La invasión rusa de Ucrania a comienzos de 2022 supuso un aviso para los países de Europa: el enemigo estaba a las puertas y los Estados miembro estaban desnudos en cuanto a Defensa y Seguridad. Un año y medio después, los atentados del 7 de octubre en Israel y su posterior, y desproporcionada, ofensiva sobre la Franja de Gaza dejó claro que el mundo se adentraba en un periodo marcado por intensos y sangrientos conflictos.

El tablero internacional sufrió un golpe que lanzó al aire todas las piezas del panorama geopolítico cuando el 20 de enero de este año, Donald Trump regresaba a la Casa Blanca blandiendo una larga lista de amenazas contra el mundo entero, incluyendo aquellos que en algún momento se consideraron aliados de la superpotencia norteamericana.

Con este segundo mandato del tycoon neoyorquino sonaron las alarmas en Europa, no solo por su guerra arancelaria, sino porque el reelegido presidente había basado su campaña electoral en el America First. La administración republicana llegaba al poder de la primera potencia mundial con una intención clara: el mundo debía librar sus propias batallas sin el apoyo de Estados Unidos. Washington ya se había cansado de ser el policía del mundo.

O al menos eso se creía hasta hace bien poco. En su breve guerra con Irán, Israel solicitó el apoyo militar de Estados Unidos, algo que Trump estuvo días barajando con el objetivo de evaluar las repercusiones de una nueva intervención en Oriente Medio. La decisión final ya se conoce: el bombardeo de las instalaciones nucleares iraníes en una operación que mermó las capacidades persas para hacerse con un arma de destrucción masiva.

Durante los meses previos, el magnate americano ya advirtió a sus aliados europeos que debían aumentar su gasto en Defensa y aportar aún más a la OTAN, llegando a amenazar a algunos de sus miembros que menos contribuían como España, a la que recientemente a calificado de “un problema”.

Este “problema” tiene su origen en el intercambio de cartas entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte. En las misivas, el jefe del Ejecutivo español se plantaba frente a las exigencias de Washington para que los Estados miembros alcanzasen un 5% del PIB en gasto de Defensa. Ante esto, Rutte confirmaba a Sánchez vía correspondencia que España recibiría una excedencia en cuanto al gasto siempre y cuando llegase a los objetivos de capacidades marcados por la alianza. Tan solo un día después, Rutte viraba algo en sus anteriores palabras, y exigía que el país ibérico debía alcanzar al menos el 3,5% del PIB destinado a Defensa.

Críticas internas al aumento en Defensa

Este viraje del máximo responsable de la OTAN está completamente influido por las exigencias del presidente estadounidense quien, pese a su retórica de querer alejarse del intervencionismo extranjero, continúa cincelando el mundo a su imagen y semejanza. Las amenazas de Estados Unidos por un lado y la alianza atlantista por el otro, han prendido una mecha que podría dinamitar la estabilidad del Ejecutivo español.

Con los primeros anuncios de un aumento del gasto en Defensa, La Moncloa comenzó a tramar un plan que permitiese sobrepasar la situación contentando a todas las partes. El resultado fue una promesa de invertir 10.500 millones de gasto militar, contentando a los aliados europeos, pero sin recortar en gasto social, tratando de agradar a los aliados nacionales.

Sin embargo, esta decisión no ha bastado para los sectores más críticos con el aumento en el militarismo. Yolanda Díaz, líder de la formación minoritaria del Gobierno, Sumar, ha expresado en reiteradas ocasiones su rechazo a la escalada belicista que se exige desde Washington y Bruselas. La formación progresista ha criticado que el presidente estadounidense quiera dictar las políticas que sigue España y señala que esto se supone un ataque directo a la soberanía del país.

Y esta fuerte acusación no carece de sentido. Mientras que Trump alzaba la voz contra el intervencionismo fuera de sus fronteras durante toda su carrera a la Casa Blanca en 2024, ahora amenaza a países que se plantan ante sus exigencias. Tan solo basta mirar la operación lanzada contra Irán para poder observar que el gigante americano no puede dejar atrás su largo pasado intervencionista.

Una cumbre de la OTAN marcada por la tensión

Esta semana, está teniendo lugar la cumbre de la OTAN en la que están presentes tanto el presidente español como el norteamericano. Esta reunión de líderes va a estar profundamente marcada por la cuestión persa y sobre sí Estados Unidos se compromete o no a un cambio de régimen en Irán y sobre si los europeos creen que la operación americana en Oriente Medio ha sido cosa de una vez o desencadenará en una espiral de confrontación prolongada en el patio trasero del Viejo Continente.

E incluso si Irán no provoca tensiones en la cumbre, España se muestra dispuesta a alterar parte de la esperada unidad de la alianza. El anuncio de Sánchez sobre la exención de España para alcanzar el 5% y su confirmación de que la “participación, peso y legitimidad en la OTAN permanecen intactos, con todos los deberes, y todos los derechos, que ello conlleva”, podrían animar a otros rezagados del gasto en Defensa de la alianza a buscar sus propias exenciones y desbaratar la redacción curiosamente negociada en los resultados de la cumbre que satisfizo tanto a la administración Trump como a los aliados de la OTAN que desconfían de los aumentos agresivos del presupuesto militar.

La estocada contra el país de los ayatolás, la guerra arancelaria, las exigencias de un aumento en el gasto militar de los miembros de la OTAN y, ahora, las amenazas a España desvelan una imagen de la que la superpotencia americana no puede huir. El intervencionismo estadounidense es algo que le es intrínseco a la Casa Blanca y a quienes ocupan el trono del Despacho Oval. Ya sea enviando soldados o con un amplio intercambio de sutiles amenazas, Washington no piensa abandonar su rol de policía global, la única diferencia es que ahora pretende que otros se ensucien las manos, como es el caso de Israel, o que otros asuman los gastos, como es el caso de la OTAN.

La organización atlantista surgió con un único fin, hacer frente a la Unión Soviética, máximo enemigo de Estados Unidos durante la Guerra Fría. Su disolución a finales de siglo sumió a Washington en una crisis de identidad, por lo que desde entonces, ha buscado enemigos en cada rincón del planeta para tratar de seguir manteniendo esa figura de protector de Occidente. Estados Unidos es el ejemplo viviente de cómo funciona el colonialismo en el siglo XXI; un colonialismo que ya no invade países, sino que trata de controlar sus instituciones.

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