La investidura fue el 16 de enero de 2019, con 59 votos a favor y 50 en contra. En unas pocas semanas los equipos negociadores del PP ultimaron desde Madrid la formación de un Gobierno de coalición con Cs y pactaron con Vox las condiciones que harían posible la investidura de Juan Manuel Moreno como primer presidente conservador de Andalucía en casi cuatro décadas de autonomía.

El principal lastre político del mandato de Moreno era entonces su dependencia de Vox, que dio alas al término ‘trifachito’ que la oposición acuñó con mucho menos éxito del previsto. Hasta la ruptura oficial por Vox, a finales de 2021, del pacto de legislatura suscrito en enero de 2019, San Telmo supo nadar hábilmente entre dos aguas.

Siendo cierto que Moreno había llegado a la Presidencia de la Junta gracias a la ultraderecha, también lo es que ha logrado afianzar una imagen pública de dirigente moderado al que, pese a la presión de Vox, todos los observadores han situado en la órbita templada de un Alberto Núñez Feijóo y muy lejos de la trayectoria populista y farolera de una Isabel Díaz Ayuso.

Es mérito del PP y demérito de Vox que, pese a los esfuerzos de éste, la legislatura no haya estado marcada a fuego por el estigma de la ultraderecha, cuyas victorias –auditorías privadas al sector público, restricción severa de fondos a la memoria histórica y al feminismo, teléfono de violencia doméstica o ayudas a la maternidad para combatir el aborto– no han tenido ni el impacto público ni la continuidad administrativa que los de Santiago Abascal esperaban.

Más allá de los disimulos gubernamentales, la quiebra de la estabilidad de que había disfrutado el Gobierno hasta el no de Vox a los presupuestos de 2022 ha sido el hecho político más relevante de la legislatura. No sin razón, el presidente había presumido en numerosas ocasiones de esa estabilidad que, según el discurso oficial, tan atractiva resultaba para los inversores.

Los estrategas de San Telmo debieron preguntarse entonces cómo afrontar que la enojosa circunstancia de haber perdido la tercera pata que sostenía al Gobierno: encontraron una solución altamente imaginativa desempolvando la pinza que, un cuarto de siglo antes, tan buenos réditos le había dado al Gobierno de Manuel Chaves cuando denunció la tenaza parlamentaria urdida al alimón por el PP de Javier Arenas y la Izquierda Unida de Luis Carlos Rejón.

Moreno y los suyos han puesto de nuevo en circulación la idea de la pinza –esta vez entre Vox y el Partido Socialista– para justificar la inestabilidad de la legislatura y la consiguiente debilidad del Gobierno. En una entrevista publicada este fin de semana, el presidente resumía la estrategia con esta frase: “La legislatura durará lo que quieran el PSOE y Vox”. Gran acierto propagandístico –tramposo pero grande– el de meter a los socialistas en el saco de los culpables de un virtual adelanto electoral.

El tercer aniversario de la legislatura ha coincidido también con una situación prácticamente de colapso de la atención primaria, inicialmente derivado del brío incontenible de la sexta ola del Covid-19, pero agravado por la ceguera política y la insensibilidad ciudadana del Ejecutivo al no renovar 8.000 de los 20.000 contratos de sanitarios incorporados al sistema para combatir la pandemia.

Este ha sido quizás el mayor error cometido por Moreno en un momento extremadamente comprometido, con usuarios, sindicatos, partidos, profesionales y organizaciones colegiales posicionados unánimemente en contra de la cicatería gubernamental y reclamando las mejoras tantas veces prometidas por el PP.

Aun así, las encuetas no pueden serle más propicias al Ejecutivo. Todas coinciden en que el PP no solo absorberá en las urnas a Cs, cuyo líder Juan Marín se ha dejado abducir sin resistencia por el partido de Moreno, sino que ampliará significativamente su distancia con Vox; a ello se suma un doble e inesperado regalo: la división cainita en el seno de la izquierda no socialista y la prolongada convalecencia del PSOE tras la conmoción que le supuso la pérdida de la Junta.

Teniendo en cuenta que en 2018 obtuvo el peor resultado del PP andaluz en toda su historia y aun así logró ser presidente; que llegó al cargo gracias a Vox pero se ha visto mucho menos contaminado por éste de lo que cabía esperar; que la estrategia suicida de Albert Rivera y la docilidad inverosímil de Juan Marín pondrán en sus manos y sin mover un dedo el capital electoral de Cs; y, finalmente, que la izquierda andaluza pasa por su peor momento en muchas décadas: teniendo en cuenta todo eso habrá que concluir que Juan Manuel Moreno Bonilla es, primero, un tipo con suerte y, segundo, un político más hábil de lo que presagiaba su mediocre expediente hasta llegar a San Telmo.