Más de ocho millones de niños han nacido gracias a las técnicas de reproducción asistida desde que Louise Brown, la primera bebé probeta del mundo, asomara a la vida el 25 de julio de 1978. La reproducción asistida supone algo más que una oportunidad para aquellas personas que desean tener hijos y no lo consiguen por el método tradicional.

Cada vez vamos a buscar los bebés más tarde, por lo que cada vez es más frecuente tener allegados que recurren a ella. En España, nacen al año 34.000 niños por técnicas de reproducción asistida y, según datos de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología (ESHRE por sus siglas en inglés), somos el país más activo de la Unión Europea en reproducción asistida, con 119.875 ciclos de tratamiento en 2015. Cada ciclo es un intento. Ésta es una carrera de fondo, no libre de desgaste psicológico y económico, cuya meta es ser padres, algo que no siempre se consigue.

Esta crónica es el relato personal de los obstáculos encontrados en una primera parte de esa carrera de fondo. Como periodista, estoy habituado a escribir en temas de salud, incluso artículos relacionados con la reproducción asistida, y tengo acceso a especialistas de renombre a los que poder consultar. Pero, cuando te conviertes en paciente, el campo de la incertidumbre se incrementa. Los porcentajes de éxito que te arrojan en las clínicas de reproducción de las diversas técnicas se convierten en tu cabeza en billetes de lotería.

Gastos y obatáculos para cumplir un sueño...

Conocí a mi novia en noviembre de 2016, cuando yo tenía 38 años y ella 41. A partir de los 35 años, la fertilidad de la mujer empieza a decrecer. Ninguno de los dos teníamos hijos, pero sí las ganas de formar una familia más adelante. A los tres meses, ella, ya con 42 años, se planteó el ir a una clínica de fertilidad a congelar sus óvulos. Le quise acompañar.

Acudimos a un primer contacto a un centro privado de prestigio en Madrid en marzo de 2017. Allí, tras explicar nuestro caso y analizar la reserva ovárica de mi novia, baja debido a su edad, nos hablaron de congelar óvulos y de otras técnicas como la inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI)fecundación in vitro (FIV) y la donación de ovocitos. Salimos de la consulta, que no fue gratuita, con varios presupuestos bastante elevados: 2.630 euros por la preservación de óvulos, 6.995 euros por un ciclo de FIB Plus, 6.995 euros por ciclo de ovodonación y 3.535 euros por transferencia de embriones vitrificados donados; todos ellos con conceptos no incluidos especificados para cobrar aparte.

Un mes más tarde, sin tener una decisión tomada viajamos a San Sebastián, de donde es mi novia, y fuimos a otra primera consulta, que esta vez era gratuita, de un instituto de fertilidad. Nos atendieron durante más de una hora. Su director gerente, acompañado por dos personas más de su equipo, nos recalcó que congelar los óvulos a la edad de 42 años era "congelar la infertilidad" y nos guio "lo antes posible" hacia el ICSI con un análisis genético preimplantacional para obtener embriones vitrificados genéticamente nuestros.

El presupuesto por el ciclo ICSI fue de 4.900 euros. El coste del análisis genético preimplantacional sumaba 1.146 euros más por tres embriones analizados. La medicación para la estimulación no estaba tampoco incluida y nos informaron de que "suele rondar los 1.000 euros". Nos causaron buena sensación como profesionales y nos parecieron bastante honestos. Decidimos jugar boletos a esta opción. No hay que olvidar que la edad límite para las mujeres a la hora de acceder a un tratamiento de reproducción asistida por la Seguridad Social, en el momento en el que se inicia el tratamiento, es de 40 años, mientras que para los hombres es de 55. Para nosotros, la vía de lo público se descartaba.

Nos facilitaron un plan de medicación. Nos sentimos bien atendidos y los profesionales del centro de reproducción asistida llevaron a cabo un metódico control del ciclo hasta el día de la punción ovárica. A la hora de extraer los óvulos, consiguieron siete, hecho que valoraron como "muy buenas noticias". Nos contagiaron su optimismo. A partir de ahí, el director gerente, y embriólogo, nos fue llamando por teléfono cada día, durante los cinco días posteriores, para informarnos de la evolución de los embriones. Es al quinto día cuando se puede saber si son morfológicamente aptos y si se puede mandar la biopsia practicada a cada uno a analizar.

Primero, nos dijo que la tasa de fecundación estaba muy bien. De los siete óvulos, cinco habían sido fecundados. En día tres, uno fue descartado y tres, según lo que predecía el sistema EEVA, tenían más opciones de salir adelante. Ahí, nos avanzó lo que sería su recomendación. Hizo hincapié en que estábamos dentro de la normalidad y que todo iba bien. Predijo ese día que tendríamos entre dos y tres blastos y que habría que ver la calidad y la morfología (dos estaban haciendo la masa celular, lo que era "buena señal"). Sostuvo que seguramente merecería la pena acumular embriones, antes de mandar la biopsia a analizar, para tener más probabilidades de lograr un embrión sano. Sobre todo, según sus palabras textuales, "para aumentar las probabilidades, para que sea mucho más eficiente, para que haya más probabilidades de que haya embriones sanos". En ese momento se vino arriba: "Si, de esta forma, conseguimos uno, o dos embriones sanos, pues incluso tenéis la posibilidad de tener uno o dos hijos". Cuando se tienen deseos de ser padres, estas palabras te hacen creer que se puede conseguir. Citó "uno o dos hijos", algo que meses más tarde alegaría que habíamos sacado fuera de contexto, que su conversación era "un conjunto de suposiciones basadas en probabilidades".

Varios niños en un colegio

... también duro emocionalmente

Emocionalmente, todo iba siendo más duro. Al final, la llamada del quinto día, fue un auténtico jarro de agua fría. Sólo teníamos un blasto que podía ser viable. El director gerente insistió varias veces, no sólo una, en su recomendación de que, ya que contábamos con un blasto congeladoacumuláramos embriones, puesto que el coste del análisis genético preimplantacional era por tres embriones. De hecho, alegó que no tenía sentido mandarlo a biopsiar y que, en estos casos, en los que la gente llega a un blasto, pensaban que lo mejor es hacer otro ciclo para acumular embriones. Nos subrayó que, con este ciclo, teníamos toda la información de qué embriones generaba mi novia con sus óvulos. Nos sugirió que había que ir a otro ciclo para mejorar nuestras probabilidades.

Antes de comenzar el segundo proceso, nos lo estuvimos pensando mucho. Emocionalmente, nos había desgastado. Económicamente, suponía una cifra importante. Pedimos hablar con una ginecóloga del equipo para dispersar dudas. Ella rebajó las posibilidades de embarazo con óvulos propios al 10%. Si nos lo habían dicho antes, desde luego no lo recordábamos. No obstante, nos aconsejó que, antes de recurrir a la opción de ovodonación, había que agotar todas las posibilidades a través del proceso ICSI.

Decidimos ir a por más boletos de lotería, a un segundo proceso ICSI, con extracción de óvulos en diciembre de 2017. Creíamos que nos darían igual servicio que en el primer proceso y que, tal y como nos aseguraron, potenciarían la medicación para mejorar resultados.

No fue así. Nuestra percepción es que no nos dieron el mismo servicio ni nos acompañaron de la misma manera que en el primero. El trato fue diferente. Cada vez que íbamos al centro o llamábamos, los trabajadores nos hablaban de su exceso de trabajo. En la fase de recuento de folículos (una estructura esférica que rodea al óvulo), les propusimos esperar a extraer los óvulos en otro ciclo posterior, si creían que se podía extraer más óvulos que en ése. La ginecóloga opinó que no era necesario esperar, que se obtendrían al menos seis óvulos.

La sorpresa, el día de la extracción, fue que sólo se obtuvieron tres óvulos y que el resto de los folículos estaban vacíos. No éramos conscientes de que los folículos podían estar vacíos. Pedimos explicaciones al director gerente, estando mi novia aún un poco aturdida por los efectos de la sedación. Nos enseñó, en ese momento, por primera vez, fotos de los óvulos y embriones del primer proceso y de los óvulos del segundo proceso que acababan de extraer. Le pedimos igualmente un informe de los dos procesos, puesto que no nos lo habían facilitado anteriormente. Hasta que no nos llegó el informe, no supimos que nuestro embrión estaba clasificado como 4CB, que traducido a términos médicos es de mala calidad, según nos explicaron después en otro centro de reproducción en Madrid. Esta información fue obviada, y la desconocíamos, por el centro de reproducción vasco a la hora de guiarnos hacia otro proceso ICSI. Nuestro enfado fue evidente.

Volvimos a pasar por el trance de las llamadas por día por parte del director gerente y embriólogo para ir precisando la evolución de los tres óvulos obtenidos en la segunda extracción. En esos cinco días posteriores, fue la única vez que el servicio dispensado se pareció al del primer tratamiento ICSI. A pesar de que uno de los embriones iba muy bien, y que en el test de predicción lo daba como muy viable, no se consiguió ningún embrión biopsiable. El máximo responsable del centro de reproducción en el que habíamos confiado nos transmitió que ya disponían de un diagnóstico y que recomendaba mandar a analizar la biopsia del embrión que teníamos del primer proceso ICSI.

Al ver esto, analizamos lo sucedido. La medicación para estimular la fertilidad prácticamente había sido la misma, y, a nuestro juicio, sin seguimiento por su parte. De hecho, prueba de ello es que tuvimos que pedirles recetas que se habían olvidado de mandarnos. Comenzamos una serie de reclamaciones, por escrito, para que quedara constancia. El director gerente, que vio inicialmente nuestras quejas como "fruto de la frustración que es totalmente comprensible", reiteró que las decisiones habían sido tomadas de forma conjunta y las que eran mejores para nuestro caso desde un punto de vista profesional y basadas en su conocimiento. Argumentó que habían sido claros al hablar de la baja calidad ovocitaria y de las probabilidades de embarazo que teníamos y que la última decisión, siguiendo o no la recomendación médica, es de la pareja. Aseguró que su recomendación inicial, tras estudiar nuestro caso, había sido la ovodonación. No estamos de acuerdo en que fuera así. En una mujer de 43 años, la ovodonación incrementa la probabilidad de embarazo a un 72%. Le llegamos a solicitar un tercer proceso ICSI sin coste porque sus recomendaciones nos llevaron a tomar la decisión de hacer un segundo proceso ICSI, aunque realmente ya habíamos perdido la confianza en ellos. Nuestra conclusión, que obviamente niegan, es que su principal motivación es la del beneficio económico.

¿Indefensión de los pacientes?

Acto seguido, consultamos con otros especialistas e instituciones de defensa del consumidor. Otro reputado experto en la materia, y director médico de otra clínica de reproducción, nos indicó que no es partidario de la acumulación de embriones, que es algo que se puso de moda hace tres o cuatro años y que ahora mismo muy poca gente lo hace.

También hablé con un abogado que colabora con la Asociación del Defensor del Paciente, para saber si se podía reclamar judicialmente, que expuso que, "en este tipo de casos, nos movemos en un ámbito de la medicina hiperespecializado con muchos aspectos que escapan a un control subjetivo del proceso por parte del paciente, y amparados además en unos documentos de consentimiento informado muy detallados y estrictos". Por tanto, podría haber cierta indefensión de los pacientes por estos consentimientos que hay que firmar siempre.

Le trasladé como paciente la situación a la Sociedad Española de Fertilidad, por correo electrónico, en el que en la firma aparece que soy periodista, y su Junta Directiva no vio ninguna incidencia que haga pensar a sus miembros en una mala praxis o en acciones punibles, más bien apreció un problema de comunicación entre médico y paciente. Su Junta Directiva aclaró que, en medicina reproductiva, es importante individualizar cada caso para tratar de llegar al objetivo y que, durante cualquier proceso, hay que tomar decisiones. Por tanto, "hay que asumir riesgos, ya que no siempre las decisiones que se toman tienen éxito".

Por último, hice llegar a la dirección médica del hospital donde está el centro de reproducción en cuestión nuestra queja. Su respuesta fue que confiaban en la profesionalidad del equipo del centro de reproducción y que nos invitaban a que tuviéramos una conversación con dicho equipo para llegar a un acuerdo.

Tras todos estos obstáculos, finalmente, decidimos trasladar a otro centro de reproducción de Madrid el embrión del primer proceso ICSI. El análisis genético preimplantacional nos costó con ellos 300 euros y no los 1.146 euros que nos cobraba el de San Sebastián (por uno, dos o tres embriones analizados). Como sospechábamos, este julio de 2018, supimos que no era viable y que ninguno de nuestros boletos había sido premiado. Con él, se fueron parte de nuestras esperanzas. Frustración o no, objetividad o subjetividad, nuestros sentimientos son de haber sido engañados. Ahora, con un año más a nuestras espaldas, somos conscientes de que esto es una carrera de fondo con muchos obstáculos. Estamos en la fase de decidir si vamos a la ovodonación o no, de confiar en otra clínica de reproducción porque, en el fondo, es una cuestión de confianza. Y sabemos que con la ovodonación tampoco todos los boletos están premiados.