Con la llegada del otoño y el invierno, el frío no viene solo. Acompañándolo, llegan también los virus estacionales que provocan catarros y gripes, afectando a grandes y pequeños. Aunque para muchos estos virus pueden representar poco más que una molestia temporal, para ciertos grupos vulnerables —como personas mayores, niños pequeños, y aquellos con condiciones preexistentes— el riesgo de complicaciones graves es una preocupación real. En este contexto, la prevención se convierte en nuestra principal herramienta para mantener a raya estas infecciones.

Durante estos meses, los ambientes fríos y secos, la bajada de las defensas naturales del cuerpo, la mayor tendencia a estar en espacios cerrados y poco ventilados, las reuniones de grandes grupos como los encuentros familiares, y la reducción del tiempo que pasamos al aire libre forman un caldo de cultivo para los virus invernales. Entre los más frecuentes están el rinovirus, el virus del resfriado común, el virus respiratorio sincitial  (VRS) que suele estar detrás de las faringitis, laringitis, bronquiolitis y neumonías, el virus de la gripe, parainfluenza, y adenovirus. Por no olvidar el coronavirus, que sigue entre nosotros.

Una buena muestra de su difusión son los datos epidemiológicos recogidos por los sistemas de salud. En la última semana de 2023, el servicio sanitario de la Generalitat de Cataluña mostraba que el virus de la gripe es el más frecuente (22,6% de las muestras), seguido del rinovirus (17,9%), del SARS-CoV-2 (14,6%) y del VRS (13,2%). En la población pediátrica, la positividad de los multitests mostraba también que la gripe era el virus más circulante (42%), mientras que la COVID-19 se encontraba en fase de descenso.

Los datos de los menores merecen especial atención porque, aunque suelen estar menos afectados por enfermedades crónicas que les hagan vulnerables frente a estos virus, sí son un factor de riesgo a la hora de hablar de contagios. “Según cifras de la Comunidad de Madrid, los niños se contagian de gripe hasta 3 o 4 veces más que los adultos, y son los principales transmisores de la gripe, contagiando a personas adultas y mayores de su entorno”, nos explica Inmaculada López Martín, enfermera, investigadora y profesora de la Escuela Universitaria de Enfermería de la Fundación Jiménez Díaz.

La vacunación: primera línea de defensa

La vacunación anual emerge como la medida preventiva más efectiva contra la gripe. Las autoridades sanitarias recomiendan la vacuna para grupos de alto riesgo, incluyendo personas mayores de 65 años, aquellos con enfermedades crónicas, personal sanitario, embarazadas, y niños entre 6 y 59 meses. Sin embargo, la protección no debe detenerse ahí. La vacunación generalizada puede contribuir significativamente a la inmunidad colectiva, protegiendo a aquellos que son más vulnerables a las complicaciones de estos virus.

Medidas de higiene: cortando las vías de contagio

Además de la vacunación, existen prácticas de higiene esenciales que cada uno de nosotros puede adoptar para minimizar el riesgo de contagio, en una labor común que implica a toda la sociedad. “Toda la población puede y debe contribuir a disminuir el contagio, en nuestros hogares, en el trabajo, en los centros de enseñanza, en los transportes públicos y en todos aquellos lugares donde se produce mayor afluencia de personas”, incide la investigadora de la Fundación Jiménez Díaz, “solo hay que tener en cuenta una serie de medidas sencillas relacionadas directamente con interrumpir las vías de contagio, a través de gotas de saliva y moco que emitimos al toser y estornudar y por contacto a través de las manos”.

Muchas de estas medidas se han hecho populares y de conocimiento general durante la pandemia de coronavirus, pero siguen siendo igual de válidas para afrontar los virus invernales y cortar su difusión entre la población.

  • Evitar el contacto cercano con personas que muestren síntomas de resfriado o gripe. En situaciones donde el contacto es inevitable, el uso de mascarillas puede ser una barrera efectiva.
  • Lavado de manos frecuente, especialmente después de toser o estornudar. En ausencia de agua y jabón, los desinfectantes de manos son una alternativa práctica.
  • Uso de pañuelos desechables para cubrir la boca y la nariz al toser o estornudar, y su posterior eliminación.
  • Cubrirse la boca con el codo al toser, en lugar de usar las manos, para evitar la propagación de virus a través del contacto.
  • Evitar espacios cerrados y concurridos durante la temporada de mayor incidencia de virus, optando por el uso de mascarillas cuando la evitación no sea posible.

Nutrición: un escudo desde el interior

La alimentación juega un papel crucial en el fortalecimiento del sistema inmunológico. Un aporte adecuado de vitamina C, ya sea a través del consumo diario de frutas y verduras frescas o mediante suplementos, puede ser un aliado importante en la prevención de infecciones respiratorias. Además, una dieta equilibrada rica en otros nutrientes esenciales, como la vitamina D, zinc, y antioxidantes, puede ofrecer una protección adicional.

Ventilación y humedad: creando entornos saludables

Mantener una buena ventilación en los espacios cerrados y ajustar los niveles de humedad puede ayudar a reducir la supervivencia del virus en el aire, ya que los virus invernales tienden a prosperar en ambientes secos, teniendo en cuenta que los humidificadores deben ser de vapor frío y extremar la limpieza de sus partes.

Protegerse contra los virus invernales requiere una estrategia que incluya vacunación, prácticas de higiene rigurosas, una nutrición adecuada, y la creación de entornos saludables. Al adoptar estas medidas, no solo nos protegemos a nosotros mismos, sino que también contribuimos a la salud y bienestar de nuestra comunidad, especialmente de aquellos en mayor riesgo. La prevención es, sin duda, nuestra mejor defensa contra la temporada de gripe y resfriados.