El verano trae consigo días más largos y la oportunidad de disfrutar de numerosas actividades al aire libre. Sin embargo, también implica un aumento en los riesgos para nuestra salud ocular. En esta temporada, es crucial tomar medidas para proteger nuestros ojos de los daños que pueden causar el sol, el agua y otros factores ambientales.

La exposición prolongada al sol es uno de los principales riesgos para la salud ocular en verano, al que se suma la frecuencia con la que nos bañamos, tanto en aguas naturales como las de playas, ríos y lagos, como en las piscinas que reciben en verano mayor frecuencia de visitas. Y, aunque el cloro presente en muchas de ellas ofrece protección frente a infecciones, también puede provocar daños oculares si no se toman las precauciones necesarias. Una situación que afecta especialmente a quienes utilizan lentes de contacto

Además de estos riesgos más conocidos, existen otras amenazas para la salud ocular durante los meses de verano. Practicamos más actividades deportivas que pueden dañar nuestros ojos por impactos, podemos caer en la tentación de recurrir a gafas de sol de baja calidad que acaben dañando nuestros ojos en lugar de protegerlos y el aumento de tiempo libre también eleva las horas que pasamos frente a pantallas y dispositivos digitales, bien sea leyendo o disfrutando de una serie.

El riesgo ultravioleta

Los rayos ultravioleta (UV) pueden dañar varias estructuras del ojo, incluyendo la córnea y la retina. “El daño actínico producido por la radiación UV puede provocar lesiones palpebrales que pueden incluso llegar a malignizarse, como el carcinoma basocelular, de frecuente asiento en párpados fotoexpuestos”, nos explica el doctor Francisco Javier González García, jefe asociado de Oftalmología y tutor de residentes en el Hospital Universitario Rey Juan Carlos de Móstoles, integrado en la red pública madrileña (SERMAS).

La exposición al sol se relaciona con dolencias como la aparición de pterigium, cataratas y daño macular. En el caso de éste último, es habitual por mirar directamente sin protección al sol a la hora de disfrutar de eclipses y, sobre todo ahora en verano, de atardeceres.

Los peligros en el agua

El verano también significa más tiempo en el agua, ya sea en el mar, ríos, lagos o piscinas. Estas actividades pueden aumentar el riesgo de infecciones y irritaciones oculares, especialmente para aquellos que usan lentes de contacto, casos que se han relacionado con mayores infecciones. “Una alternativa para las personas con defectos de graduación puede ser el uso de gafas de bucear graduadas, que se adaptan en la mayoría de centros ópticos, sobre todo aquellos especializados en óptica deportiva”, señala el experto.

El contacto con bacterias y otros microorganismos en el agua puede causar infecciones graves, mientras que el cloro en las piscinas, aunque es una buena solución para prevenir enfermedades infecto-contagiosas como la conjuntivitis vírica, puede irritar la superficie ocular. Su contacto con los ojos puede generar “queratoconjuntivitis irritativas y que se altere la superficie ocular y la película lagrimal, pudiendo empeorar una sequedad ocular preexistente. Es recomendable no abrir los ojos bajo el agua de la piscina, o bien utilizar gafas de bucear adecuadas”, recomienda el doctor González.

Uso de gafas de sol adecuadas

Es fundamental que las gafas de sol tengan un filtro UV homologado para proteger adecuadamente los ojos. Las gafas de sol vendidas en centros ópticos cumplen con este requisito, garantizando la protección frente a los rayos UV. Sin embargo, las gafas compradas en mercadillos o venta ambulante a menudo no ofrecen esta protección, y pueden incluso ser perjudiciales. El efecto de dilatación pupilar inducido por la oscuridad relativa del cristal puede permitir que entre más radiación UV, dañando las estructuras del ojo.

Al elegir gafas de sol, es importante buscar aquellas que bloqueen el 100% de los rayos UV. Además, las lentes polarizadas pueden reducir el deslumbramiento, mejorando la comodidad visual al realizar actividades al aire libre.

Mantener los ojos hidratados

Mantener una buena hidratación es vital para la salud ocular. Beber suficiente agua ayuda a mantener la película lagrimal, que es esencial para la salud de la superficie ocular. Evitar ambientes secos también contribuye a prevenir la sequedad ocular.

Para aquellos que padecen de ojo seco, es importante incrementar la dosis de lágrimas artificiales u otros lubricantes durante el verano “para evitar los incómodos síntomas de afectación de la superficie ocular, como escozor, picor o sensación de cuerpo extraño”. Según el jefe asociado de Oftalmología del hospital mostoleño, “en estos pacientes es además recomendable evitar los aires acondicionados de forma directa, así como es beneficioso el uso de humidificadores del ambiente en sus domicilios”.

Actividades al aire libre

Algunas actividades al aire libre, como el paintball, el airsoft y los deportes de pelota (tenis, pádel), pueden suponer un riesgo de traumatismo ocular. Estos deportes son más practicados en verano debido al tiempo libre y las condiciones meteorológicas favorables. “En aquellos casos en que sea posible, es recomendable -e incluso a veces, obligatorio- el uso de gafas de protección para prevenir al máximo”, subraya el doctor González.

Otro factor de riesgo muchas veces subestimado son las fiestas populares, tan habituales por toda la geografía española durante el verano y, especialmente, a mediados de agosto y principios de septiembre. “En las fiestas populares de pueblos y barrios, hay que tener especial cuidado con los petardos y otros fuegos artificiales, que deben ser siempre manipulados por adultos, con experiencia en su uso y extremando las medidas de seguridad, sobre todo si se manipulan cerca de los más pequeños”, insiste el especialista.

Más pantallas en verano

Con la llegada de las vacaciones y el aumento del tiempo libre, nos alejamos de los ordenadores del trabajo, pero nos acercamos más a dispositivos digitales como móviles o tablets para disfrutar de unas horas de lectura o ponernos al día con series y películas. “El uso continuado de dispositivos electrónicos puede suponer una sobrecarga para nuestro sistema acomodativo, el que nos permite enfocar en distancia próxima. En niños y adolescentes, un uso continuado de los mismos, asociado a una menor exposición al aire libre y luz solar, puede favorecer un aumento en el grado de miopía o el desarrollo de la misma”, explica el doctor González.

En el caso de los adultos, a partir de los 40-45 años , cuando se tiene una presbicia leve o incipiente, pero todavía no se usan gafas para ver de cerca, el uso continuo de dispositivos suele traducirse en cefaleas y fatiga visual, especialmente si no se recurren a medidas de higiene visual, “como trabajar siempre con buena iluminación, a una distancia adecuada de trabajo, y realizando descansos cada 30-40 minutos, preferiblemente dirigiendo la vista al horizonte o enfocando objetos lejanos para relajar la acomodación”,  recomienda el experto del Hospital Universitario Rey Juan Carlos.