Todos los uno de febrero se celebra el Día del Galgo, un recordatorio que pretende concienciar a la sociedad española de la crueldad que se ejerce, especialmente por parte de los cazadores, contra esta sufrida especie animal; una crueldad que sigue muy vigente a pesar de que ahora existe algún tipo de control para frenarla. Colgar galgos en los árboles de los campos españoles es, todavía, un hábito terrible que se puede encontrar en muchos lugares del país al final de la época de caza. Es, en esencia, una manifestación más de ese gusto por la tortura y la crueldad que en España está tan arraigado. Una vergüenza más que ya tendría que estar superada, y que sólo ha disminuido porque ahora se puede multar, aunque las multas son mínimas y tan vergonzosas como la barbarie de los que ahorcan a los perros que han vivido para servirles.

El domingo pasado muchos miles de personas se han manifestado en muchas ciudades de España contra la caza, aprovechando el final de la temporada de la caza de la liebre con galgo, y coincidiendo con ese día conmemorativo de una de nuestras bárbaras señales de identidad.  En Sevilla y Granada la asociación protectora Galgos del Sur convocó una manifestación en la que se ha denunciado el apoyo institucional a la caza, y el escasísimo apoyo institucional a las asociaciones de defensa de la naturaleza y de los animales, lo cual es realmente significativo. Solamente en Córdoba, en un año estas asociaciones recogen varios miles de galgos abandonados al final de la temporada y cuyo destino sería morir atropeyados, ahorcados, degollados, tirados a pozos, o desnutridos y deshidratados.

Otra “marca España”, la de los galgos abandonados, cuando no ahorcados, de la que enorgullecerse los “patriotas” amantes de las corridas de toros, de pelo en pecho y bandera en ristre; aunque es una marca España que a algunos, los menos patriotas, nos avergüenza tanto como avergüenza a media Europa. En Alemania, Holanda o Francia acogen a los galgos abandonados que algunas asociaciones protectoras españolas envían en aviones para salvar la vida maltrecha de estos animales abusados y maltratados hasta el límite. Asociaciones francesas, como CREL, norteamericanas, como Global Animal Rescue, o alemanas, como Galgo-Voice, acogen a estos animales, les buscan adoptantes, e incluso convocan manifestaciones para exigir que en España sean utilizados por los cazadores. Porque España es el único país europeo que todavía permite la caza con galgos, y el país europeo con la peor reputación en Europa, con diferencia, respecto del maltrato animal.

La especie humana, en general, es, según nos muestra la evidencia, destructiva y destructora. Según los datos del Living Planet Index del World Wide Foundation (WWF) la humanidad ha exterminado al 60% de los animales del planeta en los últimos 40 años. Un dato estremecedor, teniendo en cuenta que la biodiversidad es la infraestructura y un requisito imprescindible para la vida. Pero en España, además de eso, se dice que la tortura animal es cultura. La realidad es terrible, pero es la realidad: ahorcamos galgos, torturamos toros hasta que agonizan y mueren, lanzamos a vacas por acantilados, muchas de las cuales mueren de terror antes de llegar al mar, lanzamos a gansos y cabras desde campanarios, prendemos con fuego los cuernos de toros hasta que se carbonizan o mueren de paros cardíacos, para que sufran, y cuanto más sufran, mejor. Si lo pensamos bien este país es una cámara de los horrores, lo cual no es nada extraño dadas la insensibilidad y las macabras ideologías seculares que nos inyectan en vena desde la más tierna infancia.

La incultura judeo-cristiana nos adoctrina en la cosificación de todo lo que no sea humano, de la naturaleza y de los animales, y de ahí, de esa cosificación argumentada por un antropocentrismo engañoso y cruel, porque no somos los reyes de ninguna creación, sino un eslabón más de la vida, proviene, como decía Milan Kundera, la gran debacle del mundo y del ser humano. Porque el día que hayamos acabado con los animales y con los bosques, dejaremos de existir.

Afortunadamente, a pesar de la educación mezquina que recibimos en la que se nos enseña a vetar la compasión y la sensibilidad a favor de la crueldad y la psicopatía emocional, en nuestro país cada día más personas se hacen conscientes de que urge que superemos tanta barbarie; y cada día hay más asociaciones animalistas que se dedican a denunciar y a frenar tanta brutalidad y a reivindicar la empatía, la compasión y la ternura. Porque, como bien dice Fernando Ulloa, hablar de ternura en estos tiempos de ferocidades no es ninguna ingenuidad. La ternura es un concepto profundamente político, porque la ternura es la base ética del ser humano; hablar de ternura es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de nuestros mundos.