El número dos de la dirección federal del PSOE y ministro de Fomento, José Luis Ábalos, no utilizó un lenguaje descarnado, pero todo el mundo le entendió perfectamente cuando, preguntado sobre si Susana Díaz debería dimitir por los malos resultados del domingo, pronunció estas palabras: “Eso forma parte de nuestra responsabilidad, como dirigentes sabemos lo que tenemos que hacer siempre. Nuestro papel –añadía– está subordinado al éxito de nuestro proyecto político y siempre estamos a disposición de la organización que con generosidad siempre nos ha otorgado la confianza”.

Desde luego, en la calle San Vicente de Sevilla, sede de los socialistas andaluces, interpretan sin paños calientes el mensaje cifrado de los federales: Ferraz ha desenterrado el hacha de guerra contra Susana Díaz al abrigo de la derrota sufrida en las elecciones autonómicas de ayer, donde el PSOE ganó pero se dejó en el camino 14 diputados y más de 400.000 votos.

Las heridas del 2-D

El resultado deja herida a Susana Díaz, aunque está por determinar el alcance exacto de las lesiones sufridas en la cruenta batalla del 2-D. Pedro Sánchez y los suyos parecen pensar que tales heridas son mortales de necesidad, salvo en el muy improbable caso de que Díaz sea capaz de conservar el Gobierno de Andalucía.

Ábalos ha dicho en su comparecencia de este lunes ante los medios que Díaz debe intentarlo, pero que si fracasa el camino es irse a casa y, en ningún caso, facilitarle el Gobierno a Ciudadanos; si los naranjas quieren gobernar, ha venido a decir Ábalos, que asuman el coste de hacerlo con los votos ultraderechistas de VOX. Pero lo que deberían hacer, les ha sugerido consciente de que no le harán mucho caso, es abstenerse como hizo el PSOE con Mariano Rajoy.

La alegría apenas disimulada de algunos sanchistas imprudentes se asemeja a aquella de los agricultores de las tierras altas cuando comenzó el Diluvio Universal: pensaban que el gran chaparrón no iba con ellos. El problema, razonan fuentes socialistas, no es Susana Díaz, sino el PSOE. Andalucía, recuerdan, ha sido la primera batalla electoral, pero pronto vendrán otras y hay que estar preparados para afrontarlas unidos.

Díaz no se rinde

En el PSOE andaluz no ven las cosas como en Ferraz. Díaz entiende que ha ganado las elecciones con holgura sobre el Partido Popular y que lo prioritario es aislar a VOX. ¿Cómo? Continuando ella de presidenta con los votos de Ciudadanos y el consentimiento –léase abstención– de Adelante Andalucía.

Desde el otro lado de la frontera ideológica le devuelven su argumento: si tanto desea el PSOE trazar un cordón sanitario en torno a VOX, puede impedirlo haciendo presidente a Juan Marín, pues en caso contrario es seguro que Ciudadanos se aliará con el PP y con VOX para desalojar a los socialistas de San Telmo.

La decisión menos mala

A estos les está costando admitir lo que fuera del círculo más estrecho de Díaz es considerado una obviedad a la que no habría que darle demasiadas vueltas: que la derecha en conjunto tiene mayoría aritmética en el Parlamento y que hará uso de ella, ya sea de forma directa sumando sus 59 escaños –26 de PP, 21 de Cs y 12 de VOX– ya sea por vía indirecta sumando Ciudadanos sus 21 escaños con los 33 del PSOE y la abstención total o parcial de Adelante Andalucía.

Para el PSOE de Díaz no es una decisión fácil. Facilitar un Gobierno de Ciudadanos no sería una buena opción, sino simplemente la opción menos mala, la manera de ejercer un cierto control de daños. Echar a Ciudadanos en manos del PP y de VOX –en un escenario donde el PP habría valer su condición de ‘primus inter pares’ para hacer presidente a Moreno Bonilla– tal vez fuera mejor para los intereses del PSOE, pero es dudoso que lo fuera para los intereses de los ciudadanos de Andalucía.