La sesión constitutiva del pasado martes en el Congreso de los Diputados prometía ser más aburrida que un documental sobre la reproducción del mejillón cebra. Como mucho, había expectación por si Podemos daba la sorpresa y, pese a la cobra del PSOE (ésta, no ésta), acababa apoyando a Patxi López. Al final, hubo campanada de Pablo Iglesias, aunque se quedó en campanilla en comparación con el sorpresón de la abstención de los rompepatrias vascos y catalanes, que le dio la Presidencia a Ana Pastor, y, sobre todo, de los 10 votos fantasma que se llevaron de más los candidatos de PP y Ciudadanos a la Vicepresidencia del Congreso.

El pasado mes de abril conocimos que Pedro Sánchez se había tomado un café en secreto con Oriol Junqueras, para sondear la posibilidad de que ERC le ayudase en la investidura. Las reacciones del PP no se hicieron esperar. Rafael Hernando, bocachancla oficial del PP, le acusó de pergeñar un “teatrillo” y un “cambalache para ser presidente”, le exigió “cambiar de compañías” y aseguró que se reunían en secreto porque buscaba “socios con los que no se atreve a dar la cara”.

A pesar de que Hernando haya vuelto a retratar a su partido con efectos retardados, algo de razón tenía en que Sánchez no se atrevía a dar la cara junto a ERC. Le faltó decir que a los catalanes no les tocaba ni con Wi-Fi y, aun así, en su partido le montaron la mundial. Sobre todo, desde el sur, donde repudiar a cualquier cosa con senyera parece más sagrado que la Virgen de la Macarena.

La derecha suele acusar, con desprecio, a la izquierda de presumir de cierta superioridad moral. Pero lo cierto es que, de lo que adolece en realidad el progresismo, es de demasiados complejos y escrúpulos.

Al final el “teatrillo” se lo ha montado el PP con los mismos nacionalistas vascos que le exigieron el acercamiento de presos etarras, tabú absoluto hasta que se diga lo contrario, a cambio de apoyar a Rajoy. De momento, el PNV se ha llevado de regalo una Secretaría en la Mesa del Congreso.

Y para “cambalache” el del PP con Convergencia a cambio de unos votos fantasma que serán recompensados con un grupo parlamentario al que no tienen derecho (¡Anda, como las confluencias de Podemos! ¿Se acuerdan de la que se lio?). El trapicheo tiene cifras: un millón de euros, más otros 350.000 en cómodas cuotas anuales. Por supuesto, de nuestros bolsillos. Los de las esteladas, los pitos al himno y el Espanya ens roba pactando a cambio de un puñado de euros con los de la alcantarilla que conspiran contra ellos y les recurren el Estatut. Dicen que el amor no se compra, pero el cariño parlamentario bien puede alquilarse. ¿Es bonito o no es bonito esto?

Posdata: ¿Cuándo va Celia Villalobos a salir ante las cámaras a criticar que, con este tocomocho, Rajoy sólo quiere “salvar su culo” porque “todo le importa una higa”? De momento, las posaderas de la ínclita ya no se sientan en la Mesa del Congreso y el martes ni siquiera tenía un escaño destacado en el Congreso. Tuvo que sentarse en el “gallinero”, el mismo oscuro rincón al que intentó mandar a Podemos. ¡Ah, la ironía!