Mi altocargo suele contar con retranca (y a mí me produce mucha ternura) que de pequeño quería ser tenista. Pero no para ganar Roland Garros o Wimbledon, que ya sentía en lo suyo que no daba para tanto. Quería ser tenista para beberse gratis las fantas, las mirindas, las cocacolas y las limonadas fresquitas que hay en el frigorífico de los descansos. Ahora a Nadal le ponen un plátano. Eso ya hubiera sido el paraíso. Perdidos los partidos, sí. Pero refrescado y merendado.

Vivimos los días de la religión de las encuestas y sus gurús, días repetidos persiguiéndose, aquello de Gabo que era de Neruda y al parecer tomó de Apollinaire. Días de radio repetidos, días de portadas viejas, días de reporteros intercambiables y eslóganes clonados,  como si votar fuera una pizza o una marca de automóviles.

Sánchez persigue a Sánchez pero se ha dejado canas; Casado persigue a Casado pero se ha dejado barba, como Abascal. Rivera persigue a Rivera pero se le ha extraviado el original y ahora nadie, ni siquiera Inés, sabe encontrarlo. Iglesias persigue al Iglesias del 15-M pero no hay tal. Dicen las malas lenguas que es probable que se haya perdido (el Iglesias del 15-M, quiere decirse) en algunas de las habitaciones del casoplón de seiscientos mil euros que tiene entusiasmados a todos sus votantes.

Me produjo mucha desazón ver/oír/leer a Javier Pérez Royo, constitucionalista de guardia de Felipe/Chaves/Griñán, decenas de años en las mesas de camilla del intelectualismo orgánico, al lado de baby face Errejón, ese chico tan listo y tan vanidoso que quiere sumar en la izquierda de la izquierda dividiendo a la izquierda de la izquierda. Javier anegado en su propia memoria y queriendo escapar de ella a la vez.

No es fácil darse el piro de las encuestas, como de las semanas santas o las romerías. Todo el mundo tiene una que además es la verdadera. Cada encuesta tiene su gurú, que suele ser un idiota de horquillas tan amplias que en el peor de los casos siempre se equivocan los votantes. Idiotas además ilustrados. Se escribe que Unamuno, ahora tan de moda gracias a Amenábar, refutó a uno que se empeñaba en defender a Madariaga alegando que hablaba cinco idiomas: “Más a mi favor, ahora tenemos a un tonto en cinco idiomas”.

Conseguí fugarme del imperativo político, perdida en la niebla, donde los mares y los océanos funden sus deseos y el presente es una urgencia y el futuro una deliciosa impaciencia. Mi altocargo me trajo frutos secos y un cuento del viejo Tolstoi: quiso inventar una religión que no prometa la felicidad en la vida futura, sino en la tierra presente. Anda, le dije a mi altocargo, esto es como lo tuyo del tenis: mejor refrescado y merendado, que la eternidad del campeón improbable. Me mira, me siento viva. Atezanados (por Tezanos, claro) y felices. Así estamos desde entonces.