El de ayer en la Fundación Cajasol fue un debate melancólico. En realidad, hubo más melancolía que debate propiamente dicho, pues quien programó el acto no estuvo del todo acertado al juntar en una misma mesa a dos personas que, en todo lo sustancial y en gran parte de lo accesorio, albergaban ideas y sentimientos parecidos.

El periodista de Abc Ignacio Camacho y el catedrático de Constitucional Francesc de Carreras fueron convocados bajo el epígrafe de ‘El embrollo catalán y la España posible’, título del encuentro complementado con el subtítulo ‘Un diálogo entre Andalucía y Cataluña por un modelo territorial de convivencia’.

Presentado y moderado con pulso y paciencia por la periodista Lalia González-Santiago, Camacho y Carreras hablaron mucho más del embrollo catalán que de la España posible: y no solo porque en la descripción y las causas del ‘embrollo’ ambos estaban de acuerdo, sino porque ninguno de los dos, ni nadie en este país, sabe cómo diablos articular esa España posible cuando dos millones de catalanes están empeñados en hacerla imposible.

El precedente

La sesión anterior de este ciclo de debates fue más instructiva porque sus protagonistas, el expresidente andaluz José Rodríguez de la Borbolla y el periodista catalán Enric Juliana, tienen puntos de vista bastante distintos sobre el conflicto catalán, aunque no tanto como para hacer imposible el diálogo. Ayer, en cambio, ese diálogo era imposible por la incomparecencia de puntos de vista diferentes.

Aun así, el encuentro resultó provechoso, y no tanto por lo que se dijo como por lo que se traslució. Y lo que se traslució fue un pesimismo de los dos intervinientes que la mayoría de los melancólicos asistentes parecían compartir.

Cómo salir de esta

Ni Carreras ni Camacho –insistamos: ni nadie– saben muy bien cómo salir de esta, y casi mejor que no lo sepan, pues las sugerencias del periodista sevillano para hacerlo son un poco inquietantes: “Hay que desmontar las estructuras nacionalistas, entre ellas TV3; ha habido dejación del Gobierno de España en Cataluña; aquí tiene que ganar alguien y perder alguien, esto no puede acabar en empate, hay que infligir al nacionalismo una derrota melancólica. La firmeza está mal vista hoy en política, pero el Estado tiene que ejercer su autoridad democrática porque los golpistas no han sido derrotados y volverán a intentarlo cuando calculen que tienen masa crítica suficiente para hacerlo; si llegan al 55 por ciento de respaldo social, España tendrá un problema grave, en Cataluña y ante las instituciones europeas”. Uf.

Como el tiempo para las preguntas del público fue demasiado breve, no hubo ocasión de preguntarle a Camacho si el remedio de la mano dura no podría agravar la enfermedad y disparar los apoyos sociales hasta ese temido 55 por ciento que el periodista identificó lúcidamente.

Compañeros de viaje

El punto de vista del catedrático coincidía con el del periodista más en el diagnóstico que en el remedio. No en vano y aunque cofundador de la plataforma que daría lugar al partido Ciudadanos, Francesc de Carreras proviene de la izquierda y sigue siendo un ciudadano de izquierdas.

Si Camacho es la derecha dura pero ilustrada, Carreras es la izquierda comedida pero desolada, si bien el conflicto catalán los ha convertido en compañeros de viaje unidos por una misma indignación.

El hecho de que a ambos los indignen las mismas cosas hace difícil que aquellas que los separan tengan ahora importancia: la volverán a tener cuando remita la indignación, pero eso va para largo.

Pujol y el ‘procés’

Carreras hizo un relato demoledor, aunque tal vez sesgado, de los 23 años de gobiernos convergentes durante los cuales Jordi Pujol habría tenido como prioridad estratégica –pero no explicitada públicamente– la llamada ‘construcción nacional’. Para Carreras, el ‘procés’ habría comenzado a gestarse en realidad hace casi 40 años con el primer Estatut, si bien el salto cualitativo en el discurso histórico del nacionalismo habría tenido lugar hacia 2004, cuando sus estrategas, conscientes de que lo identitario era insuficiente para sumar la masa crítica necesaria, introdujeron la variable del ‘España nos roba’, documentada con las ya célebres balanzas fiscales.

El cóctel formado la crisis económica brutal que vino después y el ‘España es un mal negocio para Cataluña’ fue, en opinión de Carreras, lo que provocó el incendio que hoy nadie parece capaz de sofocar: el independentismo saltó del 15 al 40 o 50 por ciento, y ahí sigue.

Una propuesta líquida

Aun así, el autor de ‘Paciencia e independencia: cómo se fraguó la quimera nacionalista’ no comparte las soluciones duras de perfil aznarista, sino más bien las blandas de perfil zapaterista: en su opinión, la mejor manera de bajar los porcentajes de independentismo es “mejorando España”, haciendo reformas institucionales y económicas que hagan más atractivo el proyecto de país.

Huelga decir que Camacho difícilmente habría estado de acuerdo con la propuesta líquida de su interlocutor, pero se abstuvo de entrar en polémicas. Indignarse por las mismas cosas une mucho y es un hecho valioso por sí mismo: no vale la pena echarlo a perder discutiendo sobre ‘el bien futuro’ cuando ni siquiera ‘el presente está seguro’.