Después de dar la campanada en diciembre de 2018 con los 12 diputados logrados en las elecciones andaluzas, los primeros pasos de Vox en la política institucional fueron más bien torpes y hasta inocentones en algún momento.

Su triunfal irrupción por primera vez en el Parlamento de un territorio tan poblado como Andalucía y que, además, siempre había sido feudo de la izquierda, fue noticia en toda Europa. Aunque intente prohibir que en Canal Sur lo llamen extrema derecha, la noticia de impacto europeo tras el 2-D era precisamente esa: que en España también había ultraderecha.

Sorpresa, sorpresa

Los primeros sorprendidos debieron ser los propios dirigentes ultras: tanto que en su negociación con el PP para investir a Juanma Moreno presidente de la Junta dieron la impresión de no haber sacado a sus votos todo el rendimiento que la aritmética parlamentaria había puesto a su alcance.

Los jefes nacionales del partido negociaron a la baja su apoyo a Moreno y se comieron estoicamente el desdén de Ciudadanos. No era el león tan fiero como lo pintaban, debieron pensar en el PP; de hecho, el líder popular llegó a calificarlo, en una entrevista en La Sexta, como un “partido ultraconservador”.

Hoy no lo haría. Como tampoco Pablo Casado volvería hoy a encuadrarlo como un partido de “extrema derecha”: Vox no lo permitiría, porque en este 2019 a punto de concluir el Vox de diciembre no es el Vox de enero. Han tenido buenos maestros para aprender rápido: el principal de ellos, Ciudadanos, el partido que hasta bien entrado 2019 seguía tratando públicamente a Vox como un apestado. Tan públicamente y con tanta suficiencia que, azuzados desde las tertulias derechistas, los ultras dijeron basta.

El color de la patita

Fruto de aquel hartazgo fue el pacto presupuestario andaluz suscrito, rubricado y fotografiado con los consejeros de Hacienda (PP) y Economía (Cs) en junio pasado, momento en que los ultras empezaron ya a enseñar un poco la patita radical. Pero solo un poco, y nunca tanto como espantar a virtuales votantes conservadores que en las generales del 28 de mayo ya se habían mostrado remisos a dar a Vox un respaldo similar al que los andaluces le habían dado seis meses antes.

Inmigración, memoria histórica, feminismo, violencia de género, aborto, toros o caza son las obsesiones doctrinales del partido ultra, y así lo han trasladado a los Presupuestos andaluces de 2019 y 2020. En ambos casos el impacto en las cuentas ha sido insignificante en términos cuantitativos: apenas 2 millones de euros en el Presupuesto de 2019 y algo menos de 20 en los del año que viene.

Lo importante para Vox no era el huevo sino el fuero, es decir, no gastar mucho dinero en determinadas cosas, sino más bien quebrar el consenso público sobre inmigración o violencia de género y lograr que el sello ideológico de Vox fuera bien visible en la política andaluza.

Un ritmo pausado

¿Se acelerará a lo largo de 2020 el ritmo más bien pausado que ha mantenido Vox en 2019 en Andalucía a la hora de trasladar sus exigencias al Gobierno de PP y Ciudadanos? No tendría por qué: al fin y al cabo, no podría haberle ido mejor.

Los únicos apuros que ha llegado a pasar Vox en su andadura andaluza vinieron de la mano del presidente del grupo parlamentario, Francisco Serrano, por sus exabruptos a raíz de la sentencia de La Manada, pero la dirección nacional lo fulminó de un plumazo: nominalmente sigue encabezando el grupo ultra en la Cámara, pero realmente es un cadáver político.

Por lo demás, al exigir a los otros dos partidos de la derecha únicamente cosas que ambos podían darle sin sufrir a su vez un desgaste insoportable, Vox se ha ido afianzando como un partido fiable, de orden, con las obsesiones ideológicas propias de un partido ultra, pero atento siempre a no tensar demasiado la cuerda que lo hermana con PP y Cs.

¿La hora del ‘sorpasso’?

Lo que nunca pudieron imaginar los dirigentes nacionales y andaluces de Vox es que, tras la decepción por los resultados del 28 de abril, las izquierdas iban a regalarle una nueva oportunidad en forma de repetición de las elecciones.

El 10-N se producía el gran salto que no había tenido lugar el 28-A. Gracias a Cataluña, desde luego, pero gracias también a haber sabido inspirar y materializar mayorías conservadoras estables en importantes ayuntamientos y comunidades autónomas.

Después del 10-N, el partido que lidera Santiago Abascal se siente en condiciones de poder disputar al PP la hegemonía en la derecha española. De hecho, en Andalucía prácticamente empataron a votos. ¿Por qué no habría de aventajarlo en la siguiente cita con las urnas? Desde luego, si la frágil legislatura inaugurada en noviembre se ve truncada en un plazo breve, y es muy probable que así sea, el sorpasso en la derecha será mucho más que una mera hipótesis urdida por tertulianos conservadores con demasiada imaginación.