No ha mucho que regresó a las páginas de este periódico la famosa sociedad secreta llamada El Yunque, cuya finalidad parece estar clara y es “con velo de legalidad crear opinión, inducir en las conciencias y manipular a la sociedad española” algo que nos hace recordar otra congregación más desconocida, más influyente y sobre todo más antigua que ya hubo de soportar España allá por el Siglo de Oro. Hablamos de los Linajudos.

Hacer fortuna por haber trabajando de sol a sol o ser hábil con los negocios no era aval suficiente en la sociedad renacentista como para ganarse el respeto social. La sospecha de ser descendiente de conversos podía usarse torticeramente para explicar el poderío económico de cualquier esforzado español. ¿Qué solución quedaba? Ganar un título en alguna de las órdenes militares que acreditase la limpieza de sangre y la honra que la familia llevaba manteniendo desde generaciones atrás.

 

Una página como esta en la que se anotó “cristiano nuevo” podía torcer el futuro de cualquier familia en la España del Siglo de Oro. Archivo parroquial de Esquivias. Fotografía del autor

En una sociedad terriblemente entrometida con la vida del vecino (a causa especialmente de la Inquisición) no tardó en aparecer un grupúsculo de bellacos dispuestos a sacar tajada del “qué dirán”. Eran los Linajudos, chivatos y cizañeros especializados en enviar informes desfavorables al Consejo de Órdenes, dinamitando así el honor de aquellos aspirantes que no cediesen a sus chantajes. Así lo denunció por ejemplo en 1648 Pedro Pérez Venegas y Sarmiento:

“Acostumbran a dar memoriales al Concejo de las más informaciones, cítanse unos a otros, piden por terceras personas y amenazan. No consiste la justicia de los pretendientes en tenerla, si no en que ellos quieran dársela”
¿Cómo hundir reputaciones? La verdad es que, de manera bastante sencilla, se recogían informes desfavorables por parte de vecinos y testigos inexistentes, de hecho en varias ocasiones los Linajudos tuvieron que renovar su plantilla de falsos testigos por ser sobradamente conocidos por jueces y abogados. Amparándose siempre en el catolicismo a ultranza donde un antepasado judío, morisco o simplemente un pariente homosexual suponía la mayor de las deshonras.

 

Pedro Salazar y Mendoza, excelente genealogista, pero también tenaz linajudo capaz de hundir la reputación de cualquiera allá por el Siglo de Oro

¿Cómo librarse entonces de estos “ladrones de honras”? Solo había una opción, pagando, y la razón era sencilla, era imposible rebatir en un juicio a genealogistas como Pedro Salazar de Mendoza, frailes como Francisco de Saldaña, incluso jerarcas de la iglesia como el cardenal Francisco de Mendoza y Bobadilla quienes formando una tupida red tenían amenazada incluso a la más alta nobleza a la que amedrentaban con la vergüenza del linaje gracias a sendos libros difamatorios como El Tizón de la Nobleza.

 

Desde su puesto cardenalicio Francisco de Mendoza y Bobadilla se dedicó a difamar a la alta nobleza con sus denigrantes libros Finalmente y especialmente gracias a personas del clero como el doctor Francisco de Lara, los Linajudos fueron denunciados y sentenciados, descubriéndose para colmo que algunos de ellos como el funcionario de la Real Chancillería Andrés de Burgos, además de linajudo, era un reconocido judeoconverso de los que él tanto odiaba.