El Departamento de Justicia de Estados Unidos, que ha olido sangre, acusa a los responsables de Megaupload de "piratería masiva en todo el mundo de diferentes tipos de obras protegidas por derechos de propiedad intelectual". Le ponen precio a lo que entienden han sido los males causados por la concurrida web: 500 millones de dólares en pérdidas a los legítimos dueños de los derechos de las obras que podían visionarse y descargarse gratis, además de lograr unos beneficios con ello de 175 millones. También hay por ahí una acusación de blanqueo de dinero y crimen organizado, para que suene como si han detenido a Al Capone. Ahí es nada.

El que piense que en Megaupload no se producía un saqueo diario a la propiedad intelectual, o no ve la realidad o prefiere vivir en el maravilloso mundo de la ingenuidad. Por supuesto que por delante de todo está la presunción de inocencia, pero si esta web asumía ella sola el 4% del tráfico de Internet mundial, como asegura la acusación, seguro que no regalaba copias de los Episodios Nacionales. La tentación estaba a la distancia de una cuenta premium.  La parte negativa de esto es que miles de personas que probablemente hiciesen un uso legal y legítimo de los servicios de Megaupload han visto como los archivos que subieron para compartir desaparecían en el limbo telemático, con el riesgo de perderse para siempre. Muchos usamos estos espacios, y otros como Dropbox, por las ventajas de la nube para acceder a nuestra información allá donde estemos sin la necesidad de cargar con soportes físicos. Toda esa información legal, puesta en riesgo en esta operación, merece mejor respuesta que el silencio por parte de las autoridades norteamericanas. Pero, además, muchos  también esperamos que el caso esté bien anclado en soportes legales sólidos. Incluida la industria de la música y el cine. Si todo este revuelo acabase en una sentencia absolutoria, el daño sería irreparable. Después del caso Megaupload nadie se creería que un autor tiene derecho a vivir de su obra. Que la propiedad intelectual no es un concepto maléfico creado por quienes pretenden apropiarse de la cultura. La cadena para compartir debe comenzar en el legítimo dueño del contenido. Siempre lo he dicho. Nadie puede apropiarse de lo que no es suyo en una particular cruzada de lo gratuito, y menos hacerse de oro en el proceso. Por eso este caso debe servir como ejemplo, y no terminar en fiasco. Debe haber un antes y después de Megaupload, pero tiene que servir para delimitar claramente las líneas rojas que no pueden cruzarse en Internet, al igual que están pintadas claramente en eso que llamamos la vida real.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin