Hoy están en primera fila aplaudiendo en todos los saraos organizados con motivo del 25 aniversario de aquello que tanto denigraron un cuarto de siglo atrás.  Hoy simulan que siempre apoyaron el gran proyecto de transformación urbanística de Sevilla y de modernización material de Andalucía que fue la Expo 92, pero lo cierto es que no fue así. No apoyaron la Expo en absoluto. En realidad, hicieron todo contrario.

La prensa furiosa

Durante los cuatro años de obras e intensos preparativos para que todo estuviera a punto en la fecha inamovible del 20 de abril de 1992, los periódicos descarnadamente antisocialistas ABC y Diario 16 fueron la doble punta de lanza de una campaña sostenida de acoso y descrédito de la Exposición Universal de Sevilla. Una campaña que, tras una cierta semitregua que duró los seis meses que duró la muestra, habría de reanudarse con no menos saña tras su clausura con aparatosas denuncias de corrupción y desvío de fondos que los tribunales de justicia acabarían archivando.

La explicación de tanta furia contra un proyecto que a fin de cuentas perseguía la modernización del atrasado sur español era simplemente que se trataba de un proyecto del Gobierno de Felipe González: la Expo era un invento socialista y no debía salir bien.

Lo que Anson sabía

Años después, en una célebre entrevista concedida en 1998 al periodista Santiago Belloch para la revista Tiempo, el director de ABC Luis María Anson lo admitía abiertamente: "Había que terminar con Felipe González, ésa era la cuestión. Al subir el listón de la crítica se llegó a tal extremo que en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado. Eso es verdad. Tenía razón González cuando denunció ese peligro..., pero era la única forma de sacarlo de ahí".

El viejo camaleón ilustrado del periodismo español aludía explícitamente al periodo 1993-1996, los llamados ‘años de la crispación’, pero en realidad la ferocidad antisocialista de la derecha había comenzado varios años antes.

La hora del todo vale

Precisamente, la Expo fue uno de los campos de batalla de aquella guerra sin cuartel. El proyecto acabó de ser perfilado a finales de la década de los ochenta, un tiempo en que la derecha española liderada por Manuel Fraga estaba sumida en una persistente depresión derivada de aquella impotencia electoral que diez años después verbalizaría tan cínicamente Anson en sus declaraciones a Tiempo.

Ciertamente, el voluntarioso exministro franquista no lograba romper su techo de votos, siempre insuficiente para superar al entonces imbatible Partido Socialista. Sería a principios de la década siguiente, en 1990, cuando la vieja AP se transformaba en el PP y Fraga dejaba al frente del mismo a un entonces desconocido José María Aznar, quien acabaría haciendo del nuevo partido una formación ganadora, si bien sobrepasando cuantas líneas rojas fuera necesario.

Si –aun viniendo del franquismo, o tal vez por ello– para el veterano político gallego no todo valía para derribar a González, para su delfín castellano los límites convencionales de lo políticamente admisible en una democracia eran un estorbo.

Los otros

Ese era el enrarecido contexto político sin cuyo conocimiento resulta difícil de entender por qué tanta saña contra una Exposición Universal que a fin de cuentas no era más que un proyecto político, por lo demás bastante familiar, de reequilibrio y articulación territorial en un país donde el sur –y en eso nadie discrepaba– permanecía postergado desde hacía largas décadas.

La derecha, sin embargo, no estuvo sola en la operación anti Expo. Hubo otros. La Izquierda Unida de Julio Anguita y el Partido Andalucista de Alejandro Rojas-Marcos se sumaron a aquella estrategia que habría de tener uno de sus episodios más bochornosos en la declaración municipal del director ejecutivo de la Expo, Jacinto Pellón, como ‘persona non grata’. Quien fuera el verdadero artífice de que todo estuviera a punto aquel 20 de abril de hace 25 años moriría en 2008 sin que el Ayuntamiento entonces socialista promoviera el acto de desagravio que la ciudad le debía.

¡Viva la mugre!

Cántabro, socialista y amigo personal de Felipe González, las fuerzas más casposas de la Sevilla eterna nunca le perdonaron a Pellón su escasa empatía con el rancio costumbrismo que aquella encarnaba. Uno de los articulistas más folclóricos del diario ABC llegaría a lamentarse de que el planeamiento urbanístico activado con motivo de la Expo derribara la tapia de la calle Torneo, al otro lado de la cual se extendía una ribera del Guadalquivir infestada de ratas por la que entonces pasaban las vías del tren.

El casi eximio escritor y apenas extravagante ciudadano Antonio Burgos hacía en aquel célebre artículo un canto a los cochambrosos talleres y las polvorientas tabernas donde él parecía cifrar el alma de Sevilla y que la Expo del satánico Jacinto Pellón derruiría para siempre.

Alejandro y Soledad

Tras la insuficiente victoria electoral del PSOE en las municipales de mayo del 91, el PP y el PA sumaron la mayoría absoluta necesaria para gobernar en Sevilla: en los dos primeros años de mandato el alcalde sería Alejandro Rojas-Marcos y en los dos últimos lo sería Soledad Becerril.

Faltaba entonces algo menos de un año para la inauguración de la Expo y crecían los temores de que las obras no estuvieran acabadas a tiempo, lo cual, dado que la fecha del 20 de abril de 1992 era inamovible, habría sido un fracaso político de primer orden y un daño irreparable para la imagen de España que la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona se proponían relanzar internacionalmente.

‘El dictador de la Cartuja’

Seis meses antes de la inauguración, una portada de ABC auguraba con imperdonable ligereza que la Expo no se abriría en la fecha prevista. Pero no fue la única. La portada del rotativo conservador del 26 de junio de 1991 es ilustrativa del clima político contra Jacinto Pellón, cuya foto a toda página ilustraba un texto que, bajo el título de ‘Asignatura pendiente’, azuzaba al nuevo gobierno municipal para que pusiera fin a “los desprecios del dictador de la Cartuja” y reclamaba a Rojas-Marcos y a Becerril que abordaran “con decisión una política de aislamiento de Jacinto Pellón”.

Denunciado en 1996 ante los tribunales junto a otros directivos de la Expo por supuestos delitos contables que investigó minuciosamente el juez Baltasar Garzón, el atribulado Jacinto Pellón –considerado por Felipe González “raro como un perro verde, pero rabiosamente honrado"– se lamentaba entonces con estas palabras luego confirmadas por los hechos: "Ahora tengo que gastarme en abogados, durante tres o cuatro años, el dinero que tenía para prejubilarme porque, si no lo hago, resultará que soy culpable". No tres ni cuatro sino siete años después, en 2003, el caso era archivado por el propio juez Garzón.

Causa archivada

El auto de archivo, respaldado por la Fiscalía Anticorrupción, era particularmente contundente: “Ni la documentación suministrada por el Juzgado 39 de Madrid [que investigaba la ‘trama suiza’ de Filesa y el ‘caso AVE’], ni las [seis] comisiones rogatorias internacionales libradas, ni las declaraciones de imputados o testigos, han conducido -escribía Garzón- a establecer en forma mínimamente solvente la concurrencia de los requisitos del tipo delictivo y, principalmente la distracción con ánimo de lucro de los fondos públicos en favor de terceros, de cobros irregulares o pagos indebidos con comisiones”. Y añadía el juez: “Antes al contrario, la dilatada y dificultosa instrucción ha demostrado exactamente lo contrario”.

La justicia despejó dudas sobre la honestidad de la gestión de Jacinto Pellón, pero para entonces ya era demasiado tarde.

Informe del Tribunal de Cuentas

Otra cosa distinta es el balance contable de la propia Expo, sobre el cual se mantienen las discrepancias políticas. En todo caso, en 1996 el Tribunal de Cuentas cifró en más 35.000 millones de pesetas las pérdidas de la sociedad estatal que gestionó la Exposición Universal, pues se disparó el sobrecoste de muchas obras y los ingresos previstos por su explotación fueron muy inferiores a los previstos. Aquel informe serviría de base para la investigación judicial finalmente sobreseída por Garzón.

El informe del Tribunal de Cuentas concluía: "Aunque la sociedad Expo 92 alcanzó de forma satisfactoria el objetivo general para el que fue creada, que era la preparación y celebración de la Exposición Universal de Sevilla en 1992, los procedimientos de gestión y control aplicados adolecieron de importantes deficiencias que repercutieron negativamente en los resultados de la sociedad".

Corrupción sí o sí

Aunque no faltan quienes atribuyen el descontrol presupuestario, los sobrecostes y aun el despilfarro a la lucha contrarreloj del equipo de Pellón para terminar las obras en plazo, la derecha política y mediática sigue convencida no tanto de que hubo como de que ‘tuvo-que-haber-corrupción’ en la Expo.

Ciertamente, con esa vara de medir es imposible perder: si la justicia dice que hubo corrupción es porque la hubo, pero si dice que no hubo corrupción es porque no logró probarla y no porque realmente no la hubiera habido.

El caso AVE

Sí hubo, en cambio, corrupción probada por la justicia en el caso AVE sobre comisiones ilegales en la adjudicación de contratas del tren de alta velocidad. El Supremo condenó en 2008 a la ex secretaria de finanzas del PSOE Aida Álvarez, y a su marido a sendas penas de seis meses de prisión por falsedad en documento mercantil. Fueron las únicas condenas, aunque algunas de las absoluciones se debieron a que los delitos habían prescrito.

La investigación comenzó en 1994 como pieza separada del caso Filesa de financiación irregular del PSOE. Hubo pagos de más de seis millones de euros por parte de Siemens, una de las empresas adjudicatarias de las obras, a sociedades de personas vinculadas al PSOE.

Por debajo de la media

En lo que sí parece haber un cierto consenso es en que la Expo aportó indudables beneficios a Andalucía.

Una tesis doctoral de 2001 firmada por María Pablo-Romero Gil-Delgado, dirigida por el catedrático Camilo Lebón y premiada por la prestigiosa Fundación Focus concluía que tras las inversiones por un montante de casi un billón de pesetas realizadas en Andalucía con motivo de la Expo, la región no consiguió –ni siquiera entonces– igualarse a la media española en infraestructuras.

¿Valió la pena?

Casi nadie sostiene hoy que la Expo no valiera la pena, si bien los más críticos ponen el acento en los errores de planificación o los excesos de gestión.

La antigua Expo se llama hoy Parque Científico y Tecnológico Cartuja, pues el intenso debate urbanístico posterior a la Expo sobre si se debía o no autorizar la construcción de viviendas en la isla de la Cartuja se saldó con un rotundo no. 

Los activos principales de la tecnópolis sevillana son estos: 400 empresas, 16.000 trabajadores y 2.000 millones de facturación anuales. Sus deficiencias, estas: mantenimiento deficiente y aun abandono de los espacios comunes, escasa integración con la ciudad y problemas de movilidad y aparcamientos.