En 2005, cuando nacía ELPLURAL.COM, vivíamos sin Twitter y sin Facebook, sin Youtube, sin iPhones ni WhatsApp, ni Instagram. No existían ni Tumblr, ni Snapchat, ni Periscope. Hoy, diez años después, casi la mitad de los españoles se informa al menos una vez a la semana desde sus teléfonos móviles, y un tercio llega a las noticias desde las redes sociales.En estos diez años hemos cambiado la forma de contar y recibir las noticias. Hemos pasado de las guerras “retransmitidas en directo” por las parábolas de los canales internacionales 24 horas a las revueltas y primaveras alimentadas con los tuits y los post de las redes sociales. En diez años un tsunami ha barrido las redacciones tradicionales.

 




Una parte de la sociedad, especialmente los más jóvenes, que se han acostumbrado a un consumo instantáneo y a la carta, un mundo de "streamings"






Cualquier ciudadano puede retransmitir en directo un acontecimiento -o su propia vida- desde un teléfono móvil o ver en su reloj las imágenes de las últimas noticias. Un tuit ciudadano en un momento informativo puede llegar a la misma gente o más que la de un medio de comunicación. Las herramientas digitales nos abren nuevos caminos, como la exploración y visualización de datos. Ya podemos entrar en lugares y escenarios a ojo de dron y vivir una experiencia inmersiva con gafas de realidad virtual para entrar por ejemplo en un campamento de refugiados. La vida se nos ha llenado de objetos que nos mantienen conectados a internet por donde transferimos nuestras constantes vitales, económicas y emocionales.

En esta era acelerada, los periodistas estamos perdiendo la exclusividad de las noticias inmediatas, donde seremos menos imprescindibles. Pero a la vez, en medio del torrente informativo que nos sepulta, serán más necesarias que nunca las voces creíbles, rigurosas y respetadas que aporten contexto a una realidad cada vez más compleja.

El mundo cambia a muchas velocidades. Cambia muy rápido para una parte de la sociedad, especialmente los más jóvenes, que se han acostumbrado a un consumo instantáneo y a la carta, un mundo de "streamings". Todos corremos tras el tren de la innovación digital, que muchos mayores ya no podrán coger. Los jóvenes empezaron a cambiar el papel por los ordenadores y los aún más jóvenes están dando la espalda a las televisiones generalistas por sus teléfonos y sus vídeos en Internet. Pero el centro de gravedad se está desplazando para todos.

El crecimiento de las noticias móviles y sociales es imparable y nos plantea nuevos desafíos al periodismo. Las portadas webs de los medios de comunicación han dejado de ser la puerta de entrada principal a la información. Los grandes periódicos de papel que tuvieron que dar el salto digital se ven ahora arrastrados a buscar lectores hacia esa nueva plaza pública que son las redes sociales. Siguiendo los pasos de dos líderes en innovación y adaptación digital, The New York Times y The Guardian, numerosos medios se han lanzado este año a publicar noticias directamente en Facebook y a multiplicar y diversificar su oferta en las redes para buscar especialmente a un público más joven que ha dejado de ir al quiosco.

Es una realidad que se está imponiendo de forma imparable y abre la gran batalla por ser el que lleva las noticias a los consumidores.






Los grandes periódicos de papel que tuvieron que dar el salto digital se ven ahora arrastrados a buscar lectores hacia esa nueva plaza pública que son las redes sociales







La expansión de las todopoderosas redes nos plantea nuevos dilemas: quién controla la información, quién decide qué es o no es noticia. Da la sensación de que al final la información puede acabar en manos de un algoritmo nada inocente. Son tiempos de wikileaks, de conversaciones espiadas, de privacidades vulneradas, pero tiempos en los que los ciudadanos entregamos a cambio de satisfacción inmediata una información valiosísima con cada búsqueda, con cada "me gusta". Si con cada compra digital, además de dinero, damos información al vendedor, con cada noticia leída damos también mucha información sobre nuestras inquietudes y preferencias. Si los gigantes digitales consiguen enredarnos también a la hora de informarnos, será aún más opaca la última decisión de quien decide qué se cuenta y cómo se cuenta.

Mientras la crisis golpeaba a los medios y el periodismo perdía 10.000 puestos de trabajo, mientras la prensa se adaptaba a golpe de recortes y cambios en los flujos de trabajo, se abrían a la vez decenas de medios digitales, pequeños pero pujantes, que les han discutido las noticias a los grandes medios tradicionales.

Ante el retroceso del papel, el soporte móvil digital ha abierto una ventana de oportunidad a nuevos medios nativos digitales que han dado exclusivas como la abdicación del rey, los correos de Blesa que reabrieron el caso Bankia o las tarjetas black, y numerosos detalles de los más sonados casos de corrupción. Salvo el SMS de Bárcenas, muchas de las noticias que más han incomodado al Gobierno estos últimos años han tenido su primer zarpazo en formato digital.

Los medios nacidos en internet encuentran nuevas vías entre la credibilidad dañada de nuestra profesión. Diversos estudios internacionales, como el Informe Reuters para la Universidad de Oxford, colocan a los medios españoles entre los menos creíbles de Europa para sus ciudadanos. Una brecha entre nuestra profesión y la sociedad que confirman también nuestras encuestas como el CIS.

La gente no se fía de lo que le cuentan; ve, a menudo, medios posicionados en trincheras, y ve que les hablan por boca de otros demasiadas veces. Demasiados periodistas sometidos a censuras y autocensuras. La crisis internacional ha dejado el control de la mayoría de los medios en manos de poderes económicos y financieros debilitando sus resistencias periodísticas. El Informe del Instituto internacional de Prensa de 2015 dibuja las amenazas en España a la libertad de prensa y las herramientas de presión del poder que hacen sonrojar a nuestra democracia, como el mecanismo de concesión de licencias televisivas, o la publicidad institucional tan opaca.

La mayor pluralidad digital y la posibilidad de comparar en tiempo real y de compartir la información en red nos ha hecho ciudadanos más desconfiados y exigentes.

En la era conectada, los ciudadanos estamos reescribiendo también nuestras relaciones con el poder, al que exigimos cada vez más transparencia y mayor rendición de cuentas. Igual que exigen más al poder, hoy nos exigen a los medios más compromiso y honestidad. Nos exigen ejercer de verdadero contrapoder para que la sociedad sepa todo lo que tiene derecho a saber. El periodismo debe adaptarse y reconectar con los ciudadanos.

¿Cómo mantener el ritmo de la inmediatez y a la vez ser capaces de ofrecer respuestas más analizadas? ¿Cómo formar parte de un torrente informativo confuso y plural y a la vez conseguir que nuestra voz sea creíble? ¿Cómo aportar contexto a un mundo que devora mensajes cada vez más simples?

El periodismo debe reescribirse encontrando nuevas complicidades, probando nuevas fórmulas, pero buscándose en su esencia. Más que nunca debe adentrarse en las realidades profundas y no conformarse con noticias superficiales y de agendas rutinarias.






 Es imprescindible también una nueva radiotelevisión pública, que debe jugar un papel decisivo en la nueva sociedad







En estos tiempos en los que nuestra atención se dispersa a golpe de vistazos fugaces -atragantados a menudo por una oferta que nos sobrepasa e incluso atosiga- el periodista se ve a menudo empujado a perseguir como sea el clic de lectores. Debemos ser capaces de encontrar ganchos que atraigan y satisfagan su curiosidad, pero a la vez no dejar de alimentar el espíritu crítico. Frente a la tentación de las noticias leves, el buen periodismo deberá proponer la emoción del conocimiento. En el mundo digital, las empresas periodísticas deberán ofrecer una información más personalizada y adaptada a los intereses de cada uno de nosotros.

En este escenario de transformación y regeneración, es imprescindible también una nueva radiotelevisión pública, que debe jugar un papel decisivo en la nueva sociedad. RTVE debe afrontar los dos retos de forma simultánea: esforzarse por seducir a unas nuevas generaciones que buscan nuevos lenguajes y nuevos dispositivos y, a la vez, mantener a un público mayoritario que mantiene consumos tradicionales en televisión y radio. Unos buscan la información, otros se la encuentran. Pero en uno u otro camino debe estar RTVE en su misión esencial de mantener a todos informados con pluralidad y veracidad.

Siempre he dicho que el futuro de RTVE pasa por que los ciudadanos sientan que la Radiotelevisión Pública está de su lado y no con el poder y perciban que les sirve y les enriquece como personas. Para eso, RTVE debe reorientar su estrategia y posicionarse como un gran foro de participación de los ciudadanos donde puedan contribuir con sus propuestas y recibir una oferta que responda a sus inquietudes. Desde donde pueda sentir que es el poder el que teme el poder de una opinión pública crítica e informada.