El caso norteamericano, aunque no solo él, evidencia que tenemos un grave problema con la verdad. Si no conseguimos convencer a sus millones de seguidores de buena fe que Donald Trump miente, la mentira habrá triunfado sobre la verdad porque resultará imposible diferenciar ambas, y sin esa diferenciación estamos perdidos. Trump miente al afirmar que le han robado las elecciones y millones de personas lo creen. Para todas ellas, la verdad es sospechosa.

El asalto al Capitolio alentado por Trump, con el saldo dramático de cuatro muertos y la deshonra de la democracia norteamericana, dibuja al presidente perdedor como un político golpista: alguien que quiere revertir con medios ilegítimos el legítimo dictamen de las urnas.

El sistema democrático norteamericano, y muy especialmente el Partido Republicano, tiene que hacerse y contestarse cuanto antes esta pregunta: en los Estados Unidos de América, ¿un presidente golpista puede seguir siéndolo? Alguien que –de hecho y no meramente en sus proclamas– no acepta la posibilidad de alternancia en el gobierno, que es el principio en que se sostiene toda democracia, ¿tiene cabida en esa democracia?

Trump ha perdido esta vez, pero si se presenta dentro de cuatro años puede ganar. Profunda e irremisiblemente resentido con el sistema, un tipo que ha hecho lo que él hizo ayer puede hacer cualquier cosa si tiene el poder para hacerla. Y lo tendría si fuera de nuevo presidente en 2024.

Alguien con la autoridad intelectual y la legitimidad moral de Raymond Aron, que ya en fecha tan temprana como 1933 aconsejaba el exilio a sus amigos alemanes judíos, escribió estas palabras que el Partido Republicano de Estados Unidos debería memorizar: “En un país de cultura y de alta cultura, la vieja clase dirigente había confiado a aquellos rufianes la misión de devolver a Alemania su independencia y su poderío”.

Y añadía el insigne politólogo, para unos liberal y para otros conservador: “El nacionalsocialismo me había enseñado el poder de las fuerzas irracionales”. Lo que estamos viendo que hacen Trump y sus seguidores es exactamente eso: un jactancioso y sobrecogedor despliegue de las fuerzas irracionales.

Aron no tuvo por parte de la izquierda europea el reconocimiento que su lucidez y su franqueza merecían. Él mismo aventuró esta posible causa: “Lo que me condena ante la intelligentsia es haber tenido razón antes de que la verdad se hiciera palpable para los demás”.