Al menos dos altoscargo de los de antes pilotando el tapeo del viernes, velador, cerveza, choco frito, sólo se habla de Montero, María Jesús, como si después de tantos disgustos, el discurso para perder los presupuestos y ganar las elecciones fuera el principio de algo que los historiadores anotan en rojo. Entrambos fluye ese lenguaje de sobreentendidos que se perfecciona con los años y el escepticismo.

Un cierto cansancio narrativo se apodera de la enumeración de los primeros gatillazos del Gobierno de Huanma, de los seisicientos mil empleos como cosa de campaña, de la espantá del consejero, de los nombramientos a lazo de Ciudadanos, del ridículo de Vox toreado por sus socios parlamentarios, de los sueldos de sesenta mil euros que no eran mentira… Hay más compasión que vísceras. Esa vieja sensación de impotencia que se le queda a uno adentro después de apagar la luz del despacho.

Tampoco hay energías para repetir la obviedad del gamberrismo más que verbal de Casado y Rivera, de la banalización de Vox, del aire de guerracivilismo, por el momento, en las redes. A la tercera cerveza, el más veterano y condecorado de los altoscargo allí presentes dijo algo que se quedó suspendido en las conciencias: no le deis más vueltas: las guerras se ganan y se pierden para siempre. Estos chicos de las banderas como espadas no hacen otra cosa que recordarnos constantemente que la ganaron, que la ganaron para siempre.

El sol se iba para Huelva cuando en el tema ella, Susana, y su inesperado silencio de las últimas semanas. Será la derrota, que despeja las embotadas cabezas y nos acerca a la humildad; será que los asesores se han aprendido la letra; será que no le queda otra y de la necesidad virtud pero su brioso cierre de filas con Sánchez ha dejado al enemigo interior, que crecía como las collejas en los trigales, un poco sin fuelle para otra cosa que no sea la movilización de su mismidad, para que nunca más ningún voto se quede en casa.

Ponderando con cabeceos el tema ella y Pedro andaba el personal cuando, a modo de remate de tacón, mi altocargo vino a decir que si lo de Susana y Sánchez puede ser un un buen dato, nada comparado con la reconciliación política y emocional de José Rodríguez de la Borbolla y Camoyán, también Pepote, y Alfonso Guerra González, también llamado Alfonso Guerra.

Y exhibió, a modo de prueba irrefutable, el ponderadísimo elogio de Pepote a Alfonso a propósito de su último libro en un periódico de derechas. Un artículo preñado de citas y viejos guiños entre las (hasta entonces) líneas enemigas. Y no sólo eso, se han hecho colegas, se escriben wassap y hasta creo que están urdiendo un relato de valores y orgullo para los cuarenta años de socialismo y Andalucía, enfatizó mi altocargo con la ufanía de la novedad desvelada.

El corrillo hizo acopio de las viejas batallas, del famoso “te has pasado de la raya, quién pone la raya, la raya la pongo yo”, con el que Alfonso liquidó políticamente la presidencia y secretaría general de Pepote en Andalucía. El corrillo se pidió unos güisquis para encajar la inaudita reconciliación después treinta años enconados en silencios y se vino a decir: no son Pedro y Susana no, son  Pepote y Guerra. Hete aquí la señal. Y se acostaron pensando que el 28 de abril era la última oportunidad para dejar de perder la guerra.