Es cierto que la rigidez de la compañía de bajo coste que más pasajeros mueve en España se ha relajado mucho en los últimos años. Ryanair era tan inflexible con sus propias normas que su popularidad sufrió enormemente en un momento de elevada competencia en el sector: Un pequeño exceso en el tamaño del trolley permitido en cabina suponía un roto importante en el presupuesto vacacional; no llevar impresa la tarjeta de embarque por descuido u olvidó se pagaba excesivamente caro. Y las críticas no paraban de crecer.

Había una sensación de corazón partido. Gracias a las compañías de bajo coste era asequible viajar a destinos más lejanos, pero los precios que aplicaban ante cualquier incumplimiento eran tan abusivos (y siguen siéndolo en algunos casos, mucho ojo) que a muchos nos temblaban las piernas al llegar a aeropuerto.

Todo cambió en 2013, pero cuatro años después, con Ryanair instalada en lo más alto, algunos directivos de la compañía se quejan ahora de que son víctimas de “haber sido buenos” y  denuncian “abusos” de los pasajeros: mochilas que no caben en los medidores del tamaño permitido o niños con trolleys más grandes que ellos.

Pequeños apaños para no tener que facturar una maleta grande que dispara el precio del viaje pero que, según esos directivos, dificultan la colocación de los equipajes y retrasan la salida de los vuelos, con la consiguiente pérdida de puntualidad y de eficacia en los objetivos de la compañía.

Antes no viájabamos así

Lo que se ha producido es todo un cambio en la manera de viajar en avión. Aunque casi se nos ha olvidado, hasta hace unos pocos años el billete de avión incluía el derecho a facturar una maleta grande y a disfrutar de un pequeño refrigerio durante el vuelo. Ahora, incluso en compañías tradicionales como Iberia hay que comprar la comida, generalmente a precios abusivos, o llevarse el bocadillo de casa. Con el agua hay que tener la precaución de meter en el bolso una botella de plástico vacía y rellenarla en los lavabos de la zona de embarque o en las fuentes artificiales que hay en algunos aeropuertos.

Este es el obligado peaje del viajero de bajo coste, cuyo número ha crecido exponencialmente y ha generado un auténtico boom en el sector turístico. Porque cuando se trata de pasar unos días de vacaciones el ánimo no se amilana ante las colas para pasar los arcos de seguridad, como ha ocurrido en el Prat por una huelga,  o ante la incomodidad de tener que ubicarse en asientos con un espacio ínfimo entre uno y otro.

Ryanair casi dobla a Iberia en pasajeros

La compañía más beneficiada de esa fiebre viajera es, precisamente, Ryanair, referencia obligada de lo que está ocurriendo en el sector. Desde su aparición en 1985 ha efectuado una carrera meteórica que la ha convertido en la primera aerolínea de España en número de pasajeros con cerca de 35 millones en 2016, casi el doble que Iberia. Se ha hecho con aproximadamente el 20 por ciento del mercado en nuestro país y pretende llegar al 25 por ciento en cinco años.

De ser una pequeña empresa irlandesa ha pasado a conseguir todo un récord: tansportar a mil millones de personas desde su fundación. Y se ha extendido por todo el mundo.

Es posible que su política de acercamiento al pasajero haya contribuido a ello, pero si cambian de estrategia, como han sugerido algunos de sus directivos, pueden volver a ser una compañía antipática y que ello les reste volumen de negocio. Otras aerolíneas andan al acecho.

Los viajeros que reservan y abonan su pasaje por Internet, incluidos los más pequeños que pagan la tarifa completa desde los dos años, tienen derecho a un trato amigable a cambio de que la compañía se ahorre muchos millones en trámites realizados desde casa con paciencia y siempre con cierto temor.

Nos hemos acostumbrado a sufrir auténticas vejaciones en los filtros de seguridad que garantizan la tranquilidad de todos y a encoger las rodillas por la estrechez de los asientos, pero ¿Estamos dispuestos a soportar nuevas medidas para que las aerolíneas recauden lo que no les entra en caja a través del precio neto de los pasajes?

Volver a una política restrictiva para el equipaje de mano, o incluso cobrar por entrar al baño de los aviones, como ha llegado a apuntarse, son medidas que podrían desatar una nueva guerra entre pasajeros y aerolíneas. Las declaraciones mencionadas se hicieron a principios de año y todavía no se han producido cambios. Ojalá continúe siendo así.