El verano de 2017 en Balears será recordado com aquel en que el turismo perdió la inocencia, aquel en que la población percibió que el rey estaba desnudo y le perdió el respeto, aquel en que se puso en duda la bondad del actual modelo turístico por considerar que la balanza entre beneficios y perjuicios presentaba fuertes oscilaciones hacia un lado y a otro.
El malestar se ha puesto de relieve en medios de comunicación y redes sociales con encendidas participaciones y denuncias cuya mayoría afectaba a sucesos patrocinados por el llamado "turismo de borrachera", todavía muy minoritario en un modelo muy amplio de turismo familiar. Pero ha funcionado el efecto alud y la pequeña bolita de nieve comunicadora se ha convertido en pocos días en una bola inmensa que arrasa por donde pasa. Con la saturación, la turismofobia, el agobio por los cruceros, el alquiler vacacional, las peleas entre "hooligans" en las zonas más duras de Magalluf, y otros elementos se ha batido un cocktail explosivo con el que la viralidad sitúa a Balears al borde del precipicio turístico. 
Ha sido un debate con exceso de emociones y falta de cifras contrastadas. A principios de verano un grupo llamado Terraferida, desconocido hasta entonces, envió a los medios un mapa de Mallorca cubierto de redondeles en su totalidad que supuestamente simbolizaban lugares de alquiler turístico en casas particulares. Señalaba que había efectuado un estudio que cuantificaba este tipo de oferta ilegal/alegal en más de cien mil plazas, circunstancia que estaba en el origen del apocalipsis turístico en la mayor de las Baleares. Nadie sometió el estudio a análisis ni se contrastaron las cifras, pero al día siguiente estaba en todas las portadas de los medios de comunicación y a las pocas horas circulaba a presión en todas las redes sociales con miles de comentarios y mayor presencia de los de marchamo alarmista. El debate estaba servido con este tipo de material, poco sólido pero explosivo.
La turismofobia ha patrocinado algunas manifestaciones callejeras que en ningún caso ha superado los 30 participantes pero que han tenido un desconcertante reflejo de titular y foto de portada en los medios. Incluso el grupo catalán Arran, vinculado a la CUP, se ha permitido algunos bolos de protesta callejera en Palma, con su consiguiente impacto mediático de alta gama.
Al margen de todo ello, en los últimos días se ha producido una manifestación improvisada de unos 30 (precisamente) turistas españoles alojados en el Hotel Vista Blava Elegance, de Cala Millor, en la costa del levante mallorquín, de la que únicamente se hizo eco Diario de Mallorca. Denunciaban las condiciones tercermundistas del establecimiento: temperaturas constantes de 34 grados en el comedor, desmayos por golpes de calor, ausencia de responsables, toallas "limpias" con manchas, bufete insuficiente, carencias sanitarias (el mismo vaso de la cena servía para el desayuno sin que ni siquiera se pasara por agua) y solo dos trabajadores en contrato de prácticas atendían como podían a los clientes.
Este suceso, que apenas, ha tenido eco en otros medios, debería haber sido el más relevante de la temporada. Es el único que no se presta a interpretaciones ni ha estado inducido por los startwuitters. En él está contenido el verdadero peligro para Balears: servicio deficiente, malas instalaciones y personal mal contratado y, por supuesto, mal pagado. Desgraciadamente nadie ha movido un dedo para estos turistas y trabajadores. La turismofobia sigue su curso.