuando rechazó el Gobierno de coalición que, no sin muchas reservas, había acabado ofreciéndole Pedro Sánchez, pero no parece argumento demasiado convincente ni demasiado veraz decir que, como Podemos dijo entonces que no, inevitablemente la oferta ha caducado para siempre.

Y tampoco resulta muy concluyente el argumento socialista de que su actual oferta programática a Podemos es una especie de tercera vía, intermedia entre la de uno y la del otro, cuya aceptación por Unidas Podemos permitiría un desenlace sin vencedores ni vencidos.

No es cierto: para los morados, renunciar al Gobierno de coalición después de haber aceptado el veto de Sánchez a su líder, sería una derrota en toda regla, mientras que para los socialistas sería simplemente una cesión. Una cesión con inconvenientes, con no pocos riesgos y contraindicaciones, pero una cesión al cabo.

La pregunta

Pedro Sánchez se hizo ayer en Toledo una pregunta que se también se hacen militantes y electores socialistas: “Si con 151 escaños fuimos capaces de hacer lo que hicimos en estos doce meses, ¿con 165 qué no seremos capaces de hacer?”, decía el presidente.

Y añadía: “Tenemos los votos, tenemos los escaños y tenemos un programa común progresista; invito a Unidas Podemos a que dé un paso al frente, a que desbloquee, a que tengamos una investidura para una legislatura y un Gobierno progresista”. Es exactamente la misma frase que podrían pronunciar los dirigentes de Unidas Podemos simplemente sustituyendo en ella el nombre de la confederación de izquierdas por el nombre del Partido Socialista.

Pedro quiere el Gobierno pero no quiere pagar por él el precio que le ha puesto el único partido que puede dárselo. Un precio que el PSOE considera alto, pero que el mercado de la política nunca calificaría de disparatado o abusivo.

Pablo quiere que haya Gobierno pero tampoco quiere pagar el precio que pone el único hombre que puede presidirlo. Ese precio de no tener ministros en el Gobierno es para Podemos demasiado alto, pero también debería saber que el mercado de la política nunca calificaría ese precio de disparatado o abusivo.

Son ambos, PSOE y Unidas Podemos, quienes, al enfocar las negociaciones del modo ventajista y codicioso en que lo han hecho, han acabado poniendo un precio disparatado a lo que en rigor nunca lo tuvo.