Cuando, inmediatamente después del 26J, unos pocos apuntamos la posibilidad de que España se viera abocada a nuevas elecciones, las terceras en un año, aquella simple insinuación fue considerada por muchos como un despropósito, como un auténtico disparate. No seré yo quien niegue que una tercera convocatoria electoral en apenas un año no sea algo disparatado y del todo punto incomprensible, pero lo cierto es que cada vez aumentan más las posibilidades de que este despropósito político acabe por producirse.

Si después del 20D el mapa político español quedó muy fragmentado y con una ligera mayoría definible como de centroizquierda, tras el 26J han aumentado los votos de la derecha y la mayoría más posible es ahora de centroderecha. Lo vimos ya en las votaciones realizadas para la configuración de las mesas del Congreso y el Senado, en las que el PP contó con los apoyos no solo de C’s, PNV y CC sino también de la ya extinta CDC, ahora PDC. Aun así, Mariano Rajoy sigue sin dar el paso adelante para presentar su candidatura a la Presidencia del Gobierno, en la que sigue en funciones desde hace ya más de siete largos meses de interinidad.

A menudo Rajoy ha sido definido como el Don Tancredo de la política española. Se le compara con un personaje taurino, Tancredo López, un individuo conocido como Don Tancredo que se hizo muy popular en la primera mitad del siglo XX al ejecutar una suerte conocida por su nombre y que consistía en esperar impávido al toro a la salida de chiqueros, subido en un pedestal situado en mitad del coso, pintado de blanco y vestido casi siempre con ropas de épocas o cómicas. “La suerte de Don Tancredo” fue prohibida definitivamente en nuestro país hace ya muchos años, hacia la segunda mitad del siglo pasado, pero su recuerdo ha llevado a muchos a compararla con la estrategia política de Mariano Rajoy.

José Bergamín dijo que “don Tancredo encontró el valor por el camino más corto: por el del miedo”, y añadió que el hombre estatuido de este modo, el hombre estatua, se convierte en el exponente o expresión imaginativa, figurativa, de una concepción racional de la vida, totalmente única, verdaderamente universal”. Esto es lo que hizo Rajoy tras el 20D y esto es lo que sigue haciendo después del 26J: no hacer nada, mantenerse inmóvil, impávido, en un gesto que pretende ser de valor pero que en realidad no es más que la pura encarnación del miedo.

Vencedor indiscutido e indiscutible en los comicios del 20D y aún con mayor amplitud en las elecciones del 26J, Rajoy tiene miedo. Miedo a perder. Miedo a que, si finamente se arriesga y se atreve a presentar su candidatura a la investidura, se demuestre que, a pesar de su clara victoria en las urnas, son muchos menos los parlamentarios que están dispuestos a darle sus votos que aquellos que están decididos a votar en contra.

No obstante, todo tiene un límite. También lo tiene el dontancredismo de Rajoy. Si el candidato del PP se demuestra de nuevo incapaz de lograr los mínimos apoyos parlamentarios imprescindibles para poder ser investido de nuevo como presidente del gobierno, su vida política habrá finiquitado para siempre. Y se verá obligado a dar paso a otro candidato, sea éste quien sea –del mismo PP, del PSOE o tal vez algún independiente-, que intente sumar los votos necesarios para salir del laberinto en el que el propio Rajoy se ha enredado después de cuatro años de uso y abuso constante de una mayoría absoluta que convirtió en absolutista.

Si no es así, lo que unos pocos apuntamos como posibilidad tras el 26J, por muy disparatado que pudiera parecernos a todos, se acabará convirtiendo en realidad y tendremos terceras elecciones generales en menos de un año. Y es que Mariano Rajoy debería saber, aunque no lo diga Marca, que “la suerte de Don Tancredo” está prohibida en España desde hace muchos años.