Cuando ya no confiamos en los partidos políticos (no en los que han venido gobernando hasta ahora, no en los que nos han conducido a esta situación no sólo económica, sino de déficit democrático y colapso ético) vamos abriendo alternativas. Vamos a ver cómo responde la justicia y no sólo a este caso, sino a todos, incluidos los recortes (que pueden ser anticonstitucionales en sanidad o educación). No podemos más de corrupción y robo, fraudes e incompetencias, saldado todo ellos con pensiones millonarias, sueldos escandalosos o indemnizaciones estratosféricas. No vemos a ningún poderoso pagar por nada mientras que a nosotros se nos empobrece y se limitan escandalosamente nuestros derechos. Podemos estar desconcertados porque todo ha sucedido muy rápido, pero no estamos inermes. La ciudadanía no está inerme, busca y encuentra otros caminos y tarde o temprano desbordará los límites que constantemente pretenden cercarnos. Porque según la gente ocupa espacios, el poder procura cerrarlos: desde las leyes que intentan reprimir cualquier signo de disidencia y que se aprueban desde España a Rusia, a las nuevas tasas para acceder a la justicia.

Aun así, es obvio que están surgiendo nuevos caminos, que la gente no se resigna, que se ha organizado, que comienza a escucharse, por primera vez en muchos años, un discurso de izquierda anticapitalista y radical que puede, de verdad, contribuir a cambiar las cosas profundamente. Desde la capitulación de la socialdemocracia es la primera vez que escucho y leo por todas partes un discurso profundamente crítico con el capitalismo con posibilidades de conectar con una mayoría social, con posibilidades de triunfar en las elecciones. Es el de Syriza en Grecia, Melenchon en Francia, el Bloco de Esquerda en Portugal o Die Linke en Alemania entre otros (y aun sabiendo que estos partidos son muy diferentes entre sí) Está claro que la gente de izquierdas comenzamos a encontrar acomodo más allá de una socialdemocracia que apenas se distingue ya de la derecha. Y lo mejor de estos partidos (más en unos que en otros) es que no son monolíticos ni dogmáticos. Sus militantes o simpatizantes van desde socialdemócratas que han perdido el partido, hasta personas que, simplemente, se dicen de izquierdas, pasando por demócratas radicales que sólo quieren refundar la democracia.

Sólo en Francia resiste la izquierda tradicional y resiste, precisamente, porque la izquierda francesa ha defendido con más ahínco sus tradicionales señas de identidad, al menos a nivel discursivo. Esa capacidad de conectar con sus votantes de siempre la pondrá a prueba Hollande ahora, gobernando en plena en plena crisis. De que se atreva a innovar, a tomar medidas de izquierdas o que se pliegue absolutamente a eso llamado “los mercados”, dependerá la suerte del PS francés. Los resultados del partido de Melenchon, a pesar de no cumplir con las mejores expectativas, no son desdeñables y podrá crecer si el PS comienza el camino de convertirse en indistinguible de la derecha.

En todo caso, hay un nuevo territorio, aun por conformar, para la izquierda. En esta ocasión y, esto es lo novedoso, estos partidos, algunos antiguos, otros nuevos, ya no pueden ser verticales, monolíticos y dogmáticos, sino que están naciendo desde la calle, desde la ciudadanía, desde los indignados, desde la necesidad expresada de muchas maneras que tenemos de recuperar la democracia y también de recuperar a la izquierda.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
http://beatrizgimeno.es