Viernes, 8.05.- Despierto con gran sanidad de cuerpo y alma. Me esperan a las diez. Por fin, trabajo presencial. La emoción de la vieja rutina, la elección de la ropa, una reunión de trabajo. Diez minutos antes, a las puertas. Para pronto ya era tarde.

Viernes, 10.05.- Debo reconocer y reconozco que las mascarillas y los dos metros (mínimo) de distancia crean un clima rarito. Cada uno en un ascensor para subir ocho plantas. Usaba guantes y un lenguaje de plaza fija. Estuve en Alemania unos meses de mocica. Me enseñaron lo difícil que es encontrar un funcionario alemán. Ni siquiera en Alemania.

Viernes, 10.41.- Los grandes espacios vacíos sin funcionarios me producen una íntima satisfacción, una vieja reminiscencia de querencias maravillosamente imposibles de un mundo sin quince pagas ni días de asuntos propios. Los asuntos propios, dios mío, ese tío/a debería tener una estatua (Yuyu).

Viernes, 10.42.- A las puertas del inmenso edificio circular no puedo dejar de acordarme de los muchísimos apellidos de doble ancho de banda de la más rancia capitalidad sevillana que trabajan en la autonomía contra la autonomía, o sea, pijos siempre así que votan a Vox. Si los malos estudiantes de FP experimentan mutación intelectual cuando se afilian a los sindicatos para hacerse fijos, éstos de las derechas son todavía más tontos: votan a los políticos que quieren acabar con su sueldo.

Viernes, 10.45.- Da risa pero es así: consejero, pongamos de Almería, que llega a la capital. Primera inmersión en la "vida real": cena en casa de un marqués y tres encantadores empresarios. "Oye, tengo un sobrino que no acaba de terminar la carrera".  Las izquierdas, cuando ganan, no se acuerdan de volver a los bares de fritanga y sudor que le dieron los votos. Pronto se aprenden los palacios.

Viernes, 11.35.- Guasap de mi altocargo: "cuarenta y cinco días sin tomar agua con gas, he prometido la primera copa de la libertad a más de veinte personas". Hip. Y me lo creo. Ese hígado nuevo necesita arreglar el mundo. Otra vez.

Viernes, 16.55.- Estalla el ocho de marzo casero, la heroínas de Chicago, la explotación intensiva en forma de mocho, fregona  y pañales, machismo de cristasol. Los niños lloran, ellos suben la voz reivindicando logros sobre la complejidad del lavavajillas. Mi altocargo se retira a sus libros. Los intelectuales siempre se han llevado mal con los estropajos. No es el coronavirus: es la poca vergüenza.

Viernes,18.32.-  Siempre he pensado que pagaría con gusto un céntimo de mi sueldo pequeñoburgúes por la cita de cada uno de los grandes que conocí y luego me dieron vidilla para escribirlos. Me dijo Suárez, guapo y chulo: queredme menos y votadme más. Pero muero con Alfonso Guerra, intentando no ahogarse de autosuficiencia.  Todos los días 24 desde hace seis meses se repite el escenario. Él (Guerra) me dice: si hubiera que leer un solo libro en la vida yo recomendaría 'El mundo de ayer, de Stefan Zweig. Eso ocurrió a mediodía en el local donde tapeó Obama, lo que a su vez nos llevó a Rilke y a Capitol, lo que hizo inevitable la cita sobre la perfección de los textos y la forma de perseverar en la deliciosa impaciencia.