A pesar de la reticencia de los legisladores para regularlos, los debates electorales televisados son ya uno de los elementos imprescindibles de toda campaña electoral. Quizás no sirvan para variar de forma sustancial el resultado electoral pero nos proporcionan una foto extraordinaria de dónde está cada partido político.

Así está pasando ahora en Andalucía con los debates a cuatro organizados por las dos grandes televisiones públicas. Cada partido está mostrando sin pudor su objetivo en cuanto a potenciales votantes y las estrategias que se plantea para llegar a ellos. Juntos forman un auténtico cuadro impresionista de la situación electoral.

Susana Díaz (PSOE) va de ganadora. Sólo tiene que asegurar el voto de los suyos. Los de siempre. Aun así, es consciente de la posibilidad de pequeñas sangrías de votos hacia la izquierda y hacia Ciudadanos. Mantiene la estética de madre de familia de Triana. Ha adelgazado considerablemente para parecerse a la creación de Photoshop que aparece en sus carteles electorales. Se viste, sin pudor, con la mismísima bandera andaluza colocándose una chaqueta verde abierta sobre la camisa blanca.

Susana sabe que el único que no puede quitarle votos es el PP, así que se esfuerza en presentarlo y realzarlo como único adversario real. Menosprecia a Ciudadanos, que la amenaza desde la resistencia al procés y ningunea a Podemos-IU que podría hacerle daño si aparecen como una opción creíble y sensata; progresista y andalucista. Su única lucha es por no perder nada, así que disfruta en su papel de reina de las marismas.

Juanma Moreno (PP) en cambio ve que se le está cayendo el mundo encima; y se le nota en la cara. De ganar las elecciones autonómicas, va a pasar a que Ciudadanos le quite la mitad de sus votantes. Está en una lucha desesperada por recuperar los votos conservadores. Se viste sin pudor de niño pijo, encorbatado y engominado aunque no se libra de sus modales de comercial. Está tirando de trucos de marketing como el invento de la BMI: una prometida bajada masiva de impuestos.

Se tira al cuello de ciudadanos como un macho alfa en defensa de su redil frente al invasor. Sin contemplaciones, porque no tiene nada que perder ahí. Tan desesperado está que se arriesga a sacar el tema de la corrupción. Es cierto que su partido perdió la presidencia del Gobierno español a causa de una sentencia que constató que era un partido corrupto, pero sabe que sus votantes son más tolerantes con esas cosas que los de la izquierda. Lo que parece no saber es que cada vez que denuncia al PSOE como corrupto o poco españolista le está regalando un puñado de votos a su enemigo naranja.

Teresa Rodríguez (Adelante) ha conseguido poner en marcha, por primera vez, una iniciativa política de izquierda auténticamente andaluza. Tiene buenas perspectivas, pero sólo puede sacar votos del PSOE. Está intentando quitarse el sambenito de radical y parecer presidenciable. Se viste con ropa elegante que le pega poco, casi como si fuera a una boda en vez de un debate. Ha rebajado el tono de voz, que ya no suena mitinero. Y lee listados de datos, renunciando a su habitual crítica despiadada y clara.

No quiere asustar a los votantes socialistas ni que se sientan insultados. Pero Susana la ignora como si no existiera. Además, esa suavidad con la Presidenta se puede interpretar como voluntad de pactar con ella y ésa es su principal debilidad electoral. Si sigue transmitiendo que va a apoyar al PSOE los electores pueden decidir votar directamente a los socialistas. Así que tiene que encontrar un tono más duro que no sea faltón. No le queda más remedio que conseguir provocar a la Presidenta. Incluso podría sacar la corrupción sin miedo de perder simpatías socialistas. Su hándicap quizás sean las posiciones de Podemos estatal, de quien se tiene que desvincular porque por la izquierda ella no va a perder nada. Por su derecha tendría un caladero en los simpatizantes andaluces de Pedro Sánchez, si consigue que la vean.

Juan Marín (Ciudadanos) es un superviviente de la política. Lleva toda la vida metido en ella pero se permite atacar a los ‘políticos profesionales’ sin que nadie le replique. En la práctica ha gobernado con el PSOE los últimos tres años, pero nadie se lo echa en cara. Aparece siempre vestido de Juan Marín, con sus gafas anticuadas. Viene de la irrelevancia y tiene grandes perspectivas. Aunque pueda arañar algunos votos al PSOE, su objetivo son los del PP. Ha confiado la campaña a Albert Rivera e Inés Arrimadas, que azuzan el miedo al independentismo catalán. En debate, su objetivo es quitarse la imagen de hombre gris, así que puede desmelenarse tranquilamente arremetiendo contra el candidato del PP.

Ha recurrido a trucos de marketing que le permiten que el público se acuerde de él, y ni siquiera le va mal convertirse en objeto de meme: cada vez que algún andaluz es capaz de reconocerlo, ha avanzado un pasito. La hoja en blanco en la que escribió un mayúsculo ‘nada’ al hablar del PP fue un hallazgo. Consiguió también humillar al candidato popular con su amistoso abrazo del oso hasta que el otro acabó balbuceando que no quería ser su vicepresidente. Su apoyo al PSOE no le ha traído ninguna consecuencia y se está creciendo peligrosamente. Va de sobrado y consigue transmitir la sensación de que hace lo que quiere. Tal vez hasta sea verdad.

Esto, y poco más, es lo que transmite el debate. Una lucha mediática por posicionarse y conseguir votos que tiene mucho de marketing y poco de política. En período electoral puede ser hasta comprensible. Lo malo es que después para más de uno siempre hay elecciones.

Una candidata preguntaba, con razón, ¿y de Andalucía qué?. Del mismo modo, alguien debería preguntar ¿y la política, cuando?