Ha llovido tanto y con una lluvia tan sucia, implacable e inmisericorde en los últimos años que la pregunta que se hacía el gran Zavalita podría dar pie a una edición extraordinaria del ‘Un, dos, tres, responda otra vez’. La pareja de concursantes sería española y el presentador les preguntaría: ’Como ustedes saben, la novela de don Mario Vargas Llosa ‘Conversación en La Catedral’ comienza con esta pregunta hecha por el periodista Zavalita: ¿En qué momento se jodió Perú? Bien, nombren cosas que se han jodido en España los últimos años’. Los concursantes se harían de oro. Pero la pregunta que hoy toca contestar es cuándo se jodió el PA, cuándo el andalucismo empezó a ser el cadáver que sus dirigentes enterrarán este sábado en Torremolinos en un congreso extraordinario –¡y tan extraordinario!– donde todos llorarán unas mismas siglas pero para muy pocos esas mismas siglas significarán exactamente lo mismo. Es como si, el día del sepelio, en el féretro fuera a haber un cadáver que al mismo tiempo fuera muchos cadáveres. ‘Yo, que tantos hombres he sido…’, decía el verso memorable de Jorge Luis Borges. ‘Yo, que tantos partidos he sido…’, podría decir el difunto Partido Andalucista. [cita alineacion="izquierda" ancho="100%"]ALEJANDRISTA Y PACHEQUISTA, NO ORTEGUISTA[/cita] Puede que en esa confusa sucesión de identidades estuviera desde el principio el germen de la interminable sucesión de fracasos políticos, electorales y finalmente existenciales del Partido Andalucista, que con Alejandro Rojas Marcos fue más bien de derechas pero sobre todo fue alejandrista, con Pedro Pacheco fue más bien de centrista pero sobre todo fue pachequista y con Antonio Ortega fue más bien izquierdista pero al menos por esa vez no fue orteguista. A Ortega lo sustituiría el exalcalde de Écija Julián Álvarez, con quien el PA se apresuró a ser julianista, aunque muy fugazmente, sin apenas convicción y como paso previo a no ser nada. Con su poco meditada y nada previsora estrategia en relación al nuevo –¿e innecesario?– Estatuto de Autonomía de Andalucía de 2007, contra el que finalmente el PA se quedó solo después de que el PP de Javier Arenas cambiara su no inicial por un matizado pero inequívoco sí, Julián Álvarez consiguió pasar de los cinco diputados de 2004 a los cero diputados de 2008. Él solo. Con estas manitas. La inteligencia, tenacidad y voluntarismo de su sucesora Pilar González no pudieron ya hacer nada para reanimar al moribundo terminal que, hacia 2008, Álvarez le había dejado en herencia. González hizo lo que pudo, pero ya no era mucho lo que se podía hacer. Su último relevo en esa accidentada carrera hacia la muerte sería Antonio Jesús Ruiz: si lo que González pudo hacer no fue mucho, lo que podía hacer Ruiz era prácticamente nada. Cuando llega a la secretaría general, a mitad de 2012, el PA era un cadáver en toda regla: el nuevo líder, que sin duda merecía más de lo que ha conseguido, intentaría resucitarlo a lo largo de los tres años siguientes, pero ni el PA era Lázaro ni Antonio Jesús era el Mesías. [cita alineacion="izquierda" ancho="100%"]EL PRÍNCIPE NO ESTABA SOLO DORMIDO[/cita] El último y desesperado movimiento de su dirección, ya a las puertas del camposanto, fue la candidatura a la Alcaldía de Sevilla de Pilar Távora: al PA le habría venido bien una candidata como Pilar… diez años antes. En 2015 nadie podía ya resucitar al muerto. El beso comprometido y generoso de Pilar Távora no podía ya despertar al príncipe andalucista, que, por lo que se vio el día de las elecciones locales, no estaba solo dormido. ¿En qué momento, pues, se jodió el PA? Es difícil precisarlo. Su inestabilidad inicial y decadencia final siempre tuvieron que ver con una cierta indefinición ideológica que jamás logró compensar con su ADN específicamente nacionalista: es difícil que en un territorio pobre germinen con fuerza los brotes nacionales sabiendo como sabe todo el mundo que la soledad política y territorial haría a ese territorio todavía más pobre, y no más rico como sí piensan, tal vez con razón, los patriotas de los territorios prósperos que persiguen la independencia. De entrada, mal negocio para cualquier nacionalismo tener que abrirse paso en el muy competitivo mundo de los nacionalismos con un himno que apuesta simultáneamente por “Andalucía, España y la Humanidad”, que es lo último que proclamaría un patriota que se preciara de verdad de serlo. Con unos mimbres tan explícitamente ecuménicos, difícil, muy difícil lo tenía el PA para triunfar como lo habían hecho y lo siguen haciendo los patriotas vascos o catalanes. [cita alineacion="izquierda" ancho="100%"]EL FATÍDICO MOMENTO[/cita] Pero si hubiera que precisar un momento en que se jodió el PA ese seguramente sería el 11 de marzo de 2004, fatídica fecha de los atentados de Atocha: ese y los siguientes fueron unos días sonámbulos protagonizados por un Gobierno sonámbulo cuyo presidente sonámbulo decidió temerariamente engañar al país para no perder las elecciones. Las cosas le salieron justo al revés: no engañó al país pero perdió las elecciones. Aquellos hechos polarizaron fuertemente al electorado y el gran beneficiario de aquella polarización fue el Partido Socialista, que en Andalucía recuperó la mayoría absoluta perdida ocho años antes y a resultas de cuya pérdida se había visto obligado a pactar con un Partido Andalucista que durante ese periodo pareció estabilizar su posición de bisagra del sistema político andaluz. Tras el 14-M, la renovada mayoría absoluta socialista hacía del todo innecesaria la muleta andalucista. Antonio Ortega, entonces consejero del Gobierno andaluz de Manuel Chaves, sospechó de inmediato lo que se le venía encima. Lo que se le vino encima. El PA salía del Gobierno andaluz en la primavera de 2004 y en el invierno de ese mismo año un congreso apeaba a Ortega de la secretaría general y la entregaba a Julián Álvarez, quien a la postre habría de ser su primer, aunque no único, sepulturero. El partido, naturalmente, no podía saberlo entonces. Y mucho menos lo supo el propio Álvarez, que seguramente ni siquiera lo sabe todavía, aunque en eso no sea el exalcalde de Écija muy distinto a otros del oficio: en política, muy pocos enterradores admiten haberlo sido. [cita alineacion="izquierda" ancho="100%"]LA MARIPOSA Y EL CICLÓN[/cita] Aquel 14 de marzo de 2004, que fue sin duda un punto de inflexión en la decadencia y caída del Partido Andalucista, debería estar siempre presente en los análisis de partidos todavía no asentados como Podemos y Ciudadanos: les ayudaría a entender cómo un hecho aparentemente ajeno a ellos, como los atentados del 11-M lo eran al PA, puede desencadenar una sucesión de causas y efectos devastadores. La metáfora del aleteo de la mariposa capaz de provocar un ciclón a miles de kilómetros tal vez no sea exacta en términos científicos, pero desde luego que lo es en términos políticos. ¿Habrían sido las cosas de otra manera si el andalucismo hubiera vuelto a entrar en el Gobierno de Chaves en 2004? Quién sabe. Antonio Ortega parecía estar cerca de consolidar el PA como una marca nacionalista de centro izquierda, pero sus planes se truncaron. Puede que se hubieran truncado de todas formas, ya que en aquel ideal andaluz de Blas Infante recogido en el propio himno andaluz –que siempre fue el himno del PA– estaba el germen de su propia destrucción: la apuesta por un nacionalismo algo narcisista, sí, pero tan desahogadamente ecuménico, abierto y solidario que parecía condenado a convertirse en lo contrario de lo que proclamaba ser al perseguir unos principios que ningún nacionalista debidamente xenófobo aceptaría jamás. Y aun así...aun así no podemos eludir la emoción, ese sentimiento entre irritado y compasivo que nos invade ante el joven que se ha estrellado con el coche que conducía temerariamente. Los dirigentes del PA tal vez no condujeron temerariamente, pero desde luego nunca fueron Fernando Alonso. El partido apenas tenía poco más de 40 años. Como diría Jethro Tull: demasiado viejo para la política, demasiado joven para morir.