El estudio Ghibli, creado en 1985 por Toshio Suzuki, Isao Takahata y Hayao Miyazaki, anunciaba a mediados de 2014 que la producción de largometraje se detendría mientras el estudio de animación japonés se reestructuraba después del anuncio de Miyazaki de que abandonaba su actividad como director. Los dos últimos largometrajes producidos por Ghibli se estrenan este viernes tras varios años desde su producción, en una elección un poco extraña para crear una clara competencia entre un título y otro.

Por un lado, El cuento de la princesa Kaguya, del veterano director Isao Takahata, quien quizá ha vivido a la sombra de Miyazaki –en términos muy generales - y que se estrena tres años después de su producción…; por otro lado, el segundo largometraje de Hiromasa Yonebayashi, El recuerdo de Marnie. Dos producciones de animación de estilos muy diferentes que, en su estreno conjunto, ocasiona que la película de Yonebayashi quede ensombrecida por la maestría de Takahata. Autor de una obra maestra de la animación contemporánea como La tumba de las luciérnagas, pero también de maravillas como Mis vecinos los Yamada o Ana de las tejas verdes, su anterior producción, ha trabajado de manera estrecha con Miyazaki, si bien ambos directores presentan estilos bien diferentes.

En El cuento de la princesa Kaguya, Takahata parte de un cuento oral del folclore japonés del siglo X el cual sirve al director para llevar a cabo una reivindicación, u homenaje, como más guste, de la tradición oral mediante una historia fantástica en la que una princesa surge/nace del interior de un tronco de bambú y se cría con unos ancianos humildes hasta que estos, gracias al dinero providencial que el bambú les entrega, construyen un palacio para su princesa, llamada a casarse, como poco, con el emperador. A partir de este relato confeccionado en su estructura como un relato infantil –algo que, por otro lado, no tiene absolutamente nada de malo-, Takahata desarrolla el personaje de la princesa con enorme inteligencia, mostrando diferentes momentos de su crecimiento hasta llegar a una juventud desoladora, pero no exenta de momentos divertidos, sobre todo en lo referente a sus tres pretendientes y a las pruebas, pero que ocasiona que la película tenga un cierto tono melancólico, casi triste, roto por la rebeldía de una joven que se enfrenta a un destino impuesto así como a esa condición principesca que ha tenido que asumir frente a la humildad de los campesinos, de la que se siente parte.

 

Oda a lo pequeño y a los detalles en su narración, también lo es en su construcción visual. Takahata crea las imágenes de El cuento de la princesa Kaguya a través de un trazado artesanal que en muchos casos diluyen los contornos de los planos para conducir  a la imagen hacia una abstracción que acaba convirtiéndose en la mejor manera de relatar una historia que se mueve entre la fantasía y la realidad sin importar dónde empieza una y dónde la otra; si, en realidad, existe una división. El director sorprende con algunas rupturas en la construcción de la imagen, como la secuencia marítima o en la huida de la princesa, en la que esa abstracción en la construcción visual toma forma completa al diluir las formas humanas con el paisaje hasta crear un todo que, lejos de ser confuso, acaba siendo parte del discurso de una película excelente en todos los sentidos.

Por eso El recuerdo de Marnie sufrirá las comparaciones al estrenarse conjuntamente. Pero llevando a cabo un acercamiento a ella sin intención alguna de evaluarla a la sombra de Takahata, la segunda película de Yonebayashi, como la anterior, bebe directamente, en cuanto a la creación visual se refiere de Miyazaki, mostrándose el cineasta como un buen discípulo, con personalidad suficiente, eso sí, como para que se pueda entrever que hay en él un director con una visión propia. En  El recuerdo de Marnie, Yonebayashi se centra en una joven adolescente quien debe marchar con unos familiares a un pequeño pueblo en la costa para curar su asma. A partir de ahí, el mundo imaginario (o no) de Anna cobra vida en Marnie, ¿un fantasma?, ¿una proyección de su imaginación? En más de un momento la película abraza cierto componente sensiblero que ahoga gran parte de sus intenciones, y eso que Yonebayashi es francamente más gris en ciertos aspectos emocionales que Miyazaki.

 

El cromatismo de las imágenes contrasta con el interior de Anna, quien guarda un secreto en su vida que poco a poco irá desvelándose, tan alegre en apariencia pero tan necesitada de afecto a la vez. Esa contraposición juega un buen papel, pero llega un momento en el que se tiene la impresión de que la historia debería haber acabado antes, que no daba para tanto, y en ese exceso de metraje, así como en algunas salidas de tono que rompen la dinámica general de la película, El recuerdo de Marnie no acaba siendo la obra redonda que se intuye en su interior. Ahora bien, el resultado es una notable película de animación con algunos momentos y algunas ideas magníficas, y con un retrato de dos jóvenes que, cada una por unos motivos, se buscan y se encuentra en la soledad que consigue emocionar.