Un circo de 48 horas. No sólo describe a la Superliga, sino al universo balompédico en general. Nada queda del fútbol más puro o del barro en las cada vez más sofisticadas equipaciones. Eso se acabó y no hace dos días, sino hace más de medio siglo. Vaya por delante que éste que escribe no es favorable al proyecto, al menos no de esta manera, tan circunscrita a las élites y amnésica con el mediano.

En menos de lo que canta un gallo, la Superliga ha pasado de ser un proyecto consolidado a desmoronarse como un castillo de naipes. Diez de los doce Clubes Fundadores han abandonado el barco con las primeras notas del canto de sirenas procedente de Nyon. UEFA ha puesto de su parte para evitar que estos súper ricos acaben con sus chiringuitos y sus compadreos con las entradas de los fans que tanto dicen proteger en las finales.

Al final y al cabo, todo se resume en eso: intereses. Y así ocurre en el mundo del fútbol desde hace más dos o tres décadas. Se ha evocado hasta la hipérbole el concepto ya alegórico que atraía la pelota de cuero, las botas negras y los postes cuadrados, pero eso dejó de existir hace ya mucho tiempo. El fútbol es otro negocio, como lo es el baloncesto, el béisbol o el propio soccer al otro lado del Atlántico.

¿Por qué ha fracasado?

La Superliga no liquidaba absolutamente nada, sino que lo acentuaba en el peor de los escenarios. En el mejor, quizás lo hubiese relanzado, pero no en el corto plazo y puede que tampoco en el medio. Todo en condicional, por supuesto. Porque es este el principal fallo de Florentino Pérez y el resto de presidentes - disidentes o no -. La estrategia de comunicación ha sido nefasta.

Los Doce no han sabido combatir la falsa premisa extendida desde todos los entes federativos y ligas nacionales que enarbolaban la bandera del aficionado y del fútbol humilde. Las ligas se seguirían celebrando con total normalidad, pero no han dejado claro cómo combatirían las diferencias económicas de los clubes participantes en la Superliga con el resto de conjuntos que componen un torneo doméstico.

El fútbol es otro negocio, como lo es el baloncesto, el béisbol o el propio soccer al otro lado del Atlántico

Tampoco se ha presentado como un proyecto para relanzar el fútbol per se, sino que han permitido que el proyecto se acogiera como una ruptura unilateral de los más ricos contra los más pobres. Y ahí, mediáticamente, tienes todas las de perder. Argumentos como “vamos a salvar el fútbol” y para ello “nos reunimos los clubes potentes” para aglutinar toda la pasta y luego ya, si eso, se reparte con una caja de solidaridad de cuyo funcionamiento tampoco se tiene conocimiento, destilan un elitismo que el pueblo no va a comprar.

Si el mensaje inicial está mal enfocado ya se resquebraja todo. Si en lugar de potenciar los aspectos positivos que traería consigo la Superliga, ni siquiera se mencionan, a nadie le debería extrañar el resultado final de esta singladura de las clases altas del fútbol. ¿Alguien se ha enterado de que el acuerdo de los Doce incluía un impulso descomunal al fútbol femenino? No, ¿verdad?

Sin duda el fútbol femenino cada vez cotiza más al alza. Pasito a pasito, el deporte Rey se está abriendo a las mujeres pese a que todavía queda mucho trabajo por hacer. ¿Por qué Florentino Pérez y el resto de equipos no han insistido más en este punto? En la sociedad actual, esa búsqueda – aun siendo elitista – de la Igualdad adquiere una importancia fundamental. ¿La Superliga habría sido el impulso que necesita el fútbol femenino para equipararse – o acercarse – al masculino? Tampoco se sabrá ni se ha tenido intención de transmitirlo siquiera.

Los chantajes de UEFA

La Superliga, ya sea si se ha concebido como un proyecto sólido o como una medida de presión, nació con las amenazas del principal órgano federativo a nivel europeo. La afrenta de los Doce fue respondida por Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, con un lenguaje que rozaba incluso la obscenidad.

Ceferin le dedicó alguna que otra descalificación al presidente de la Juventus de Turín, Andrea Agnelli, al que incluso tildó como un “mentiroso”. Pero, además de este virulencia en el mensaje, el presidente de la UEFA no iba a dejar que doce niños caprichosos le arruinasen el entramado que tanto esfuerzo costó urdir a sus predecesores – uno de ellos acusado por corrupción -.

Además de las palabras belicistas, Ceferin y sus acólitos profirieron todo tipo de amenazas contra los clubes disidentes mientras, entre bastidores, tejían el plan para sofocar la rebelión de los ricos. Expulsados de la Champions, jugadores vetados en los torneos de selecciones de UEFA y FIFA... una retahíla de amenazas que ni siquiera provocaron el paso atrás de ninguno de los Clubes Fundadores.

Ceferin no iba a dejar que doce niños caprichosos le arruinasen el entramado que tanto esfuerzo costó urdir a sus predecesores

Pero aquí llegó la jugada maestra de los defensores del fútbol y los fans. En la penumbra, Ceferin estaba dispuesto a todo para hacer caer la amenaza de un nuevo orden en el que los gerifaltes federativos se quedarían sin su parte del pastel.

El presidente de la UEFA, ni corto ni perezoso, mientras blandía la espada de la pureza futbolística, tendía la mano a los clubes más poderosos para atraerlos de nuevo a su órbita. Nada más ni nada menos que la relajación del Fair Play Financiero. Una medida que impulsará al fútbol modesto, qué duda cabe.

Pero, además, tras más de veinte años sin trabajar – al parecer -, UEFA ha encontrado, en tiempo récord – un fondo de inversión que inyectaría la mareante cifra de 7.000 millones de euros, según avanzó en exclusiva el medio francés RMC. Nadie puede reprochar a Ceferin su excelente trabajo y su premura por salvar el fútbol más puro.

Uno de los clubes que no quiso formar parte de la Superliga europea, aunque desde el entorno del proyecto se dice que no se establecieron conversaciones, fue el Bayern de Múnich. El conjunto bávaro emitió un comunicado alineándose con UEFA y FIFA  y en contra del proyecto de Florentino Pérez. Tras este anuncio, el director general de la entidad alemana fue nombrado miembro del Comité Ejecutivo del órgano federativo. Casualidades de la vida.

El peligro no estaba sólo en la Superliga

Es cierto que el fútbol está en peligro, lleva así muchos años y quizás este proyecto habría adelantado su muerte. O no. Nunca se va a saber. Lo que sí se sabrá es que la espada de Damocles aún pende sobre el cuello del mundo del balompié, pues el lobo se ha disfrazado de cordero para camuflarse en el redil y devorar, tras el engaño, todo lo que pueda.

UEFA, FIFA, RFEF, LaLiga y el resto de instituciones de esta índole tienen su parte alícuota, sino aumentada, de la pérdida de interés del fútbol. Son ellos quienes han permitido, año tras año, que ciertos estados antidemocráticos se hagan con equipos de fútbol y romper el mercado mediante unos dólares cubiertos de petróleo.

Son UEFA y FIFA quienes han impulsado un Mundial de Qatar que no sólo interrumpirá el transcurso habitual de una temporada, sino que está envuelto entre halos de corrupción (compra de votos) y muerte. Sí, porque el precio del Mundial en el país catarí ha dejado la friolera de 6.500 obreros fallecidos durante los trabajos de construcción de los estadios. En condiciones infrahumanas, por supuesto. De hecho, Amnistía Internacional ha puesto el foco sobre estos hechos.

Pero también son la RFEF y LaLiga, del inefable Javier Tebas, quienes se han llevado la Supercopa de España a Arabia Saudí o a Marruecos. También son ellos quienes han querido celebrar un Girona-Barça en Miami. Ellos se han erigido como defensores de un fútbol que quieren destruir.

El fútbol ha sorteado la amenaza de la Superliga, pero el depredador sigue oculto tras la maleza, aguardando el momento idóneo para hundir sus colmillos en el malherido cuerpo del balompié.