Javier Arenas Javier/, quién te ha visto y quién te ve/, ayer capitán general/ de las huestes del PP/ y a esta hora amenazado/  por Luis y su caja B. Parece que solo el romancero popular podría dar cuenta fiel de la leyenda de Niño Javier, un hombre que siempre se dio buena maña para la política pero que, como los grandes ciclistas cuyos mejores años coincidieron con un Eddy Merck o un Miguel Induráin, tuvo la desgracia de coincidir en Andalucía con un PSOE que entonces lo ganaba todo. Cuando dejó de ganarlo, Javier ya no estaba allí.

La leyenda de Arenas sería trágica si no fuera porque la política y una escrupulosidad más bien flexible le han hecho ganar muchísimo más dinero del que ganaron tipos de su misma generación política, como Manuel Chaves, que siempre le ganó en las urnas pero jamás en la cuenta corriente.

Lo mucho que ha ganado Arenas y lo poco que ha ganado Chaves no ha operado, sin embargo, en sus biografías como una mancha para uno y un blasón para el otro. Antes al contrario: las derechas no suelen respetar a un líder sin posibles, sea cual sea el origen de estos; quieren líderes no necesariamente ricos, pero sí bien instalados. Un líder de derechas que sea pobre tiene mala conciencia por serlo; todo lo contrario que uno de izquierdas, que la tiene si es rico.

Dos hechos lacerantes

A la desgracia de que los mejores años de Arenas coincidieran con la insoportable hegemonía socialista andaluza se sumarían dos hechos lacerantes: en 2012, la guasa cruel de no alcanzar el poder la única vez que ganó las elecciones; y en 2018, la circunstancia dolorosamente irónica de ver que, con los peores resultados de la historia, sí lo alcanzaba un chupatintas del partido como Juan Manuel Moreno a quien el día anterior a las elecciones todo el mundo, empezando por él mismo, daba por muerto.

Moreno dice ahora que el caso de la caja B es cosa de hace una década y que todos los involucrados están fuera de la política. No es cierto: hay al menos uno que no lo está, se llama Javier Arenas, sigue siendo senador y obtuvo el escaño porque Moreno y el PP andaluz así lo decidieron.

De un modo otro, de casi todos los lances ha salido Arenas bien parado, pues pertenece a esa estirpe de políticos a quienes amigos y enemigos acaban perdonándoles casi todo: no porque no haya traicionado a unos u ofendido a otros, sino porque siempre tuvo un talento singular para que los amigos disculparan sus traiciones y los enemigos sus ofensas. 

Aun con tantas derrotas electorales a cuestas, Arenas nunca perdió su encanto, su desahogo, su cercanía ni, por supuesto, su bronceado. Es cierto que como amigo de sus amigos nunca fue, por decirlo de forma benévola, completamente fiable, pero en la comparación con otros políticos de su partido que han ocupado puestos o compartido expectativas similares, Arenas suele salir ganando.

Gana en la comparación con Moreno y gana en la comparación de María Dolores de Cospedal: el talento del de Olvera para hacer amigos era equiparable al de la de Albacete para hacer enemigos: tan fácil como perdonar a Arenas era detestar a Cospedal. A eso, en Sevilla lo llaman tener arte.

¿El Chernóbil de Génova?

Los papeles de Luis Bárcenas y sus declaraciones ante la Fiscalía señalan a Javier Arenas como uno de los beneficiarios de los sobres en B –unos 230.000 euros en su caso– que Génova repartía a sus dirigentes más privilegiados. Es improbable, sin embargo, que alguien pueda demostrar no ya que hubo tales cobros, sino que estos reunían los requisitos penales para ser considerados, tantos años después, delito fiscal.

La otra cara de la moneda es que para el PP andaluz Javier Arenas se ha convertido en un apestado. La caja B del PP empieza a ser el Chernóbil de Génova y Arenas era uno de los ingenieros que estaba en la sala de máquinas cuando sucedieron los hechos (que tanto trabajo, por cierto, le está costando investigar a la justicia.

El nombre de Javier Arenas Bocanegra está contaminado. Su acta de senador, también. Serán precisas severas medidas de aislamiento para impedir que contagie al presidente de la Junta.