Este martes, la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) ha publicado un informe, titulado 'Poco, tarde y mal' en el que recoge la situación, los testimonios o los principales problemas en 486 geriátricos que, siendo centros sociales y no sanitarios, no se encontraba en absoluto preparados para afrontar la pandemia del coronavirus​.   

MSF señala la “descoordinación institucional y la falta de liderazgo” por parte de las distintas Administraciones Públicas: “Falló la efectiva asistencia desde el sistema de salud”. Critica el "férreo" aislamiento al que se sometió a los ancianos de forma general: “Mantener a los enfermos en espacios cerrados y sin atención médica adecuada multiplicó los contagios, aceleró la mortalidad y produjo situaciones indignas e inhumanas”.  MSF relaciona "las deficiencias estructurales, así como a la precariedad laboral y los recortes en el sector” con “el alto índice de mortalidad”

En un informe interno, el Ministerio de Sanidad cifra en unos 27.359 los ancianos muertos en este tipo de centros durante los primeros meses de la pandemia, momento en el que la ONG entró en los centros para ofrecer su ayuda en labores como la separación de los contagiados y sus contactos. En este sentido, señalan que los trabajadores “se vieron obligados a dar unos cuidados para los que, a pesar de su buena voluntad, no estaban preparados”.  Así, la responsable de MSF, Ximena Di Lollo, habla de los problemas sistémicos, como la falta de formación o la tardanza y escasez con la que se recibieron los EPIs, que condujeron al “abandono” de los ancianos y la “desprotección” de los trabajadores. "Lo que encontramos fue un caos absoluto", y añade que "el personal estaba abismado porque la mayoría estaban enfermos. Había auxiliares de enfermería e incluso una médica durmiendo en el suelo y muchos pacientes sintomáticos". Di Lollo ha relatado la caótica situación que se encontraron al entrar a los centros:  "Lo primero que hicimos con la médica fue mirar dónde iban a poner los cadáveres de esta gente que estaba en una situación médica muy severa sino respondían a los traslados que se iban solicitando".

Pero, sin lugar a duda, lo más brutal del informe son los devastadores testimonios recogidos en las residencias.

"Nadie me ha preparado para una situación como esa"

Natalia, directora de una pequeña residencia privada, relataba entre lágrimas algunos de los momentos más duros: “Un día llegó el equipo de cuidados paliativos que enviaban desde sanidad y le pusieron la primera inyección de sedación a una de las residentes que estaba muy grave y no habíamos podido referir al hospital. Antes de irse, dejaron otras dos inyecciones cargadas para que se las pusiera yo en función de unos plazos que me indicaron. Yo miraba las inyecciones y sabía que yo no podría hacer eso, por muy sencillo que dijeran que era. No era por la inyección en sí, sino por lo que significaba. A mí nadie me ha preparado para una situación como esa y mucho menos para que sea yo quien lo haga. Nunca le puse las inyecciones y el caso es que Ana se acabó recuperando y todavía la tenemos aquí con nosotros. Es muy mayor y está muy débil, pero ahí sigue. Hemos tenido otros casos que fueron sedados por el equipo de cuidados paliativos para evitarles el sufrimiento; quizás fueron muchos, ahora ya no lo sabremos. Pero esto de que nos dejaran a nosotros la responsabilidad de hacerlo es algo que nunca hubiera podido superar”.

 "Personas golpeando y suplicando por salir"

También es extremadamente dura la experiencia de Andrés, jefe de bomberos que se trasladaba de residencia en residencia junto a su equipo para llevar a cabo las labores de desinfección: “Pero persistía el miedo a mover a las personas, con todas sus pertenencias, de un lugar a otro, para crear zonas limpias [sin positivos] y sucias [con personas con coronavirus]. Preferían muchas veces que los mayores, mientras no hubiese resultados fiables de las pruebas, quedasen encerrados en sus habitaciones, en lugar de reagruparlos en zonas, por miedo a perder el control y que todo el edificio se viese así contaminado. El resultado era espantoso: una sucesión de puertas cerradas, en ocasiones con llave, y personas golpeando y suplicando por salir. Un horror”.

"No hemos pensado en otra cosa que en aislar al máximo, sin pensar en lo que esto significaba"

Igualmente dramático y asfixiante es el testimonio de Carmen, directora de otra pequeña residencia que relata la dureza del confinamiento en las habitaciones: “Enseguida vimos que había residentes que no iban a poder soportarlo. Eugenia, por ejemplo, dejó de comer y de moverse; se pasaba las horas mirando por la ventana. Había otros residentes que se quejaban y trataban de salir de los cuartos, y la verdad es que ha sido muy doloroso tener que mantenerlos encerrados. En el caso de Eugenia, yo tenía miedo de que se dejase morir y empecé a sacarla cada día un rato, para ver si recuperaba las ganas. Y empezó a comer, empezó a ir a mejor, hasta que un día vinieron los de atención primaria justo cuando la teníamos fuera, y me dijeron que era una inconsciente y estaba poniendo en peligro a todo el mundo. No me quedó otro remedio que devolverla a la habitación; me hicieron sentir muy mal. Ella dejó de comer otra vez y a los pocos días se murió. Yo no digo que no se fuese a morir igualmente, pero tengo claro que no quiso pasar por esto. Cuando volvió el equipo de primaria y les dije que se había muerto por encerrarla de nuevo, me dijeron: ‘No nos digas eso’. Se quedaron bastante tocados. Nos ha pasado a todos lo mismo. Nos entró tanto miedo con el virus que no hemos pensado en otra cosa que en aislar al máximo, sin pensar en lo que esto significaba para ellos”.

"Elijan ustedes"

Luisa, trabajadora social, cuenta la desesperación que se vivía cada vez que un residente necesitaba atención hospitalaria: “Llamabas al hospital de referencia y te decían: ‘Lo siento, hoy solo podemos admitir a una persona de residencias, elijan ustedes’. Aun así, la ambulancia no venía a recogerla y fallecían en las pocas horas o días”.

"Aunque me quede, se seguirán muriendo”

Magdalena vivió la pandemia como enfermera de una pequeña residencia rural: “Llevo dos días empalmando turno, porque no hay nadie más que pueda atender a los residentes que no me dejan enviar al hospital, y ya no puedo más. Ayer se murió uno y esta noche se morirá otro si no me quedo, pero tengo que descansar para poder seguir gestionando todo esto: la mitad de la plantilla está de baja, los familiares llaman sin descanso y hay un montón de protocolos por implementar. Aquí es muy difícil contratar personal sanitario, nadie quiere venir a trabajar a un sitio tan apartado. Conseguí que me echara una mano otra amiga enfermera, pero el hospital ha reclamado a todos los que estaban en las bolsas de trabajo y me he vuelto a quedar sola. El alcalde está buscando, pero ya te digo que solo encontrará gente y voluntarios para temas de limpieza, nada para los cuidados sanitarios. Yo he llamado a toda la provincia. En el hospital han montado un equipo covid para las residencias, pero son tres personas y por aquí no han pasado. Tampoco creo que vayan a hacer gran cosa; imagino que, como en esta residencia, se van a encontrar muchos casos y no van a prescribir derivaciones, pero al menos me podrían guiar con los tratamientos y procedimientos. Me quedaré esta noche, cómo no, y las que hagan falta. Al fin y al cabo, soy enfermera, esto es vocacional, y más aún cuando trabajas con gente mayor. Pero aquí sola no puedo hacer mucho. Aunque me quede, se seguirán muriendo”.