Hoy se conmemora la triste efeméride en que la violencia se desató enmarañándose en otro de los grandes genocidios del siglo XX: el de Ruanda. Desde hoy hasta el próximo 4 de julio, la comunidad internacional tendrá la oportunidad de recordar cada día aquellas terribles jornadas en que el odio interétnico patente en la Ruanda de los 90 se llevó la vida de más de 800.000 tutsis y hutus moderados.

El conflicto de aquel pequeño país de la región de los Grandes Lagos ha sido híper analizado y diagnosticado por sociólogos, politólogos, antropólogos e internacionalistas. Se ha convertido en el paradigma más recurrido en libros de textos de las cátedras de derecho internacional y de derecho penal internacional. El fracaso de la comunidad internacional para dar una respuesta firme paralizando los brotes de violencia sigue hoy mermando la moral de algunos países. Este mal sentimiento se intentó sanar a base de una masiva ayuda internacional al desarrollo.

Los juristas internacionales buscaron dar una respuesta retributiva con la creación del Tribunal Penal Internacional para Ruanda que luchara contra la impunidad. El gobierno ruandés, por su parte, se preocupó en vigorizar las políticas de reconciliación con la reformulación de unos tribunales consuetudinarios llamados Gacaca con vistas a depurar las responsabilidades del genocidio. Ruanda se convirtió por tanto en un laboratorio internacional en el que la improvisación por poner parches a la injusticia y al sufrimiento de toda una nación era la solución menos indigna para una comunidad internacional incapaz de hacer respetar sus propios compromisos con los derechos humanos. La pregunta es ¿hemos aprendido la lección desde entonces?

La cronología del genocidio de Ruanda señala todos los errores que deben prevenirse y que no han de volverse a cometer: una colonización salvaje en la región por parte de alemanes y belgas que teorizaban sobre las aparentes diferencias étnicas de las poblaciones sometidas a su dominio. Una independencia capitaneada por una sociedad desigual, poco instruida y organizada entorno a conceptos racistas. Una sucesión de conatos de violencia, masacres, desplazamientos masivos y exilios. Una escalada de las campañas de desinformación, discurso del odio, adoctrinamiento xenófobo y deshumanización del “enemigo”. Un verdadero genocidio que las cumbres diplomáticas se empecinaban en negar y ocultar. Finalmente, un cheque en blanco por el que fluían millones de dólares de ayuda internacional sin importar que pudiera desestabilizar la región e incluso mantener vivos a conflictos en los países vecinos.

Cada uno de esos episodios respondió a la incompetencia de grandes potencias y desmedidos intereses internacionales. Si al menos hubiera servido para aprender la lección, todo ese sufrimiento no caería en saco roto ni sería en vano. No obstante, la neocolonización, el control de Estados satélites, la creación de fronteras artificiales o los intereses empresariales siguen avivando el recelo entre comunidades. Estoy pensando en el Oriente Medio y Afganistán. Las promesas de un futuro mejor con la independencia de provincias siguen despertando la esperanza y ulterior desilusión de la población civil al toparse con los conflictos de intereses, corrupción e inestabilidad política. Hablo de Sudán del Sur. Las explosiones de violencia y las grandes matanzas siguen asolando a grupos por sus características raciales, culturales, nacionales o religiosas. Recuerdo aquí los enfrentamientos religiosos en República Centroafricana.

Los medios de comunicación continúan vendiendo periódicos y cubriendo páginas enteras de publicidad a base de mensajes simplistas que exponen lo peor de Occidente frente a aquellos bárbaros que se hacen llamar buenos musulmanes. Los crímenes de lesa humanidad se suceden por todo el mundo sin que nadie les ponga freno. Para acabar, seguimos derrochando la asistencia humanitaria en proyectos yermos o que llegan a parar a las manos más corruptas.

No. Parece que la comunidad internacional no ha aprendido la lección porque todavía hoy sigue cometiendo los mismos fallos. ¿Cómo hemos de enfrentarnos a estos nuevos 'genocidios de Ruanda'? ¿Cómo plantar cara a estos crímenes contra la Humanidad? ¿Cómo dar una respuesta clara, sólida y coherente que ponga fin al sufrimiento que siembra Boko Haram, el Estado Islámico y Al-Shabbaab? Tenemos desde hoy cien días para reflexionar y buscar una solución. Un día por cada jornada en la que la negligente comunidad internacional permitiera que el pueblo ruandés se matara a golpe de machetazo.

Manuel Miguel Vergara es director del Departamento Jurídico de FIBGAR