Iba a escribir sobre las pegas y resistencias que plantean algunos profesores ante la instalación de cámaras en las aulas de todos los niveles de enseñanza para grabar sus clases y que la vuelta a las aulas se adapte a las exigencias de la nueva realidad impuesta por la covid-19, pero el comunicado de Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS) del 13 de agosto me ha hecho cambiar. Su titular afirma: “Dos de cada cinco escuelas del mundo carecían de instalaciones básicas para el lavado de manos antes de la pandemia.” 

Cerca de la mitad de las escuelas de todo el mundo, concretamente el 43% y alrededor de 818 millones de niños, carecen de los elementos básicos para lavarse las manos durante su horario escolar con el consiguiente riesgo de contraer todo tipo de enfermedades contagiosas. Más de una tercera parte de esos niños (295 millones) viven en África en los países al sur del Sahara, la zona de la que proceden la mayoría de las personas que llegan a nuestras costas en pateras.

El informe, que abruma por sus cifras descorazonadoras, se limita solo a las instalaciones escolares, pero la realidad doméstica de esos millones de niños y niñas es todavía peor: sin agua corriente en sus casas y sin acceso a redes de saneamiento, como ha contado magníficamente la periodista Rose George en su libro “La mayor necesidad. Un paseo por las cloacas del mundo” sobre el problema de las aguas negras que producen las viviendas.

Más de la mitad de la población mundial, unos 4.200 millones de personas, no disponen de retretes en sus viviendas. Unos 673 millones de personas defecan al aire libre y no tienen acceso a ningún retrete. Por todo lo expuesto, el saneamiento para todos en 2030 es el número seis de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que todos los países pertenecientes a las Naciones Unidas se han comprometido a lograr.

Estos datos explican buena parte de los problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad, nos ayudan a relativizar muchas de las discusiones de nuestra clase política y nos invitan a reflexionar sobre nuestras zonas de confort.