El tímpano vibra solo durante unos breves segundos, pero la palabra que reconoce el cerebro enmudece las cuerdas vocales de toda la sala: “meningitis”. Una pequeña gota de sudor frío se precipita lentamente por la piel, haciendo pausas con cada suspiro. La familia languidece mientras el pediatra busca el apellido con urgencia. Y es normal. Nos enfrentamos a uno de los síndromes más temidos en todo el planeta, tanto por su elevada mortalidad como por las posibles y graves secuelas entre los supervivientes.

Sin embargo, es pronto para llorar. Ese apellido que está buscando el pediatra es crucial. Si la meningitis es “vírica”, podemos vaciar la angustia con una enorme y placentera exhalación: el pronóstico será excelente en la mayoría de los casos. No siempre, pero sí casi siempre. Suficiente para mantener la alerta dentro del orden que nos proporciona la tranquilidad. Es otra historia. Benditos virus.

Cuando la meningitis se acompaña de la palabra “bacteriana”, el terror llama a la puerta sin reparos, se burla del pediatra y estrangula el corazón de cualquier familia. Incluso es posible que ya sea tarde para las lágrimas. La evolución de estos cuadros suele ser tan veloz y fulminante que los pediatras siempre vamos por detrás de la enfermedad. A pesar de todos los avances de la Medicina actual, los porcentajes de mortalidad y secuelas se mantienen estables. Es como si la bacteria ya hubiera decidido el destino antes de que pudiéramos diagnosticarlo. Solo dos o tres horas antes era un niño con un pico aislado de fiebre que daba saltos y sonreía feliz. No hay forma de verlo venir. Y no es culpa de nadie. No hay retraso en el diagnóstico. No se ha demorado el inicio del tratamiento. La enfermedad es así, salvaje. Una leona agazapada que caza a su presa, y solo la soltará si le apetece.

Pero como en los peores dramas, siempre hay un lugar reservado para la esperanza. La meningitis bacteriana también tiene aspectos positivos. Dos, para ser exactos.

"La meningitis bacteriana es una enfermedad muy poco frecuente aunque con porcentajes de mortalidad muy elevados"

El primero es que, por suerte, se trata de una enfermedad muy poco frecuente. Es más fácil que un 22 de diciembre agitemos una botella de cava para celebrar el Gordo a que nos toque sufrir esta horrible pesadilla entre paredes blancas de hospital. Pero ojo: siempre toca.

El segundo es que, gracias a esa denostada ciencia que cada día cuidamos y agradecemos menos, existen vacunas disponibles para prevenir este mal sueño que les estoy contando. En concreto, frente a las dos bacterias que producen esta enfermedad con mayor frecuencia: neumococo y meningococo.

Para el primero tenemos, ¡aleluya!, una vacuna financiada en todo el territorio español. La historia se repite. No hace tanto, había que pagarla. Aunque las vacunas salven vidas, cuesta que su coste merezca la pena para quienes tienen que tomar la decisión final de quién debe soltar los reales. La gran mayoría de los pediatras lo tenemos bien claro. Tan claro como que debemos repetir una y otra vez las bondades de la inmunización para que nos tomen en serio. Pero no es momento de amonestar, aunque me cueste no sacar a pasear las tarjetas. Es momento de celebrar que nuestro futuro inmediato está bien protegido frente a una bacteria asesina, bruta, sanguinaria. Le debo una canción a esta vacuna.

"Si su pediatra no le ha recomendado que vacune a sus hijos es porque nunca ha visto una meningitis bacteriana"

Para el segundo, para el temido meningococo, tenemos algunas vacunas financiadas y otras no, todo depende del tipo de bacteria. Hay hasta seis clases distintas: A, B, C, W, X e Y. Hay una vacuna financiada frente al C, y otras no financiadas: dos frente al B, y otras dos tetravalentes frente a los tipos A, C, W e Y. Aunque todo cambia con el tiempo. Seguro que han oído que algunas comunidades autónomas ya se están planteando “regalarlas”. Dudo mucho que las campañas electorales puedan tener algo que ver. Sería ilógico pensar que alguien estuviera jugando con las vacunas como si fueran caramelos, a cambio de un trocito de papel en una urna. Ironías aparte, lo que no se puede es engañar a la población, y mucho menos a los niños. Que una vacuna no esté financiada no quiere decir que no sea buena o efectiva. Si su pediatra no le ha recomendado que vacune a sus hijos es porque nunca ha visto una meningitis bacteriana. Basta con sufrir una, en tercera persona y con fonendoscopio al cuello, para no volver a querer verla nunca más. Mientras los pediatras luchamos para que esté financiada en todo el territorio español, regale vida a sus hijos administrando estas vacunas, porque si desarrolla la enfermedad, ya será tarde para todos.

Me encantaría ser menos drástico. Me encantaría que detrás de estas palabras solo hubiera intereses económicos de grandes laboratorios nadando entre billetes morados. Pero hace no tanto, cuando era residente de Pediatría, yo mismo soñaba con el día en el que tuviéramos vacunas frente a la meningitis neumocócica y meningocócica. Ahora ya no tengo que soñar. Solo les pido que protejan a sus hijos para evitar, en la medida de lo posible, ese abrazo sentido que ningún pediatra quiere ofrecer a ningún padre. A ninguno.

El doctor Roi Piñeiro Pérez es Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba