¡Muera el hombre unidimensional! ¡Viva el hombre diverso y plural! El eximio médico Jesús Candel y el extravagante ciudadano Spiriman forman una trinidad de dos personas y un solo Ego Verdadero.

Otra vez la fábula moral del doctor Jekyll y míster Hyde viene en nuestro auxilio para iluminar el extraño caso de Spiricandel: por una parte, vecino ejemplar cuyo generoso compromiso civil movilizó a decenas de miles de granadinos en el otoño de 2017 para exigir a la Junta de Andalucía dos hospitales para la ciudad; por otra, un bocachancla de incontenible verborrea, disparando insultos y vomitando injurias contra todo aquel que le lleve la contraria.

Lo que su coraje profesional y su determinación ética levantaban un día, su facundia indocumentada y faltona lo destruía al siguiente. ¿Por qué será que nuestros héroes civiles, nuestros ciudadanos ejemplares, los pocos que tenemos –y tanto necesitamos– en una sociedad civil tan raquítica como esta, acaban antes o después devorados por la política, fagocitados por la televisión o ahogados en los patéticos efluvios de su propio ego?

Se diría que el doctor Candel encarna los valores de la justicia y la filantropía, mientras que en su alter ego Spiriman acechan las pulsiones del libertinaje y el escarnio. Ningún hombre es un solo hombre, pero pocos suelen ser dos y solo dos de forma tan funesta, vigorosa y cerril como lo fue el doctor Jekyll en el Londres de 1886 o el doctor Candel en la Granada de 2017, 2018, 2019, 2020...

Condenado esta semana nuevamente en sentencia firme –esta vez por haber llamado a la expresidenta de la Junta Susana Díaz “hija de puta y nazi de mierda”–, el extraño caso de Spiricandel habría despertado probablemente el interés de Stevenson, pero también el de Larra, en cuyo retrato del ‘castellano viejo’ parecen prefigurarse no pocos de los rasgos de nuestro hombre en Granada:

“No hay que hablarle, pues, [a su amigo Braulio] de estos usos sociales, de estos respetos mutuos, de estas reticencias urbanas, de esa delicadeza de trato que establece entre los hombres una preciosa armonía (…) Él se muere «por plantarle una fresca al lucero del alba», como suele decir, y cuando tiene un resentimiento, se lo «espeta a uno cara a cara». Como tiene –añade Fígaro– trocados todos los frenos, dice de los cumplimientos que ya sabe lo que quiere decir «cumplo» y «miento»; llama a la urbanidad hipocresía, y a la decencia monadas…”.

Cuando se preciaba de llamar al ‘pan, pan, y al vino, vino’, el grosero pero bienintencionado Braulio lo hacía cara a cara, mientras que el doctor Candel transfigurado en Spiriman lo hace desde el ciberespacio, subiendo a Twitter o Facebook vídeos y comentarios que acaban en sentencias firmes. Braulio no tenía pelos en la lengua y Candel tampoco, hostia, joder, me cago en la puta.

Han pasado casi 200 años y cambiado muchas cosas desde entonces, pero nuestro Candel no es menos ‘auténtico’ que el Braulio de Larra. Ni menos despótico. Ni más consciente de su despotismo. Ha cambiado el contexto pero no las maneras: Candel es la versión 2.0 del Braulio de Larra, pero sigue siendo aquel mismo castellano viejo que tanto avergonzaba al pobre Fígaro.