Pido permiso al difunto Dario Fo para copiarle a medias el título de su obra teatral Aquí no paga nadie en esta columna sobre la enorme dificultad de la pedagogía del ahorro. Tenemos una sociedad acostumbrada a gastar para resarcirse de las escaseces y las penurias de un pasado no tan lejano. Ahorrar implica renunciar a cosas, y cuando se plantea la cuestión se empieza por prescindir de lo que le gusta al prójimo y nunca de lo nuestro. Por mucha empatía emocional que se predique, a la hora de la verdad siempre hay una excusa para calificar cualquier medida de ahorro como el chocolate del loro y no aplicarla.

Ocurre con los impuestos y la economía, las grandes rentas piden recortes y austeridad para todos y rebajas fiscales para ellos (tramos altos del IRPF, sucesiones, donaciones, etcétera). La polarización se traduce en una bipolaridad política: la oposición pide al Gobierno que ahorre, pero no lo hace donde gobierna. Como casi nadie está dispuesto a predicar con el ejemplo, apenas se hace publicidad del ahorro. Ahora que se ha decretado el estado de sequía en Andalucía, la Junta y los ayuntamientos insertarán anuncios pidiendo contención en el consumo de agua, pero la advertencia llegará tarde como siempre. Quien guarda halla, siempre que lo haga a su debido tiempo.

También se ha llegado tarde en el ámbito del ahorro energético, la subida desenfrenada de los precios ha neutralizado el efecto de todas las medidas ahorrativas de los usuarios y de las rebajas fiscales del Gobierno. Con el teletrabajo ha ocurrido algo poco explicado todavía, su aplicación obligada por la pandemia, ha redundado en un notable ahorro para los empresarios, pero su no planificada implementación ha traído un descontento social absoluto para la mayoría de la población que no sabe todavía cuando recuperará el trato personal con administraciones y empresas.

Cuando existían las cajas de ahorro el 31 de octubre se celebraba con bastante eco el Día Mundial del Ahorro. Desde la desaparición de estas entidades de crédito la fecha se ha olvidado porque quién va a incentivarlo en tiempos de intereses negativos.

Como se puede apreciar, el ahorro no lo tiene fácil, el sistema capitalista empuja a consumir hasta morir, a usar y tirar para que las máquinas no paren y a un crecimiento continuo que el planeta no puede permitirse. Se ha alcanzado el punto de no retorno y ha llegado el momento de las renuncias que, en algunos casos, se tendrán que imponer  como está ocurriendo en muchos países con la obligatoriedad de las vacunas para atajar la pandemia de la covid19.

Con la globalización y la deslocalización de las empresas lo que se ahorró la minoría empresarial fue a costa de la precarización de la mayoría en todo el planeta. Cuando Europa y Estados Unidos intentan la reindustrialización para que China no sea la única fábrica del mundo, nos encontramos con una digitalización y robotización que ahorran dinero a los que más tienen y se lo quitan a los más pobres.

Por eso los gobiernos llegan tarde a exigir que los robots y las máquinas coticen por las personas a las que sustituyen. El ahorro implica una redistribución justa de sus beneficios, como propugna la socialdemocracia, si no queremos que se imponga el insolidario "aquí no ahorra nadie" porque los de arriba no lo hacen.