¡!Malthus vive¡¡ .-Y habita entre nosotros, aunque su reino es el centro gentrificado, el puro centro, el supercentro como dicen ahora las puretas culturetas. En su diario, Bennet anota durante una visita a Egipto que se encontró atrapado en medio de una legión de turistas que andaba bajo el sol implacable a través de una polvorienta extensión de guijarros; el glorioso lugar que había ido a admirar se parecía más a una cantera abandonada en la que se amontonaba una multitud sudorosa. Y se preguntó si el turismo no era más que una especie de pornografía. En la capital de las andalucías (ahora dicen que es Málaga, jibarizada en San Telmo) una multitud infinita se afanaba por no perderse la iluminación navideña. Una bulla descomunal e incontrolable, el pavor infantil de perder la mano de mi madre. Nos refugiamos en las sombras de la terraza del Alfonso XIII, donde los plutócratas guiris y sudacas veían el pornográfico espectáculo con un güisqui en la mano. Thomas Malthus, probablemente, estaba entre ellos.

Boabdil y la cámara acorazada.- Un cocinero vasco ha llegado a la ciudad. Se llama Javier Fabo y encontrará la gloria. Su restaurante de la calle Zaragoza será en breve un sitio de culto culinario, aunque admita a periodistas y gente así. A la derecha, una de la agencia efe, a la izquierda, otro o dos de canal sur, al fondo la reina de los predios digitales, lo que quiere decir que no se hablaba de otra cosa más que de política. Mejor dicho, de esta política. Fue al final que, a título de coda, alguien dijo que la exclusiva del día siguiente iba a ser que los Reyes Católicos habrían encontrado en la Alhambra una cámara acorazada con unos sobres lacrados con los millones los ere, que se había olvidado Boabdil en su llorosa salida. Y oye. Unas risas.

Concernidos para siempre.-  El amanecer del miércoles, los putos ingleses en todo el fanny de este retorno a las cavernas. Vamos de bar en peor. Una opción es apagar las radios, no mirar periódicos, bloquear redes sociales, dejarse llevar por estos bellísimos atardeceres del último otoño. Lo otro no es más que el hastío de los días, estas espesura.  A mi altocargo le gusta decir que lo que se ha perdido es la belleza moral. Emilio Lledó es lo último que nos va quedando de eso en el planeta. Una enorme belleza moral en un enorme desierto moral. La manada prefiere volver a las fronteras y al miedo al otro. La otra tarde caminamos hacia el barranco, pedimos un güisqui, hablamos de Andrés Trapiello y de un futuro tan incierto como deseado padrinazgo emocional. De nuevo nos supimos a salvo del hedor de la vulgaridad.

Lexatín y delictuosidad.- Y yo que habría jurado que la poseía y el derecho no casan y aparece este hombre y catedrático y viene a decirnos que la tesis de los ere “tiñe de delictuosidad” una realidad no negada por la sentencia: que la inmensa mayoría de las ayudas fue a destinos justos y correctos. Llevo diez años pidiéndole a Dios el nombre de la cosa para poder escribir que esta pesadilla no ha sido otro asunto que un constante teñir de delictuosidad las vidas y las reputaciones de muchas personas queridas que han sufrido un linchamiento infame. Una de mis vecinas, un coco privilegiado que se disputaban todos los consejeros, modosa en el ser y en el vivir, está de bajas y de psicólogos. Otro se mueve entre la depresión y la depresión, que inunda irremediablemente a su entorno. En medio de un silencio cada vez más cobarde, ha resultado un trueno la valentía intelectual de Gonzalo Quintero poniéndole rigor a esta maldita delictuosidad ambiental que tanto juego está dando a la perversa relación del mal periodismo y la peor praxis política. El gesto valiente y solitario (antes Pérez Royo, antes De la Cuadra)  de Quintero  deja desnudo el liderazgo político de la izquierda y su incapacidad para nutrir a sus votantes de los argumentos elementales para salir a la calle sin tirar del lexatín.