Ocurrió el pasado miércoles. El presidente del PP, Juanma Moreno, “se tomó un café” en un lujoso hotel situado frente a la sede del partido con el cabeza de lista de VOX, Francisco Serrano, y ese encuentro enfadó a Ciudadanos, que lo consideró una deslealtad porque ambos habían convenido que, mientras durara su negociación bilateral, ninguno de los dos trataría con la formación ultraderechista.

Ciertamente, Moreno incumplió el compromiso, aunque también es verdad que fue un incumplimiento de baja intensidad. No tuvo con Serrano una reunión formal y secreta, sino informal y discreta, aunque no lo bastante como para que no la difundiera La Sexta.

Cuidado con la testosternoa

El candidato 'naranja' a la Presidencia de la Junta, Juan Marín, se enfadó pero tampoco mucho. Se limitó a hacerle una advertencia a Moreno, quien a su vez se encontraba entre la espada y la pared porque no podía hacerle a Serrano el feo de no tomarse siquiera un café con él.

Es cierto, como cree el PP, que VOX no va a poner en riesgo la mayoría conservadora salida del 2-D, pero con un partido que tiene tanta querencia por la testosterona conviene andarse con ojo.

Una vez comprobado que la sangre no llegaba al río y que Ciudadanos no iba a romper la negociación por su inoportuno encuentro del hotel Alfonso XIII, Juanma Moreno se vino arriba: visto que no había moros naranjas en la costa, proclamó con tardía jactancia que el PP habla "con quien quiere, cuando quiere y como quiere".

Las conversaciones entre ambos para formar gobierno continúan, aunque ninguno de los dos le quita ojo a VOX, de quien dependen completamente para hacerse con la Junta de Andalucía. Será interesante ver cómo gestionan los dos partidos el apoyo ultra y qué piden los de Abascal a cambio de tal apoyo.

Emociones políticas

Ni el PP ni Ciudadanos parecen sentir repugnancia política por VOX. No obstante, mientras el primero se siente perfectamente cómodo y como en casa conversando con la ultraderecha, el segundo teme que sus socios liberales europeos y una parte significativa de su electorado le den la espalda si alcanza el poder en Andalucía gracias a los votos de VOX.

Más que emociones políticas diferentes o contrapuestas, el partido de Santiago Abascal suscita en PP y Ciudadanos estrategias distintas. El primero exhibe con desahogo sus simpatías por la extrema derecha y el segundo o no las tiene o las disimula, aunque en el fondo ambos comparten el diagnóstico de que, a fin de cuentas, VOX no es un problema serio para la democracia española.

Conviene recordar que el argumento axial de Rivera y Casado de que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa gracias al separatismo catalán y a Bildu se vería seriamente comprometido si PP y Cs llegaran a San Telmo gracias a un partido cuyo éxito electoral en Andalucía ha merecido la felicitación de ultras franceses y racistas americanos