Este 5 de julio se cumplen 500 años de la epidemia más insólita de Europa, la coreomanía conocida popularmente como el baile de San Vito. Sin embargo no vamos a adentrarnos en esta extraña dolencia si no en un caso particular, un episodio ocurrido en Madrid décadas más tarde de toda aquella plaga bailonga. 

Hablamos del 25 de junio de 1787 cuando el doctor Bartolomé Piñera y Siles, se desplazó al Hospital General de la Pasión (Museo Reina Sofía). Allí, en la cama número 41 de la sala de San Mateo, le espera Ambrosio Silván, un muchacho de 14 años aquejado de una extrañísima dolencia que paralizaba, media cara, una pierna y el ojo izquierdo fuera de órbita, para colmo de males su brazo izquierdo se agitaba de manera totalmente descontrolada.

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¿Hubo en el hoy Museo de Reina Sofía un niño enfermo del baile de San Vito? 

El doctor Piñera trató por todos los medios tranquilizar la gran agitación del muchacho, pero ni las sangrías, ni los enemas, ni la dieta especial, en la que se incluyó horchata con tila, sosegaban al paciente. El 27 de junio sucedió algo extraordinario, los inexplicables terrores que sufría el chaval con algunas visitas se transformaron en alegría con la llegada del boticario Manuel García, la singularidad de este visitante es que iba vestido de rojo, observando en el paciente cierta fobia a determinados colores y sosiego ante otros.

Esta pista le hizo sospechar que quizá la dolencia del joven Ambrosio estuviese relacionada con lo que otros médicos habían escritos sobre la tarantela, por ello aprovechando el sosiego que el color rojo causó en el paciente Piñera indagó hasta averiguar que unos días antes “un vicho de muchas patas” había sido el origen de los males del joven. A partir de ese momento Piñera decidió aplicar lo que hoy llamaríamos musicoterapia.

Evidentemente los directivos del hospital y la madre del chiquillo se opusieron por miedo a ser “la sátira, mofa e irrisión de la Corte” pero en su defensa Piñera argumentó que era inocuo y que además mantendría el tratamiento previamente aconsejado incluyendo la desinfección de la picadura.

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En el informe que escribió el doctor Piñera se detallan todos los pormenores del caso con anécdotas curiosísimas. 

En contra de lo que podría parecer Piñera demostró un espíritu puramente científico anotando todo lo que sucedía incluidas horas, dosis y efectos de sus tratamientos, pero ahora bien, faltaba un músico que supiese tocar tarantelas. En ese momento es cuando apareció Bernardo Merlo, un vinatero de Valdepeñas que al son de la vihuela se ofreció al doctor.

De este modo el 30 de junio vistieron al muchacho y entre tres practicantes, dada la debilidad del muchacho, lo trasladaron a la sala de San Bernardino. Allí les esperaba Merlo quien asombrado como el resto apreció que la parálisis que postraba al muchacho desaparecía al compás de su instrumento.

Durante todo el mes de julio el joven Ambrosio danzó, media hora, una hora, una hora y tres cuartos… mejorando y despertando el interés de toda la sociedad acudiendo a verle gentes de toda condición como la duquesa de Osuna y al retortero de ella científicos como Juan Gámez (medico de su majestad) y el cirujano Antonio Mendoza  a quien Piñera dejó investigar y analizar el caso.

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La duquesa de Osuna fue una de los muchos testigos que presenciaron las sesiones de musicoterapia del doctor Piñera desmintiendo todos los embustes que los envidiosos crearon sobre él y el joven paciente.

Pero no lo tuvo fácil nuestro doctor también sufrió las críticas de los maledicentes  que afirmaban que el muchacho había muerto e incluso se atrevieron a publicar un folleto difamatorio.

Para mediados de agosto la parálisis casi había desaparecido, Ambrosio podía vestirse solo y caminar, recuperó el apetito y su descontrolado brazo respondía a los estímulos pudiendo coger cosas y dirigiéndose hacia donde el chaval quería.

El doctor Piñera por su parte escribió un informe para la Real Junta de Hospitales, fascinante en el que se demuestra su eminente carácter científico como por ejemplo las constantes citas a otros médicos europeos que respaldaban sus teorías (Leiutaud, Mureto, Mead, Pluche, Geofroy) o experimentos tan curiosos como cambiar la tarantela por fandangos para averiguar si surtían el mismo efecto. Un informe este de Piñera que demuestra una vez más como los pioneros han de lidiar no solo con la dificultad de indagar lo desconocido si no con la enemistad de las mentes cerriles y criticonas.