Era de una de esas tardes de sol amable de las que mi tía la monja diría que Dios está contento. En la mesa cuatro altocargos que lo fueron o están en ello: el altocarguismo, una vez ejercido, se queda adosado al cuerpo doctrinal y en el nos mayestático. Se tienen aprecio, una tertulia al mes y un grupo de guasap. En el orden del día se mezclan las puntillitas salteaditas (peste diminutiva), con la investidura más larga jamás contada y un tinto bastante bebible, o sea, dos botellas.

El trasteo inicial, sin una mica de ideología decorativa: qué buena está Inés Arrimadas y qué forma de torpear; parece no haber aprendido nada del hostiazo de Rivera, va con esos diez diputados que se antojan los muertos vivientes, qué desagradable y maleducado el tono general de sus señorías, qué bien Baldoví, despensa y escuela, menos escandalizarse y más pasas para la memoria, que Guerra llamaba a Suárez tahúr del Misissipi, que la bendita transición se hizo con bronca y tabaco negro, pero qué dices, estos muchachos son parvulitos al lado de aquellos, qué raro se me antoja ver al coletas de ministro, si supieran lo que les aguarda, de cuando yo goberné me quedan todavía insomnios interminables, la burratina al pesto con tomate por favor qué rica, la Montero ya es la estrella nacional de la política andaluza, Susana debe andar tentándose, catalanes tengas y sentencias del Supremo, joer qué hartura, alguno de vosotros escucha las radios de las derechas, madre mía qué jauría, salen los ladridos por el díal…

Debió ser que alguien se asomó levemente a la equidistancia, al no es esto orteguiano, lo cual que a mi altocargo se le hincharon las venas del cuello. No se lleva bien (mi altocargo) con esos moderaditos que hablan monocorde y se piden pescado a la plancha y agua con gas, siempre en el punto equidistante de la nada. Así que extendió sus manazas de hijo de campesino y ya sólo yo oyó su ronca voz celayera maldiciendo la poesía concebida como un lujo cultural de los neutrales.

Maldiciendo a las derechas que no votaron la Constitución y ahora se la apropian corrosivamente. Maldiciendo a las castas de jueces conservadores que son casi todos y entienden la vida y las sentencias a su política manera. Maldiciendo la estúpida complicidad con la que la sediciente derecha democrática ha hecho de caballo de Troya del nuevo fascismo y el viejo lenguaje falangista de ricos chulos, imperiales y faltones. Maldiciendo la canalla apropiación de las víctimas del terrorismo, Maldiciendo esa visión cosmopaleta de la patria propiedad de España que se fabrica en Madrid.

Maldiciendo esa inevitable sensación de que sea cual sea la forma de Estado, dictadura, monarquía, democracia, siempre les pertenece el poder y no cejan de golpear hasta lograrlo. Maldiciendo este desasosiego que ya se ha instalado en el aire que respiramos antes siquiera de que haya Gobierno. Y maldiciendo, sobre todo, a los equidistantes que lavándose las manos se desentienden y evaden; cooperadores necesarios al fin de la cruzada ultra, que salen a los medios para, desde su divina equidistancia, equiparar al ladrón Bárcenas con el viacrucis jurídico y mediático de Chaves y Griñán.

Ya había entrado la tarde en noche cuando volvió a casa. Ya el Dios de mi tita monja y buena parte del altocarguismo se habrían ido a dormir. ¿Cómo te fue, amore? Y allí que me hizo la crónica de lo buena que está la Inés, de las prisas infantiles del coletas, del excelente salteadito (ea) de puntillitas, del rioja más que apreciable, de la poesía de Celaya. Y como me lo conozco de lejos, desde antes incluso de aquellas mañanas húmedas del Cortijo del Cuarto, recabé detalle de su diatriba. Igual se me fue un poco la voz, me dijo algo azorado, porque las mesas del al lado no hacían otra cosa que mirarme. Creo que la cosa acabó en división de opiniones, amore, como tu cita de Belmonte: unos se acordaron de mi madre y otros se acordaron de mi padre.

Ya me lo dijeron en su día los de su casa: ahí te llevas, bonica, setenta kilos de pasión.