El consejero de Educación y Deporte de la Junta de Andalucía entró tarde en política, fue hace apenas dos años en Cs, pero no lo hizo para triunfar. Él ya venía ‘triunfado’ de casa.

Hay políticos a quienes les pierde la falta de confianza y hay otros a quienes les pierde el exceso de ella. Hasta donde su conducta nos permite conjeturar, Javier Imbroda es de esta segunda clase.

Y no le faltan buenos motivos al consejero para el desahogo: aunque no sea el único en el Hospital de las Cinco Llagas con una situación económica desahogada, Imbroda es el único parlamentario andaluz del que puede decirse que es millonario, el único que atesora millones en su cuenta corriente.

Que en estos tiempos alguien que no necesita de la política se embarque en ella, con todos los sinsabores y riesgos que ello supone, le honra. Interesarse por la política es interesarse por lo colectivo, por lo de todos, y pocos ricos lo hacen.

Su saneada economía familiar hace de él no ya una rara avis, que también, sino alguien a quien no pocos de sus compañeros de la Cámara, sean del color político que sean, admiran secretamente. Para los pobres, que somos casi todos, la riqueza es un hecho misterioso, siempre envuelto en una cierta aureola de fascinación.

Pero eso es porque los pobres tenemos mucha imaginación cuando se trata de dinero. En realidad, todo es mucho más sencillo. Ernest Hemingway lo sabía bien. En cierta ocasión, su amigo Francis S. Fitzgerald le había dicho:

–Los ricos son distintos a nosotros.

Y Hemingway contestó:

–Sí, Francis, tienen más dinero.

Entre los periodistas, gente pobre en general, el dinero suscita interés, cuando no devoción, incluso cuando es heredado: no digamos cuando es fruto del trabajo y el talento de quien lo disfruta. Tal vez por eso hayan sido hasta ahora tan indulgentes con los errores de Imbroda, y ello a pesar de tratarse de errores no ya llamativos, sino algo peor en política: errores innecesarios, prescindibles.

Javier Imbroda ha sido uno de los nombres más importantes en el exitoso baloncesto español, pero hoy todos sabemos que si hubiera dirigido al Unicaja o a la selección española como está dirigiendo la Consejería de Educación, es seguro que no habrían cosechado los éxitos que cosecharon.

¿Qué le pasa, pues, a Imbroda? ¿No sirve para consejero porque le faltan ciertas aptitudes o porque le sobran otras? ¿Pone suficiente celo en su trabajo? ¿Se mira a fondo los papeles? ¿Es meticuloso? El reciente nombramiento para Sevilla de un delegado que estaba procesado por estafa y otros delitos es síntoma de desatención, de descontrol, quizá de desidia.

Se diría que Imbroda se ha tomado su destino en Educación no como un fin en sí mismo, sino como algo transitorio, como un entrenamiento antes del partido de verdad, la parada secundaria pero obligada hasta alcanzar un puesto acorde con su ambición o su talento. Imbroda parece actuar como si estuviera de paso en Educación. Puede que no sea así, pero lo parece.

¿Está en condiciones de redimirse de sus muchos errores? ¿Tiene la suficiente fortaleza y confianza en sí mismo para remontar el adverso resultado que arrastra en este primer cuarto del partido? Quien ha tenido tanto talento para hacer dinero no tiene por qué no tenerlo para hacer política.